Alejandro Fritz, el hombre que pulió su propio estilo en las artes marciales

Siempre fue un espíritu inquieto. En la primaria fue centro de descarga por su sumisión y rostro chino. En el secundario se invirtieron los roles, porque el bahiense ya incursionaba en la disciplina. Con 15 años dejó los estudios, se dedicó al reparto de diarios y nunca dejó las disciplinas que los apasionaron de pequeño. Hecho que revive haciendo docencia y con dos hijos que le rinden honor a la cultura nipón. Además bucea, es parte de Indalo Corre, nada en aguas abiertas y practica deportes de nieve junto a su familia.
Fueron dos cuadras -en Bahía Blanca- lo que le costó a Alejandro Fritz (40) adaptarse a lo que sería el trabajo de su vida desde los 15 años. Detrás quedaban tres expulsiones de su hogar, dado que sus padres en Comodoro Rivadavia no podían entender como el alumno de la ex Enet 1 dejaba los estudios para intensificar su potencial en las artes marciales y trabajar de lo que sea. Desde ayudante de tapicero, pintor o embarcarse hasta repartidor de diarios.
"Me costó dos cuadras porque no me salía gritar 'Diario' como lo hacían los otros canillitas. Si recuerdo patente que apenas me salió, salió una señora y vendí mi primer ejemplar de 'La Nueva Provincia'", recordó.
Atrás de esos tres meses en la capital del básquet nacional, quedaba toda una historia donde a Alejandro le tocó vivir diferentes roles.
"Me inicié en las artes marciales a los 9 años y en el municipal 1, cuando empecé judo con Marcos Garnica. Para ese entonces era un chico muy inquieto, y en la primaria me pasó algo que hoy tiene nombre (bullying), más porque era petiso y medio achinado. Entonces era el centro de descargo de mis compañeros. Me acuerdo que llegaba marcado y llorando a casa. De una manera o la otra siempre terminaba a las piñas", apuntó a El Patagónico.
En casa, su padre era fanático de Boca aunque no tuvo la chance de que a su hijo le guste el fútbol. Incluso Alejandro hizo natación, básquet en Gimnasia y Esgrima y rugby en Chenque. Pero nada de ello le interesaba, hasta que el judo fue la puerta de entrada a las artes marciales.
Luego con la mudanza de barrio, incursionó en taekwondo a los 12 años con Daniel Lee (el dueño de Ele Multiespacio) en la Escuela 143. Pero el costo de las cuotas, más la no aprobación de sus padres, hizo que dejara de ir.
Para ese entonces, la serie "Kung Fu" con David Carradine, era furor y eso sumaba a la pasión de Alejandro que imitaba con lo que fuera el manejo de las armas orientales.
"Para ese entonces no se promovían cinturones como ahora. También es cierto que si ibas era porque te gustaba o porque tus papás te depositaban ahí para que llenes el tiempo. Hoy en día es distinto, la gente abandona enseguida, pero los chicos que practican cuentan con padres que apoyan y se preocupan por el progreso de sus hijos.
Antes vos llegabas y jugabas en la calle hasta la noche. Ahora vivís encerrado por el tema de la inseguridad. Pero está comprobado que ello influye en las elecciones de los deportes. Así también abandonan, en mi caso los chicos que vienen es porque sufrieron acoso, o recomendado por el psicólogo o la maestra, o el 'gordito' o que les falta personalidad. Buscando un complemento para ello en las artes marciales. Los adultos vienen para bajar de peso. Antes el que iba a un arte marcial lo hacía porque lo apasionaba. Ahora pasan de escuela en escuela, o de deporte en deporte", comentó.

LA DESERCION ESCOLAR Y EL INGRESO EN EL TRABAJO NO FORMAL

Alejandro Fritz si reunía algo, eran llamados de atención en su cuaderno de comunicados, dado que ocasión que propiciara, él la utilizaba para medir lo qué había aprendido. Además, con la falta de dinero para poder continuar, él dejaba los libros tradicionales para insertarse en la cultura nipona. Aprendiendo en forma autodidacta el Karate Do.
"Cuando tenía 15 años, y como estaba en mi etapa rebelde, mi viejo me dijo que iba a trabajar en el verano junto a un tapicero amigo. A mí la plata me servía para hacer Karate Do en una escuela que estaba sobre calle Ameghino. Así que acepté".
Con su plata, Fritz sostiene que empezó "de verdad" en las artes marciales, bajo la tutela de Eduardo Larraya en Karate Do Kyokushinkai, quien era cinturón marrón, tras leer una nota en el diario donde enseñaban a usar armas.
Para ese entonces, el sensei que dictaba clases personalizadas y compitió a nivel mundial, panamericano y nacional- junto a su esposa y dos hijos- en Torneos de Artes Marciales Abiertas, contaba con ventaja porque conocía gran parte de los nombres japoneses de las formas.
"El Karate Do es un arte muy tradicional, y arraigado en la cultura nipona. De hecho, sigue siendo así. Son muy cerrados a las variantes que pueden surgir", sostuvo Fritz.
Alejandro juntaba dinero, viajaba de mochilero durante meses (Buenos Aires, y toda la Patagonia) y no dejaba de entrenar.
"Como me gustaba Karate Do hacía tres veces a la semana con Larraya y los otros dos con el profesor de mi profesor (Tomás Sáez). Hasta que me dieron a optar. Ya para ese tiempo también volví a judo. Después incursione en el Kung Fu (Omar Torres). Así que hacía tres artes marciales a la vez. Cuando se enteraron en karate me hicieron elegir (porque en ese tiempo estaba mal visto que hagas varias artes marciales), y me quedé con Karate pero volví a Taekwondo, porque siempre sentía que me faltaba algo", recalca.
En el transcurso de ese tiempo, Alejandro sostuvo que nunca se le mezclaron las disciplinas. Y su mayor obstáculo fue la parte "comunitaria".
"Estaba la 'pica' de mis compañeros de karate do que veían en el diario que yo había competido en Kung Fu. Incluso se llegó a hacer una asamblea en la escuela para determinar que hacían conmigo, porque era 'un bicho raro".

