Deben ser los “gorilas”, deben ser

 La movilización del 18F fue numerosa en Buenos Aires y en todo el país. En Comodoro Rivadavia, por ejemplo, 500 personas se concentraron en la plaza San Martín y desde allí, en silencio como era la consigna, desfilaron por el centro. Algo similar sucedió en Rada Tilly y en la mayoría o totalidad de las ciudades de Chubut.

Antes y después de la concentración, tanto en pintadas callejeras como en declaraciones de las principales “espadas” del oficialismo, se salió al cruce de la manifestación, a la que vincularon con un intento de golpe, que caracterizaron como blando, y a otras maniobras desestabilizadoras de la oposición externa e interna.

Lo ocurrido el miércoles era previsible y no sólo porque los medios hegemónicos convocaron, sino porque -aunque se niegue y se sobreactué- lo sucedido con el fiscal Alberto Nisman es una situación de extrema gravedad que se potencia ante una estrategia equivocada del Gobierno que, en lugar de sumarse y ponerse al frente del reclamo, se colocó en la vereda contraria, desde donde ve fantasmas que no existen.

En ese marco de situación, sin tomar en cuenta la gravedad y la implicancia del tema, el oficialismo optó primero en negar lo sucedido, luego no tuvo más remedio que aceptarlo, porque es muy diferente discutir sobre algo “abstracto”, como puede ser un número inflacionario que en algo tan concreto como un cadáver, para finalmente confrontarlo.

En esa contienda que se está viviendo desde hace más de un mes, cualquiera que reclame lo básico que es la justicia y una investigación seria de uno, insistimos, de los sucesos más importantes y graves de la política institucional desde el regreso a la democracia, es caracterizado como “gorila” y es emparentado con sectores tradicionalmente golpistas, sectarios y antidemocráticos en definitiva.

Es este Gobierno, sobre todo el de Néstor Kirchner, el que logró recuperar la acción política, y la que puso en agenda y en acción la recuperación, aunque sea parcial, de muchos aspectos básicos de la vida democrática que los verdaderos “gorilas” intentaron silenciar una vez más. En función de estos hechos concretos, más allá de los errores y de las gradualidades de los logros o búsquedas, mal puede esta gestión, en consecuencia, ignorar lo que significa tener a la gente movilizada y en la calle.

Aquellos que fueron a la marcha o la acompañaron por televisión no necesariamente compraron lo dicho por Clarín o TN, no necesariamente comparten visiones y espacios políticos con esos actores de la oposición que, lamentablemente, en lugar de mostrarse compungidos estaban sonrientes porque ellos, equivocadamente y en poca señal de dolor y respeto, cuando ven una multitud también hacen cálculos electorales.

Los que se movilizaron, al menos el 99%, si compartieron un simple y sincero reclamo de justicia, que esperemos que, contra todas las dificultades y los testimonios falsos, contradictorios o interesados, alguna vez se conozca pero no por Nisman y su familia, ni por su denuncia que efectivamente puede ser o no afiebrada, sino por la calidad de la República y de la democracia que supimos conseguir, pese a los medios hegemónicos y a los verdaderos “gorilas”.

Vincular la movilización a los “gorilas”, término que con justicia se hizo grande y conocido en los albores del peronismo a partir de un programa cómico que así caracterizó a los rumores de golpes o de reacción contra las transformaciones importantes que se impulsaban desde el Gobierno, no sólo es un error, también es ofensivo para la misma historia del peronismo y de la Argentina.

Es el Gobierno, el legítimo representante del Estado, el que se tiene que poner al frente del pedido de investigación y de justicia porque, en definitiva y como acá mismo se escribió, fue el más perjudicado con la muerte (todavía no sabemos si fue suicidio u homicidio) del fiscal Nisman. Si como el propio Gobierno cree que la muerte fue responsabilidad de la mano de obra nunca desocupada de los servicios de inteligencia, lo que hay que hacer es asumir el papel de víctima y no ponerse en.

En definitiva: se trata de asumir y enfrentar el problema y no mirarlo de costado o con una mirada de desprecio, porque si realmente hay una maniobra desestabilizadora detrás y a partir de esta triste muerte, lo que hay que hacer es desenmarañarla pero activa y profundamente, no a partir de espasmos (como la nueva Ley de Inteligencia), olvidos y enojos.

Pararse frente a lo sucedido en el caso Nisman haciendo cálculos electorales hacia octubre, no sólo es un error sino también es suicida, y en este caso las pruebas de los errores cometidos estarán a la vista y estarán claros. Esto cabe tanto para el oficialismo como para la oposición, que tampoco puede regodearse de lo sucedido porque si lo sigue haciendo, y por más que sea probable que junte más votos que los previstos antes del 18F, tampoco podrá mirar de frente a quienes, sin ser “gorilas” y sin pensar en octubre, se movilizaron a conciencia.

Fuente: Saúl Gherscovici

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