El surf de moda: el boom de aprender en los viajes

El crecimiento del nuevo deporte olímpico se palpa en las miles de personas que llenan los trips a la costa para cumplir un sueño. Conocé las historias y lo especial que se vive una experiencia que va más allá de lo deportivo.

Las caras lo dicen todo y explican cómo el alma se va transformando en un proceso de pocos días. Cuando se suben al minibus en Buenos Aires, sin conocer a nadie, los gestos muestran una mezcla de timidez, una dosis fuerte de lógica incertidumbre y una pizca de ilusión. Cuando llegan a Miramar, tras un viaje largo, se nota el cansancio, la rutina de una larga semana todavía está a cuestas, aunque crece la esperanza de que la ansiada escapada sea todo lo que imaginaron. Cuando a la otra mañana se meten al agua y experimentan las primeras sensaciones del surf, esas caras ya no son las mismas.

La energía es otra, las sonrisas brotan, aun cuando los palazos en el agua han sido más que las veces que pudieron pararse en la tabla. Pero ya nada importa. Ahí comienzan una transformación que, en algunos casos, será definitiva en sus vidas. Entonces, cuando se suben al transporte para volver a casa, ya no hay tensión en el rostro, están bronceados, relajados y felices porque el fin de semana largo les dio más de lo que esperaron. Regresan con nuevos amigos, habiendo conocido el abc del deporte que les llamaba la atención y sobre todo experimentado esa sensación única de cabalgar una ola arriba de una tabla.

Por eso el retorno no tiene tristeza. Se van ilusionados y pensando cuál será la próxima vez que podrán meterse al agua. Sensaciones que explican el impactante crecimiento de este deporte que ya fue panamericano en Lima 2019 y será olímpico el año que viene en Tokio. El surf es adictivo y logra que cada día más gente quiera dejar atrás los prejuicios y miedos para sumarse a esta tribu. En esta nota vas a conocer el por qué del boom y los motivos que explican que los surftrips sean una nueva tendencia entre jóvenes y no tan jóvenes.

En cada viaje, generalmente organizados para los fines de semana largos o fechas clave como Año Nuevo, Carnaval o Semana Santa, el número de inscriptos de cada empresa oscila entre 35 (si es invierno) y 65 (entre noviembre y abril), luego de consultar en Aloha, la Surfería y Surfaris, tres de las empresas que funcionan en Miramar, hoy la flamante capital de los surftrips. La mayoría que contrata el servicio no surfeó nunca o lo hizo poco. Tampoco tiene familiares o amigos que lo hagan. Entonces considera que el viaje grupal es la mejor opción. Algunos, por caso, eligen un servicio más de aventura como el de Surfaris y otros más el premium de Aloha, aunque hay opciones más ambiciosas, como viajes a Brasil y México.

El promedio de edad está en los 35 años, coinciden, aunque es muy normal ver chicos de 19/20 o algunos de 55 y hasta 60. Incluso familias enteras se suman, sobre todo para que los más chicos puedan disfrutar de un deporte que atrae. Llama la atención que el 70% de los grupos esté compuesto por mujeres. La explicación las dan las propias chicas. “No tengo dudas que tiene que ver con la tendencia mundial, con nuestro empoderamiento. Queremos más independencia, más libertades. Hacemos lo que nos gusta, sin importar lo que digan”, explica Daniela, quien llegó de Bahía Blanca luego de que su novio no la dejara por años hacer este trip, ni siquiera con su presencia.

A Cristina, porteña de 39 años, le pasó lo mismo. “Yo hacía cinco años que quería venir pero estaba casada y no podía venir por los celos de mi marido. Ahora, ya separada, es otra cosa”, dice, sonriente, quien arrancó con montañismo y snowboard antes de conocer el surf. Matías aporta su teoría sobre la menor cantidad de varones en los viajes. “A los hombres tal vez nos cuestan más los grupos de desconocidos y si nos animamos a algo nuevo tal vez preferimos hacerlo con amigos. Pero, claro, no siempre es fácil coordinar y por eso elegimos esta opción que termina estando bárbara”, opina.

