"El último día de Terranova" narra el exilio desde dos orillas

Su autor traza una historia que se inicia con la amenaza de liquidación de una emblemática librería que fue refugio de perseguidos políticos y de textos censurados por el régimen franquista, un hecho que se hilvanará con la experiencia de los refugiados argentinos en Europa durante la última dictadura militar.
En "El último día de Terranova", el español Manuel Rivas traza una historia que se inicia con la amenaza de liquidación de una emblemática librería que fue refugio de perseguidos políticos y de textos censurados por el régimen franquista, un hecho que se hilvanará con la experiencia de los refugiados argentinos en Europa durante la última dictadura militar.
En ese territorio pegado al mar, y desde donde Vicenzo Fontana -dueño de la librería- observa el horizonte, aparecerá en sus recuerdos Garúa, una montonera argentina exiliada en España. Así se abre la trama sobre la represión en Argentina, con menciones a la desaparición del escritor y guionista Héctor Oesterheld y sus hijas, y al asesinato del sacerdote Carlos Mugica.
De esta manera, la obra habla de pérdidas, pero también de lugares de protección como esa librería. Y cuenta también la vida de Vicenzo, que quedó tullido afectado de polio durante la infancia, y de su padre Amaro, que escribió una novela sobre el franquismo y la enterró para protegerla de la censura y la destrucción.
"Para mí toda novela es un viaje de descubrimiento, un laborioso proceso para avanzar contra la propia ignorancia como decía Rodolfo Walsh", dice Rivas en diálogo con Télam, al hablar sobre los personajes que fueron surgiendo a lo largo del proceso de creación de la novela, editada por Alfaguara, que se presentó ayer en la 42ª Feria del Libro.
Nacido en La Coruña pero imbuido fuertemente de cultura argentina, Rivas, que escribió "El lápiz del carpintero" y "Los libros arden mal", llegó a Buenos Aires en el grupo de integrantes de la delegación de Santiago de Compostela, ciudad invitada de honor en la Feria.

-Télam: ¿Cómo te ubicás respecto de las dictaduras en España y Argentina?
-Rivas: Me siento un expatriado, me gustaría tener certificado de náufrago, me siento muy identificado con esa especie de sombra del exilio, porque la cultura española resistió y revivió en el exilio.
Muchos encontraron afecto en un viaje transatlántico, otros crearon frente a la derrota y no dejaron de luchar: en Buenos Aires surgieron revistas, nuevas editoriales que se convirtieron en referentes culturales.
Esa historia se ha contado poco. La Biblioteca Nacional de España es impresionante, pero tiene una laguna sobre literatura del exilio. Hay una biblioteca creada por gente universitaria que se llama la "Biblioteca del exilio", hay más de 1.500 libros recuperados, cosas que parecían perdidas, porque durante 50 años fueron quedando por el camino.

-T: ¿Entonces pensaste esta obra como un homenaje a quienes sufrieron el exilio desde las dos orillas?
-R: De alguna manera hay un homenaje al exilio, a todo lo que significó. Hay un mundo anfibio: esa librería de Terranova tiene esa condición de anfibia, porque está sobre tierra, pero está como moviéndose en el mar, porque es como una galería, una corriente marina que se va uniendo con otros lugares, con América, con el exilio europeo.
Es un lugar donde uno tiene su propia psico-geografía, porque en la novela lo importante es esa geografía íntima, y por eso el narrador dice que busca en la línea del horizonte, donde está todo lo perdido, y lo busca detrás de la línea del horizonte, del exilio.

-T: ¿De ahí la sensación de pérdida que aparece en la mayoría de los personajes?
-R: Sí, de pérdida y de resistencia, lo que está encarnado en todos los personajes y especialmente en Garúa, que es una refugiada que huye de la represión y de la muerte de Argentina; pero también encarna la vuelta, el retorno del exilio, y lleva en sus alforjas esos libros, y es portadora de lo que habían llevado los exiliados, es portadora de libertad.

