El dilema de todos los mundiales

Una de las dudas o incógnitas que no se podrán despejar nunca, salvo para los creyentes, es si hay vida después de la vida o de la muerte. El hombre también se pregunta, desde que piensa, para qué está aquí y qué lo trajo a este lugar.
En época mundialista hay otras dudas, que son tan crueles, pronunciadas y persistentes, como las nombradas. La principal, está claro, es ¿por quién hinchamos en cada partido en el que no esté comprometida nuestra selección?
Son muy pocas las personas que pueden ver un partido de fútbol de manera imparcial. Aunque no tengamos nada que ver con los dos equipos que están en competencia, necesariamente, por la competencia y el placer mismo, tenemos que inclinarnos por uno; de lo contrario el juego carecería realmente, por más bueno e intenso que sea, de emociones.
Sería algo así como sentarse frente a un lavarropas y ver cómo la ropa va girando. Aún en ese caso, creo que terminaríamos hinchando porque el buzo azul caiga antes que la servilleta cuadrille.
Por formación o mal formación, la mayoría necesariamente tenemos que ponernos de un bando, elegir un equipo, una camiseta y sufrir y gozar, como si fuera realmente el nuestro, de acuerdo a las circunstancias.
Cada uno tiene su modo por definir sus preferencias. Algunos, me consta, eligen a quienes saben que pueden ganar, es decir a los poderosos, como para participar del juego de alentar pero sin presiones ni sufrimiento.
Este mecanismo de selección es, evidentemente, como una venganza de lo que algunos sufren durante todo el año con sus equipos del fútbol doméstico, a los que se los ama pero también se los sufre. No es mi caso, aclaro.
Otros eligen por el color de camiseta, juro que es cierto. Otra variable es un gusto por determinado técnico (por ejemplo yo sigo cualquier equipo en el que Bielsa sea el DT), y otra variante parecida es alentar por la selección que tenga un jugador que nos guste, y así muchos hinchan por Costa de Marfil por Didier Drogba, y está bien que así sea.
Mi mecanismo es casi ideológico, digamos, y no está mal porque, al fin y al cabo, los Juegos Olímpicos fueron inventados por los griegos para suplantar a las guerras.
En concreto, luego de Argentina, siempre hincho por los equipos sudamericanos (sea el que fuere, incluido Brasil), posteriormente por los centroamericanos, y finalmente si no hay ninguno de esos en competencia por el equipo más débil.
Hay excepciones, claro, porque por más que Estados Unidos se encuentre ubicado en América del Norte, siempre hincharé por el equipo contra.
El problema es que, a veces, como en la vida, aparecen contradicciones, porque el que está enfrente del que elegimos por este concepto ideológico, juega mejor o tiene “players” descomunales, que divierten, etc. En ese caso hay que hacer tripas corazón y aferrarse al plan establecido y respetarlo.
En caso de contradicciones, que se dan como fue el partido entre Estados Unidos y el Portugal de Ronaldo, jugador aborrecido por los argentinos, también hay que respetar la base doctrinaria, aunque no guste o nos cueste.
Si Ud tiene dudas por quién alentar, la cuestión se resuelve sola. Bastará con que se siente delante del televisor y verá que, pese a las pertenencias y posiciones ideológicas, muchas veces, al comenzar a ver el partido, Ud quiere otra cosa que lo que le ordenó su cabeza y base doctrinaria.
En ese caso, no dude, porque su organismo y su ser, con claridad y sin traición, le están diciendo que tiene que alentar por el otro, y está bien que así sea porque ya se sabe que ¿el corazón tiene razones que la propia razón nunca entenderá? 

Fuente: Saúl Gherscovici

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