El riesgoso territorio de la intolerancia

Por Walter Leunda

Todos los procesos electorales realizados en el país han dejado innumerables lecturas, observaciones, expectativas y análisis.
Por un efecto curioso de expansión de la opinión pública, las interpretaciones se mudan del terreno de la política para instalarse en otro sector: el de los posicionamientos de la moralidad y de la apropiación del derecho de juzgar a los demás. Curiosas  son las lecturas sobre la reciente  elección en la CABA y las opiniones del rosarino  Fito Páez.
El mejor alumno de Charly hizo público su pensamiento, que tuvo más de catarsis que de análisis pensante del resultado de una elección. Y en sus palabras, el creador de “Dale alegría a mi corazón” sacó del interior mucho de bronca y tuvo conceptos durísimos.
En su escrito describió  intolerancia. Pero más allá de querer manifestar una opinión, con un claro posicionamiento, lo que Fito transmitió fue la descalificación ante ciudadanos que no piensan como él. El músico describió como “gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma”.
Y tras esas palabras sobrevino un mar de repercusiones, a favor y en contra, de acuerdo y en desacuerdo. Y lo que se reprodujo es la eterna antinomia que reina en la Argentina: los unos y los otros, los del norte y los sureños, los gobernantes y los gobernados, los de aquí y los de allá, los de Boca y los de River. Una cultura de la rivalidad que nos es propia a los argentinos, pero de la cual pareciéramos no poder despegar. Y en esta discordancia de opiniones, de voces, la sociedad vive una  condición de  riesgo, una sociedad que quiere callar, defenestrar y desarticular, si fuera necesario, al que piensa diferente.

RECONOCER
Lejos siempre quedan lejos los análisis electorales de la votación. Y no se trata aquí de analizar el discurso de este brillante músico rosarino, sino de mencionar que tal situación muestra como está la sociedad.
Hay una palabra como elemento común de todas las manifestaciones que surgieron tras la opinión de este músico. Algo que también lo incluye.
Todo concepto es libre y valorado, pero existe una frontera de la opinión que limita con la bronca, la envidia y que si se cruza, aterriza en el descrédito, y en el desmerecimiento.
Y lo riesgoso de descalificar  es el ingreso a una zona de la que no se puede regresar;  el territorio de la intolerancia, esa palabra perversa.
Se trata de una región muy cercana a la prepotencia y al sectarismo, aliado a la ceguera. Tal vez este sea el gran enemigo,  que construye sobre un terreno que no admite, que recrea la anulación y convierte –automáticamente-- al que piensa distinto en un enemigo.
Y el no razonamiento, la falta de pausa para repensar, lleva a ciegas a un sitio donde todo se reprueba. Porque, sin dudas, ese pueblo que ha descripto Fito asiste a sus recitales, en una comunidad en la que él mismo convive. La misma que en las próximas elecciones presidenciales votará diferente, no tendrá ese pensamiento Pro; pensamiento que solo se circunscribe a contiendas en la Capital Federal. La ciudadanía toda, en su conjunto, para gobernar el país piensa en otro proyecto absolutamente diferente.
Es fácil descalificar al otro, describirlo negativamente, cuando no se reconoce en ese otro. Cuando se mira lejano, como perteneciendo a una élite pensadora, es cuando se atribuye el título de juzgadores de vivos y muertos, sin verse como parte de esa misma escena que se critica.
Cuando se vive alejado de los mismos ciudadanos que forman una sociedad, se corre el riesgo de opinar sin medir las consecuencias.
Y es allí donde la intolerancia gana la batalla y sale la más cruda expresión de las frustraciones propias y ajenas.
Y Argentina es un país de frustraciones, donde cualquier resultado sirve para aferrarse y sacar lo peor del ser humano. Sino, bastará mirar los comentarios que recibirán Batista, Messi o Tévez por errar el penal. Si todos los sentimientos de frustración se mezclan, el cóctel es riesgoso.
Tal vez un tiempo después la calma regresa al interior y se recapacita sobre lo expresado.

SOCIEDAD SANA
Lo peor de todo es que, en ese estado, es muy difícil edificar. Y la sociedad necesita de consensos para construirse sana. Se necesita poder palpar la convivencia,  que nuestros gobernantes la sientan porque ellos tienen responsabilidades en la conducción de las políticas para que todos vivamos mejor.
Si hay un legado que ha dejado la dictadura militar es la intolerancia. Nefasto pasado que no hay que olvidar.
En el país se luchó por la democracia, para que ésta sea la llave para oír a todas las voces. Pero hoy, con veintiocho años de vida, las expresiones de descalificación nos depositan en un escenario desfavorable. Y no expresan estas palabras un sesgo de apoyo al macrismo. Muy lejos se encuentra esta columna del pensamiento del PRO y de Mauricio Macri. Pero la revitalización de las instituciones democráticas comienza por manifestar tolerancia con el que piensa distinto.
Antonio Maura y Montaner fue un estadista y escritor español que fue cinco veces Presidente del Consejo de Ministros de España. A él pertenece la siguiente expresión: “La tolerancia significa enterarse cada cual de que tiene frente a sí, a alguien que es un hermano suyo, quien, con el mismo derecho que él, opina lo contrario, concibe de contraria manera la felicidad pública”. No sigamos los impulsos; no son más que rumbos del momento.

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