Zacarías Marco: "Joyce trabaja con las astillas de la lengua"

Traducida íntegramente por el argentino Marcelo Zabaloy para la editorial El Cuenco de Plata, "Finnegans Wake" es una obra que no había sido editada en castellano, de la que hasta ahora se conocían sólo fragmentos aislados en español.
A partir de una nueva edición del "Finnegans Wake" con traducción del argentino Marcelo Zabaloy, el ensayista y psicoanalista español Zacarías Marco traza nuevas lecturas sobre esa obra con la que el escritor irlandés James Joyce se sitúa en un límite y trabaja "con las astillas de la lengua", en lo que se podría definir como una operación que pone al descubierto "lo real que inunda la palabra y lo real que perturba lo simbólico".
El libro, publicado por la editorial El Cuenco de Plata, es un tour de force sobre la experiencia de los límites del lenguaje del que se conocían hasta ahora sólo fragmentos aislados.
Zacarías Marco, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP), especialista también en la obra del irlandés Samuel Beckett y autor de "El tejido Joyce", "Palabras desalojadas" y "Dípticos", entre otros, mantuvo una charla telefónica con Télam desde España.

- Télam: ¿Qué lugar creés que ocupa el "Finnegans Wake" en la obra de James Joyce? En particular, su relación con el Ulises.
- Zacarías Marco: Desde que era conocido como Work in Progress, esto es, mucho antes de su publicación, y siguiendo las consideraciones del propio Joyce, se ha venido considerando su última obra como el libro de la noche, en relación al Ulises, el libro del dí­a, que inmortalizó de manera tan paradigmática aquel 16 de junio de 1904.
Si bien Joyce, como él decí­a, puso a dormir en su última obra al lenguaje, lo que implicaba un salto, una pirueta artí­stica de primer orden, lo hizo a partir de una continuidad, digamos a partir del trampolí­n que le proporcionaba el último capítulo del Ulises, el monólogo de Molly Bloom, el chorro de conciencia en duermevela que tan gozosamente vierte Molly regalándose a sí misma el último placer antes de alcanzar el sueño.
Algo parecido sucede con la última parte de "Retrato del artista adolescente", la parte del diario, que prefigura claramente el fluir de la conciencia del Ulises. El salto es evidente pero desde una concepción general que considero unitaria. Me arriesgo a contradecir al propio autor, quien comentó a su amigo Jacques Mercanton "que se vuele el puente, con tal que haya hecho pasar antes mis regimientos", pero creo que se refería a los aspectos prácticos de su nuevo programa artístico. Ello no impide que en "Finnegans Wake" estén "Retrato..." y "Ulises" retrabajados de acuerdo a la nueva técnica.

- T : Mucho se ha escrito sobre Joyce como un escritor que "suma" y de Samuel Beckett como un escritor que "resta", quizá hasta llegar al silencio. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
- Z.M.: Se ha insistido mucho en el silencio y no cabe duda de que hay motivos de sobra para ello, pero es un silencio desde la escritura. Por eso no diría que llega al silencio: eso hubiera significado dejar de escribir y Beckett no dejó de dar otra vuelta de tuerca, de producir otro pequeño texto que partiera también de la imposibilidad.
Y con respecto a la división clara entre los dos, el que suma, el que resta, una diferenciación que viene del propio Beckett, hay que estar necesariamente de acuerdo, pero hay que tomarlo como un punto de partida. Siempre que repetimos algo tenemos la costumbre de creer entenderlo todo y nos dejamos de preguntar, por eso hace usted bien en preguntar sobre lo que se supone que ha quedado zanjado. Son las mismas preguntas las más necesarias. Qué hace Beckett cuando resta, qué hace Joyce cuando suma.
Beckett recorta el lenguaje para producir el vacío donde se escuche el alarido. Pero no puede impedirse un movimiento inmensamente creativo que produzca una arquitectura diferente para cada texto, una nueva geometría que alberga a su vez los ecos del lenguaje -mala hostia y humor incluidos-, siguiendo un principio de descomposición y de deterioro.
La suma de Joyce va encaminada a una curiosa universalidad producida por una incesante puesta en continuidad de todos los registros imaginables. Su gusto por Giordano Bruno, equiparando los opuestos, y por Giambattista Vico, con sus concepciones cíclicas de la historia y de la poética, no es casual. Joyce es el círculo o la espiral donde todo se retoma una y otra vez, buscando incluirlo todo, todo lo conocido, todo lo hablado, todo lo pensado, en una continuidad que rechaza la separación, el corte, la castración, que es el lugar Beckett por antonomasia.