HACER DOCENCIA

Nunca tuvo la idea de dar clase, su único interés era pelear. Pero el destino puso a Alejandro (ya egresado como cinturón negro de Kung Fu y casi la misma graduación en las otras disciplinas) a dar clases en dos lugares claves: El Centro del Adolescente y La Casa del Niño.
"Sin darme cuenta estaba dándole clases a unos chicos que traían unas historias muy duras en sus espaldas. Y aprendí con ellos que podían salir adelante y a través del arte marcial encontraban un lugar para descargar tensiones".
Con la misma pasión que él lo entendía, las clases al aire libre, incluso en pleno invierno, la costanera o el cerro Chenque eran escenarios naturales donde llevaba a los chicos.
"Ellos lo vivían con la misma pasión. No se quejaban del frío o del lugar. Y yo comenzaba a dictar mis conocimientos y encontrar mi estilo libre de las artes marciales".
A los 18 le tocó ser padre en dos ocasiones, y con ello ratificó el oficio de canillita que había comenzado con 15 años en Bahía Blanca y que continuaba en la capital petrolera.
"Como mi primera novia iba a ser madre, y en mi casa les desagradaba que venda diarios. Nos juntamos y fuimos a vivir al barrio José Fuchs. Pero fueron años de idas y vueltas, porque luego de repartir los diarios (en bicicleta o caminando) llegaba a casa y encontraba una persona que nada tenía que ver con mi pasión por los deportes", sentenció.
Fritz se separó y abrazaba más la vida de un deportista, dejando de lado la comida, el alcohol y las distracciones.
"Nuestra cultura está basada en una mala alimentación. Es comer y comer. No desayunar. Cenar. Yo hasta cinturón rojo de Kung Fu era un desastre, comía choripán, hamburguesas y lo que encuentre a mano. Con los cursos de nutrición y demás aprendí a cuidarme mejor. Y toque un poco más la parte filosófica del arte marcial".
A ello se le sumaban los viajes a dedo a Uruguay o donde se realizaban los torneos de Artes Marciales Abiertas.
"Todavía recuerdo una nota donde decía 'campeón argentino viaja a torneo en Montevideo a dedo'. Y fue literalmente así. Ahora si no tenés kimono, zapatillas o un lugar calentito no hacés nada. Cada vez más la gente pone la comodidad para no salir de su entorno", recalcó.

UN OFICIO AUTOSUSTENTABLE Y UNA FAMILIA MARCIAL

Alejandro le costó poco entrar en el mundo laboral. Cuando le preguntó al diarero de la cuadra de sus padres dónde comprar el diario y a que costo. Entro en el mundo de los trabajos no formales.
"Primero iba a una oficinita tétrica que estaba en calle España entre Ameghino y Rawson. Al mes de laburo ya tenía 50 clientes. A los 3 meses ya me había comprado una bicicleta para el reparto. Luego un ciclomotor con canasto. Y así me fui haciendo. Incluso luego de años, una señora que me decía todos los días 'Alejandro vos vas a progresar rápido porque trabajás mucho'. Cuando se enteró que tenía un Aveo, dejó de comprarme el diario. Porque asociaba ser diarero con la pobreza", aclaró.
Ya con su nueva pareja, llevaba a sus niños a ayudarle en el reparto. En especial por la mañana. Así sus propios hijos pudieron presenciar el estado deplorable de muchos jóvenes a la salida de los boliches.
"Creo que esa fue la mejor forma de educarlos. Ellos no tienen excesos. De hecho no tenemos ni siquiera televisión. Nosotros adoptamos la filosofía de una familia marcial. Muchos se ríen porque brindamos con agua y jugo. Y contrario a lo que muchos piensan, mis hijos practican las artes marciales por opción propia", comentó.
En la actualidad, Alejandro dicta clases en las casas de sus alumnos o en grupos. En especial porque trabaja las primeras horas del día y las de la noche con el reparto de diarios. Aunque ahora tiene dos repartidores y él en la mayoría de los casos se dedica a la cobranza cada 10 días.
Se sincera y sabe que la gente no entiende, o envidia, que disfrute de la vida. Que de lunes a sábado nade en el mar (todo el año) o que vaya a los centros de esquí del país con su familia para hacer snowbard (siendo diarero). Bucear, jugar al ajedrez o competir en pruebas combinadas.
De última, él junto a su señora educa en la filosofía oriental a sus hijos. Y disfrutan la mayor parte del tiempo viajando. Ya sea a competencias o vacacionando.
"Yo no tengo redes sociales, a duras penas tengo un celular (2976210540) donde me llaman quienes quieren tomar clases. De la época de meterme como 'justiciero' en riñas o peleas callejeras, aprendí que la gente está muy loca. Porque en más de una ocasión intervine cuando había mujeres, para que luego estas terminen defendiendo al agresor cuando se presentaba la policía", finalizó.

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