“La idea es que la gente viva en forma directa nuestro estilo de vida y la cultura de playa que tanto apreciamos. Nosotros ofrecemos una experiencia de surf, con el eje deportivo como el principal, aunque no es el único. Hay más que agua. Tenemos otras actividades: clases de yoga, sesión de masajes, un fogón de tarde-noche en un bosque increíble pegado a la playa, una visita a una fábrica de tablas para conocer el proceso de construcción, un servicio foto-análisis para corregir errores y marcar virtudes, y la mejor gastronomía al pie de la playa porque el objetivo es que, de la mañana a la noche, vos puedas vivir en su totalidad lo es que gozar de lo que te da el mar y la arena”, cuenta Francisco Morea, uno de los cinco socios de Aloha, la empresa con el servicio más completo de la costa argentina cuya info podés encontrar en surftrips.com.ar. “Nosotros somos cinco surfistas y amigos que hace 15 años que estamos en el ambiente en distintos roles y hace dos años nos unimos para seguir viviendo de lo amamos. Nos da mucho placer hacerlo”, agrega. Con Aloha no tenés que preocuparte por nada, sólo de subirte al bus y disfrutar la experiencia. Tiene el sistema all inclusive, “podés dejar la billetera en tu mesita de luz”, aclara Morea: ida y vuelta en minibus, todas las comidas y actividades, y por supuesto las clases de surf con trajes y tablas incluidas.

“El surf es más difícil de lo esperado, pero me divertí más de lo que pensé. Me reí mucho, incluso con los golpes que me di (se ríe). Me sentí libre, ni expuesta ni juzgada porque todo estamos en la misma situación, aprendiendo algo nuevo”, explica Cristina. “Más allá que el enfoque está puesto en lo acuático, lo otro no puede fallar para que sea una gran experiencia social. Y eso es lo que notamos que pasa. Se genera una burbuja energética muy especial y el viaje termina siendo mucho más que surf”, explica Andrés Pestana, uno de los dueños de Surfaris.

NI EL FRIO LOS PARA

La motivación que genera el grupo y el surf es tal que incluso en invierno, con el agua a tres grados, la gente viene y se mete. “Cuando tres o cuatro encaran, todos entran. Nunca nos pasó que alguien que, estando acá, no quiera hacerlo”, aporta Francisco Allende, otros de los socios. Nico, un muy bien conservado hombre de 55 años que se dedica a las finanzas, es un ejemplo. Debutó justamente en agosto pasado, “con un frío que ni te cuento”. Costaba salir de la cabaña, aclara, pero no dudó en meterse. Y tanto se copó que ahora volvió en noviembre, con claros avances que le permiten empezar a bajar olas de un metro. “Pasé la prueba de agosto, me copó mucho el deporte y todo lo que se genera”, explica.

No sorprende que varios repitan la experiencia en otra fecha, incluso al siguiente trip, de lo enganchados que quedan. Algunos, tras un par de veces, incluso ya piden su tabla y tienen la facilidad de hacerlo en la fábrica Locos Bro, cuyos propietarios son parte de una familia muy conocida en Miramar (los Bollini) y tienen la escuela La Surfería, donde funcionan Aloha y Surfaris. “Yo soy quien muchas veces les doy clase a los que vienen. Entonces, al verlos surfear, luego puedo hacerles la tabla según sus características y necesidades. Es la forma ideal”, explica Matías, shaper, hermano y socio de Agustín, el Chingu, quien lleva 15 años compitiendo a nivel nacional.

“Hay un momento en el que nosotros sabemos que, en mayor o menor medida, vas a surfear por el resto de tu vida. No es cuando te parás en la tabla sino básicamente cuando bajás tu primera ola. Una vez que experimentás esa increíble sensación vas a regresar al agua con la ilusión de volver a sentir lo mismo, casi como una adicción”, asegura Morea, casi un profeta del surf. Y así es nomás. O al menos en lo que dicen quienes ya la experimentaron. “Todos los que no conocíamos este deporte volvimos a casa con una sonrisa inmensa y con ganas de quedarnos. O de volver. Surfear es un cuelgue y te saca toda la mierda que traes encima”, dice Juliana, la Peque de 19 años. “Surfear es como vivir en una realidad paralela. Todos nos quedamos con ganas de volver por más y abrir nuevamente esa puerta a la felicidad”, agrega Daniela. Una puerta que cada día se abre para más gente.

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