-T: ¿Por qué elegiste que el protagonista Vicenzo estuviera afectado por la poliomelitis?
-R: La poliomelitis es una enfermedad que tuvo efectos dramáticos masivos en España, conocí mucha gente afectada por esta enfermedad. Fue una enfermedad ocultada. Por eso detrás de esta novela, en la que confluyen varios géneros literarios, hay una historia de serie negra, porque la causa de que no se tratara a su debido tiempo la enfermedad cuando ya existían vacunas es porque se disputaban intereses por corrupción. Por eso el totalitarismo afecta el pensamiento, la cultura de la gente, pero realmente penetra en todo, también afecta los cuerpos, no solo porque los encarcela o tortura, y por eso Vicenzo dice "mi cuerpo es un manifiesto", como una metáfora de la dictadura.
A veces se decía en España que no había serie negra, pero yo digo que es mentira, porque las series negras en España son las novelas que tratan de ese período de la dictadura. Porque la mafia, la organización criminal de ese larguísimo período estaba en el poder, entonces de alguna forma son novelas de serie negra.

-T: El libro lleva una dedicatoria a Elsa Oesterheld, ¿por qué?
-R: Yo había hecho un reportaje sobre la familia Oesterheld que se publicó en la revista del diario El País, como "El desaparecido Hugo, una historia argentina". Además me habían regalado "El eternauta" y me impresionó ese libro que era una especie de profecía. Coincidí en Buenos Aires en una mesa con Elsa, por la presentación de un libro. Le dije que había leído "El eternauta" y empezamos a hablar, tuvimos una conversación de horas que siguió con una entrevista al otro día y a partir de ahí, en vez de estar diez días decidí quedarme dos meses.
Con ese reportaje la sensación que tuve es de no ser un pasajero, un turista, ni siquiera un periodista ocasional, fue una inmersión con gente que había conocido la muerte, el otro lado. Hablé con muchísima gente, de distintos lugares, fue durísimo, como hablar del franquismo en España. Para mí esa experiencia de inmersión que fue el trabajo con la familia Oesterheld me hizo llegar mucho a la gente.

-T: ¿Quién fue el librero Molist al que también aludís en la dedicatoria, en qué medida inspiró este libro?
-R: Fue uno de los primeros libreros que conocí, era de los que tenía libros prohibidos. A su librería llegaba la policía para interrogarlo, siempre estaba en vilo, era un auténtico librero. Cuando no iba a clase me hacia la taba -la rabona- iba a hablar con él porque para mí era como tener una clase maravillosa. No había nadie de mañana y estábamos los dos solos, y me quedó grabada una situación un día que entró una persona a comprar "Trilce", de Cesar Vallejo, y él no se lo quería vender. No quería vender por vender un libro al primero que entrase.
Para mí era insólito que alguien que tenía una tienda para vender ejerciera aquella protección con los libros para que no quedaran indefensos. Fue un auténtico librero, alguien que hace de una librería un lugar de memoria, de emoción.

-T: Sobre la base de esa experiencia, ¿qué significado fueron adquiriendo las librerías y los libros en tu vida?
-R: En la librería de Molist sentí la sensación de que estábamos como iguales con el librero, con las otras personas que venían, y con los autores, sentí que todos formábamos parte de ese espacio, los vivos y los muertos. Se rompía esa escisión entre vida y muerte. Se cumplía eso que querían los surrealistas de encontrar un lugar donde superar las contradicciones, la vida y la muerte, el pasado y el futuro. De alguna forma cuando las librerías están en vilo, estás con los personajes en pie de igualdad.

-T: ¿Hasta qué punto la dictadura española pueden compararse con lo ocurrido en Argentina en cuanto al daño cultural?
-R: La historia de la cultura es dramática. La propia cultura ha sido utilizada para aniquilar aquello que abría nuevas miradas.
Los inquisidores tenían mucha cultura y eran los encargados de quemar y censurar los libros. Hice un trabajo sobre el escritor español Eduardo Blanco Amor, amigo de Lorca, y perseguido no solo por sus ideas, sino por su homosexualidad que estuvo exiliado en Argentina.
Cuando intenta publicar su novela en gallego y castellano, "La Parranda", hubo un dictamen de la censura que dijo que era una historia escrita con una gran técnica, pero se recomendó su no publicación. En los años 70 se vuelve a presentar, y evalúan que es una novela escrita magníficamente, pero se recomienda eliminar ciertas partes porque pone en duda la honorabilidad de los defensores del orden.
A mí me llegó un dictamen del 75 sobre "Mascaró" de Haroldo Conti, en el que se hace un elogio de la obra, pero al final dice que "no puede dejar de ocultar su condición de obra inspirada en el marxismo, por lo que se recomienda su no publicación". Es tremendo, es el poder cultural que niega a la cultura.

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