El libro "Diario de Máscaras", la escritora Luisa Valenzuela nos acerca a esos misteriosos artefactos que desde tiempos inmemoriales forman parte esencial de los rituales de Carnaval y cuya búsqueda la llevó a diferentes geografías del planeta, para constatar la imposibilidad de definirlos en su multiplicidad de sentidos y quedar atrapada en la inefable fascinación por ellos.
En una entrevista con Télam, Valenzuela se refiere a este libro, recién publicado por Capital Intelectual.
- Télam: "Nunca es el hombre menos sí mismo que cuando habla de su persona. Dadle una máscara y os dirá la verdad". Esta frase que citás de Oscar Wilde acentúa el aspecto revelador de la máscara...
- Valenzuela: El genial Oscar Wilde entendió de inmediato la ambivalencia vital de la máscara, que oculta y a la vez revela. Lo saben muy bien los actores, que al colocarse la máscara puede entrar en contacto mucho mejor con los propios sentimientos.
- En el libro emerge la viajera que encontró una llave -la máscara- para adentrarse en lugares muy disímiles y decodificar aspectos esenciales de una cultura ¿Tuviste esta percepción?
- Me parece muy perspicaz la metáfora de la llave. Yo la encontré en forma más bien inconsciente para enriquecer mi pasión nómada, para darle una forma. Otros usan la máscara para abrir distintas puertas: la del espacio sagrado, la de la alegría, la del misterio, la del secreto, la del arte, la del pavor...
-¿Encontraste elementos comunes en los carnavales de Latinoamérica? ¿Dónde hay una tradición más rica?
No hay duda que México es el más rico en ese aspecto. Y no sólo por los carnavales, también en cada fiesta patronal bailan las máscaras, en honor al Santo o en contraposición, desafiando el poder de los españoles o burlándose de él. A veces se vuelven muy violentas pero siempre respetando ciertos códigos.
El elemento común que más me llamó la atención es la máscara de diablo. Aparece en la América Hispánica, en ese sincretismo inevitable cuando los misioneros inculcaron el cristianismo y los nativos lo interpretaron a su modo, asumiendo la figura del Malo con ironía, de manera festiva, porque no hay nada mejor que reír de los estigmas que el otro -a veces enemigo- pretende endilgarnos.
- En el relato surge la imposibilidad de definir a la máscara, de ver cómo se integra a escenarios diferentes o se singulariza en su propia realidad. ¿Cuál de todas te impactó más y por qué?
- La máscara, por antonomasia, es la ambivalencia misma. Y la multiplicidad infinita. Al respecto dos zonas son las más cercanas a mi corazón. México por un lado donde la máscara sigue muy viva en todo su esplendor y diversidad y Mali. En particular la etnia Dogón de Mali, en el Africa subsahariana, porque tienen una noción muy compleja y sabia de todo lo que la máscara representa, su simbología y su proximidad incuestionable con el lenguaje humano.
TEXTO MULTIPLE
- Desde distintas perspectivas en el texto aparece el viaje, la escritura y las máscaras ¿Cómo llegaste a enhebrar esta ecuación?
- Ese entramado afloró con toda naturalidad porque pude aunar mis pasiones y mi forma de conectarme con el mundo. Por un lado yendo de acá para allá, sumergiéndome en su misterio, el que las máscaras representan y ponen en acto. Al fin y al cabo, son intermediarias entre los seres humanos y las deidades. Entre lo profano y lo sagrado, son los más vitales de los objetos inanimados, las piezas de arte que sin querer ser arte bailan con nosotros.
Además, este libro me sumergió en la vasta biblioteca al respecto que fui acumulando durante años y viajes. Este Diario permitió homenajear el centenar de máscaras que tengo frente a mí, extraña compañía, y recordar a aquellas que, cargada de asombro y a veces de pavor, admiré en mis incursiones por rituales, fiestas patronales y populares, carnavales de todo color y laya.