¿Quién nos cuida?

Un ladrón que ya había robado ataca a una persona con un elemento para matar, sosteniéndolo a centímetros de cambiarse el rótulo por el de asesino, por unos pesos y un celular. La víctima lo describe y la policía lo detiene un rato después a 30 metros del hecho con el teléfono robado.
Eso que pasa todos los días volvió a pasar un día más, con un condimento distinguido y singular: el ladrón jugaba a matar a alguien (que en este caso fui yo) que a una cuadra y segundos antes participaba de la recepción al nuevo intendente en el hotel más caro de la ciudad. Con tomadores de decisiones importantes cenando a metros de gente que roba y mata.
Un policía omite datos fundamentales a la hora de elevar una actuación penal (tanto el robo como la detención tuvieron testigos) y entorpece el proceso necesario.
Una fiscal le recuerda a la juez que el ladrón ya era ladrón antes y le pide que haga su trabajo, para que no sea más ladrón. Por lo menos por unos días.
Una juez pone más energías en clarificar el proceso que en proteger a la gente, y pretende garantizar la tranquilidad de la víctima cuya vida estuvo en peligro aplicando una prohibición de acercamiento que se asemeja más a una burla explícita que a un gesto de seguridad.
Con el correr de las horas, la inseguridad acapara más espacio. Un policía de civil se ve obligado a escapar de dos delincuentes, en el centro tres mujeres vuelven a robar con cuchillos. Todos tienen antecedentes. De mediar los mismos errores, estarán en la calle hoy mismo. Todo en medio de una guerra de bandas antagónicas que se cobró, en una madre que amamantaba, su última vida de la semana, aunque no haya garantías de que el "última" sea de correcto uso en este caso.
Parece un relato de Ciudad Gótica, pero no aparece Bruno Díaz vestido de murciélago para salvar a nadie, ni es la única escena de la historia, ni de la noche. Un periodista dirá que el crimen no descansa, pero a diferencia del cómic, aquí Batman duerme con los malvivientes. El lugar del superhéroe protector, aquí se muda a una mesa redonda donde los que deciden sobre la vida de la gente usan su mano izquierda y señalan al de al lado mientras todo sigue su curso.
De buena o mala fe, la policía está forzada a hacer las cosas mal. La última semana, El Patagónico mostró la cara más cruda y deprimente de quienes deben cuidarnos cuerpo a cuerpo: esta semana, los agentes egresados rompieron el cascarón y tuvieron que salir a patrullar sin chaleco antibalas y con sus propias zapatillas, porque no les dieron los uniformes completos. Quien haya alguna vez siquiera pisado una comisaría debería preguntarse si podría trabajar en condiciones similares. Edificios que se caen a pedazos, guardias eternas, cansancio físico, agotamiento mental. La sobrecarga de hechos en una sola guardia nocturna cuanto menos obliga a los agentes a olvidar detalles, saltearse caminos y equivocar procedimientos. Lo dijo quien entregó hace unos días las riendas de la fuerza: el policía es el funcionario más explotado por el Estado, que soporta las peores condiciones laborales de todos los que trabajan en sus estamentos y que se lo utiliza con múltiples propósitos, inclusive políticos. Convivencias con presiones inimaginables que no sólo se combaten con un reluciente patrullero patente 2015. Por otro lado, la aparición de un preso ahorcado en una comisaría, el jueves pasado luego de denunciar a un agente y a pocos meses de recuperar su libertad, atrae demasiado a la sospecha y no ayuda a mejorar la imagen de la fuerza pública en este momento crítico.
Más allá de los dictámenes habituales, la Justicia no ofrece explicaciones por la enorme cantidad de reincidentes que salen casi tan pronto como entran. Jueces que no actuarían en consecuencia si pasaran las vivencias de las víctimas. La magistrada penal Raquel Tasello, esta semana volvió a hacer caso omiso al prontuario de un delincuente. Ella fue quien, hace tres años, liberó bajo domiciliaria a un hombre con antecedentes de violación y secuestro. Luego del beneficio, el psicópata que ya fue psicópata capturó a una joven y la obligó a atravesar caminando media provincia. El accionar de la juez hace recordar el caso de Axel López, soltador serial de ex condenados que volvieron a violar y matar. Su labor fue puesta bajo la lupa en un jury que determinó que "actuó del lado de la ley" y rechazó su destitución.
Será la ley, entonces, otro aspecto a revisar. Y allí entra la política y sus intérpretes, quienes tampoco tienen más lugar para mirar hacia afuera de este embrollo. Si hay que reformar Constitución, Código Procesal Penal u otros métodos para hacer que quien deba proteger así lo haga y quien deba ir preso vaya preso, el momento es ahora. No mañana, tampoco en un año. La gente los ha elegido y ahora les toca a ellos decirle a esa gente, a todos nosotros, de qué lado están y quién nos va a cuidar.

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