- T: Como sea, ¿es el "Finnegans..." la cumbre de esa caracterización?
- Z.M.: Sí, necesariamente es así­. Joyce entregó todas sus fuerzas en la consecución de su último proyecto y cuesta mucho imaginar que pudiera tener continuación. No creo que sea posible pensar más allá de eso en términos joyceanos. Se sabe que comentó que le gustarí­a escribir después algo fácilmente comprensible, y hubiera podido hacerlo -como escribió el maravilloso poema Ecce Puer en un estilo que nada tiene que ver con "Finnegans Wake"-, pero no lo hizo.
Creo que hay una lógica clara en su escritura que va de la epifaní­a a la descomposición de la palabra del "Finnegans...", un trabajo cada vez más preciso sobre lo real que inunda la palabra, lo real que perturba lo simbólico, y Joyce se deja guiar por ello. Hasta el final y pese a quien pese. Joyce trabaja con las astillas de la lengua, una desconexión que es para él originaria.
- T : ¿Cómo es posible traducir un libro como éste sin alterar su color tímbrico?
-Z.M.: Traducir es siempre alterar, esto es inevitable, pero debe alterarse para producir en la nueva escritura un color tímbrico desde el respeto a la lengua de la traducción. No es ir de una lengua a otra: se parte de otra lengua. En caso contrario el empobrecimiento es mayúsculo. Salimos entonces de la perspectiva purista. La traducción es una escritura, debe serlo. Para mí tiene un alcance creativo de primer orden.
Y bueno, naturalmente no se trata tampoco de hacer alteraciones "creativas" sobre el texto original, partiendo de una falta de respeto al mismo. Esto es terrible, lo peor. Cuando estudiaba francés leí una edición bilingüe de "Las flores del mal" donde entendía mejor los versos de Baudelaire que los del traductor, quien no podí­a impedirse "mejorar" en cada verso el original. Eso no es traducir, pero tampoco debe caerse en su contrario. No habrá nunca una traducción definitiva, cada uno está autorizado a hacerse la propia.

- T: Si Beckett alguna vez fue considerado parte de la vanguardia, ¿cómo pensar a Joyce, a la totalidad Joyce en relación a las vanguardias artísticas del siglo pasado?
- Z.M.: Anthony Cronin titula su biografía sobre Beckett "El último modernista", está bien, es un buen título. Podemos entender a Beckett dentro de un movimiento que trabaja el lenguaje llevándolo a los límites de lo imaginable, dinamitando el sentido y dinamitando la dualidad forma-contenido. Beckett parte de ese movimiento de vanguardia que giró, en lo que a la escritura se refiere, alrededor de Joyce, pero también es cierto que acaba haciendo algo que yo ya no ubicaría bajo los parámetros de un movimiento. Beckett se independiza de Joyce y creo que también del modernismo.
Y si Beckett se sale -aquí­ ya no me parece tan bueno el título de Cronin- ¿cómo podemos pensar a Joyce desde nuestro presente? Creo que es inevitable pensar que también se sale. Todo gran escritor va más allá del movimiento, completamente.
No se trata de desentenderse de la historia, está ahí y sin duda es capital, pero no podemos utilizarla para reducir de esa manera a un autor. Joyce está vivo para nosotros, introdujo un trueno en la lengua que no desaparecerá. No utilicemos la historia para intentar domesticarlo.

- T: Finalmente, ¿qué es lo que Jacques Lacan lee (o escucha) en Joyce, como para dedicarle uno de sus últimos seminarios?
- Z.M.: Lacan hizo lo mejor que se puede hacer con Joyce, se sirvió de él para crear algo propio. Ocurre con ambos algo parecido, no se dejan atrapar, no se dejan tematizar, ningún atributo les conviene, el movimiento innovador es una constante donde todo lo anterior se redibuja una y otra vez, eso es lo más maravilloso de ambos y lo que resistirá siempre a toda interpretación reductora. Creo que Lacan queda impactado por la fuerza del saber hacer de Joyce por fuera del sentido.
Pareciera que Lacan no tiró nunca la toalla. Tampoco frente a la psicosis. Y tuvo la genialidad de observar la pretendida "normalidad" desde la locura. Pensar desde el encuentro con lo real, desde aquello que se resiste a todo sentido. Pensar la neurosis misma como una defensa, siendo freudiano en ello, pero dando el paso de poder operar desde otro lugar.
Freud dijo que el psicoanálisis debí­a proporcionar el hilo que nos saque de las determinaciones del inconsciente. Lacan tira de los hilos de Joyce, un desabonado del mismo, para ver cómo es posible operar directamente sobre lo real sin la herramienta (fálica) del sentido y sin sucumbir a los fenómenos de la psicosis. Joyce mantiene el tipo frente a esa desconexión y consigue crear algo.

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