Periodismo en la era de la convergencia

En los últimos años se ha puesto en tela de juicio el rol del "periodismo" en la sociedad argentina, no sólo como factor de poder sino también como disciplina académica y, en consecuencia, la forma de practicar y sostener los estándares de dicho oficio. A partir del impulso de políticas públicas para regular los servicios de comunicación audiovisual, conceptos como el de independencia y objetividad se han revuelto en una mezcla rara de intereses sectoriales, económicos y políticos para defender o atacar el bolsillo de propios y ajenos, lejos del provecho de las audiencias y, más lejos aún, de las reflexiones intelectuales que se requieren para entender las transformaciones que esta apasionante profesión está atravesando en los albores del siglo veintiuno.
A diferencia de lo que algunos actores políticos y sociales manifiestan, la revolución tecnológica de la información y comunicación no pone en jaque la función de los periodistas, sino todo lo contrario. Existe la falsa creencia que, a mayor disponibilidad de herramientas para difundir la palabra, el sonido o la imagen -como un celular inteligente-, menor es la necesidad de tener periodistas que se dediquen a comunicar las noticias, ya que cualquier persona, en cualquier lado, puede comunicarle a otro cualquiera, cualquier cosa. Precisamente, es el periodista el que debe velar por que dicha difusión se ajuste a la verdad, y no sea cualquiera.
Es cierto que la tecnología propone un proceso de desintermediación sesgada a partir de la facilidad de producción y consumo de contenidos, al igual que lo que sucede en otras industrias y sectores. Así como Facebook es el mayor medio de comunicación en el mundo de hoy, pero no produce ni un solo contenido, la mayor empresa de transporte privado, UBER, no tiene un sólo automóvil a su nombre. Airbnb, la compañía que más gente hospeda en el mundo, no tiene un solo metro cuadrado en habitaciones, sino que son otros dueños individuales que ofrecen a través de la red, sus servicios de hotelería. La mayor tienda minorista china, Alibaba, no tiene grandes almacenes, sino que sólo sirve de conexión entre compradores y vendedores. Y podríamos seguir así por buen rato, listando ejemplos elocuentes. Esta revolución de las máquinas, que no distingue a nadie y transversalmente cambia la forma de ver y vivir el mundo moderno, no sólo no compite con la profesión periodística en lo absoluto, sino que realza su valor y necesidad para lograr satisfacer a las distintas audiencias. A lo sumo, el desafío lo tienen las empresas y medios que no se han adaptado a esta realidad.

SEPARAR LA PAJA DEL TRIGO
En el mismo sentido que un buen medio periodístico es necesario para distinguir cualquier noticia falsa como las que pululan en las redes sociales, rumores malintencionados, o simplemente información equivocada, la era actual nos exige discernir el tipo de contenidos que las audiencias demandan. La mentada "convergencia tecnológica" que nos somete, se basa en una tendencia hacia la unificación de las plataformas y sistemas de distribución de noticias, que no necesariamente implican una fusión del contenido. Hasta hace pocos años atrás, la radio principalmente se irradiaba, la televisión se televisaba, y la prensa escrita solamente se imprimía. Hoy, todo eso es internet. En el siglo XX la función del periodista tenía que ver especialmente con el acceso a fuentes de información poco conocidas, la traducción de las mismas a formatos entendibles y una estructura empresaria robusta para hacerla llegar a los lectores. Ahora, muchas de esas funciones están a un click de distancia y el periodista tiene el desafío fundamental de capacitarse y ganarse la confianza de sus seguidores para proveerlos de esa interpretación que requieren para no confundir información con opinión, noticias con entretenimiento, o la verdad con mentiras. Sin ir más lejos, por ejemplo, una vez revelados los cientos de miles de archivos de los conocidos Panamá Papers, cualquier usuario podría leerlos desde su teléfono, pero es un equipo de periodistas de investigación el que se requiere para que todos nosotros como lectores podamos entender la envergadura de lo que ello implica.
Cuando El Patagónico se prepara para transitar los 50 años de vida en este cuadragésimo noveno aniversario, quienes conformamos los distintos equipos de trabajo nos proponemos "subir la vara" de la discusión dados los cambios disruptivos de la profesión y la industria. Porque siempre aspiramos estar en la vanguardia de la comunicación. Y gracias a ese avance, podemos celebrar en tiempos de crisis que, además de mantener nuestra calidad informativa superior, también nos hemos convertido en los últimos dos años en el diario más leído del sur argentino, por sobre cualquier otro medio tanto online como impreso, desde Arroyo Verde hasta la Antártida Argentina. Más allá de las dificultades que la coyuntura impone, gracias a los lectores y anunciantes que confían en la credibilidad y masividad de nuestra comunicación, tenemos muchos planes de crecimiento para brindar un mejor servicio informativo, de entretenimiento e interconexión para todas las personas de la región y el mundo interesadas en este terruño. Porque la principal convergencia que brindamos, es la de los millones de lectores que todos los meses se relacionan con nuestros profesionales, suplementos y plataformas para informarse antes, entender mejor la realidad y reconocerse unos a otros como patagónicos.

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