Un viaje por la tierra de mi padre

El escritor argentino Andrew Graham-Yooll relató lo que significó conocer Escocia, el país de su familia.
Todos buscamos un destino ideal. Algunos lo encuentran. Desde chico lo busqué en Escocia. El país de mi padre. Pero cuando finalmente llegué en 1976 a Edimburgo de donde mi padre emigró a Buenos Aires, luego Río Negro, en 1928, yo no pertenecía a su ciudad natal, la de los abuelos, bisabuelos y de antes también. El viejo se fue, como miles de otros hombres y mujeres que salieron a buscar mundo.
La mayoría se fue para no volver jamás. Quizás fueran aceptables los que acumularon algún dinero.
Edimburgo es señorial y soberbio, elitista como pocos. Su clima alcanza a ser algo templado durante un mes y medio. Junio y julio. Sin embargo, la atracción, no, la fascinación, que siento al pensar en Edimburgo, visitarla, poder caminar y sentir esa capital de un país tan pequeño es ineludible. El aullido de las gaitas me hace añorar hasta las lágrimas. Mi hijo londinense me regaña, "Papá, ¡no te puede gustar música tan horrible!".
¿Qué añoro? La ciudad de los antepasados, la fantasía de un lugar donde siempre, nunca viví.
Visito y siento estar de vuelta, aunque nunca fue mi hogar. La familia está en todas partes. En la Galería Nacional de Arte cuelgan óleos de unas primas, un tío abuelo fue chatarrero en el puerto de Leith, otro primo lejano era dueño de casi todos los cines en la elegante y central Princess Street, frente al castillo y mirando al monumento del escritor nacional, Sir Walter Scott (1771-1832).
En un suburbio hay un par de monolitos que homenajean a tíos médicos cuya memoria aún se honra. Camino a Leith está el portón de hierro y nombre de la casa, Heatherlie, donde nació mi padre.
Edimburgo se convierte cada año, entre junio, julio y un poquito de agosto, en sede del festival de arte y cultura más grande de toda Europa. Se puede sospechar, aun sin evidencia, que algo de esa fama pesó en el referéndum por la independencia de septiembre 2014. La juventud que votó por romper la unión con Inglaterra pensaba que Edimburgo podía llegar a ser la capital cultural de Europa. Los independentistas fueron derrotados.
Caminar por las callejuelas de la ciudad vieja, ante las fachadas de siglos, sobre la Calle del Castillo, es respirar ese pasado injusto y cruel de bancos y aseguradoras cuyas direcciones impusieron la fama del Edimburgo financiero como el más confiable de Europa. ¿Qué tiene de especial eso? Pues, el hecho que la ciudad de los siglos sigue estando, bajando del castillo hasta el nuevo Parlamento, donde preside la Primera Ministra Nicola Ferguson Sturgeon, del partido nacionalista gobernante. Al lado está el palacio de Hollyroodhouse, residencia oficial de la reina de Inglaterra cuando se presenta por ahí.

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