Imágenes de un basural que está desapareciendo

Un basural a cielo abierto en la ciudad del viento. A cielo abierto y frente al mar. ¿A quién se le habrá ocurrido? Sin control sobre el ingreso de residuos, carente de una barrera contravientos bien mantenida durante gran parte de su historia. El basural de Comodoro es como un tumor en la costa, síntoma de un desprecio histórico sobre el paisaje, pero ya intolerable en tiempos del ambientalismo global. Durante más de 25 años los desperdicios formaron montañas pestilentes en ese sector de la ciudad de gran valor paisajístico, cuya recuperación ahora avanza firme.

Cuando sopla del oeste, el viento recorre el basural levantando en vuelo miles de bolsas plásticas, papeles y otros tantos volátiles materiales que van a parar al agua, como si la ciudad le escupiera la cara al mar.
Y es probable que todo este tiempo, esos líquidos llamados lixiviados también hayan derivado a las aguas, infiltrándose bajo el suelo.
Las gaviotas cocineras son capaces de cambiar sus hábitos alimentarios y, frente a ese enorme plato de comida inerte, esa población de aves vivió en constante expansión durante la historia del basural. Son miles. Algunos días se las ve tapizando de blanco y gris la Playa del 99, al sur del barrio Stella Maris, y a la hora de comer se las observa en bandadas espesas, lanzando sus gritos agudísimos, batiendo alas sobre el vertedero, entre el humo de las quemas, arremolinando sobre las cabezas de hombres y mujeres que también aprendieron a encontrar en la basura su fuente de vida.
Impresiona ver a esa gente, chicos, algunos que apenas empiezan a caminar, y también grandes, hombres y mujeres, con la piel tiznada, maltratada por el viento, el sol y el humo, la ropa oscurecida, buscando alimento entre la basura y deshechos reciclables para comerciar.
Hay quienes asisten al basural como al trabajo, algunos a bordo de autos y camionetas; pero hay otros que viven ahí mismo, algunas familias enteras, de hasta 10 hijos, como la familia de «El Cordobés», que tiene 20 años y es uno de los hermanos mayores.
Viven en casillas levantadas con cualquier material a mano, sin servicios, marginados hasta de la idea de la dignidad. El alcoholismo afecta a varios de los habitantes de este submundo, el lado más oscuro de la ciudad opulenta.
Los camiones de las chatarreras de la ciudad visitan a diario el basural y recogen el material recolectado por esta gente, que después va hasta la planta y cobra.

DAÑOS COLATERALES
Con el plan de clausurarlo y remediar el sector, la superficie del basural se redujo últimamente un 70%.
Desde el punto más alto del terreno afectado y hacia la costa, la basura fue extendida como una gran rampa que cae a la vera del camino Perón, y hombres, máquinas y camiones trabajan por estos días para dejarla oculta bajo una gruesa alfombra de tierra.
Los movimientos de basura producidos desde que el 7 de diciembre comenzó la obra, provocaron que se incrementara notablemente la cantidad de papeles y plásticos que volaron desde el basural hacia el mar, y que también se avivaran las brazas de viejos fuegos entre la basura, alzando espesas cortinas de humo blanco que pueden observarse desde toda la ciudad, también cubriendo completamente Rada Tilly, como sigue ocurriendo hoy desde la parte del basural que todavía no fue clausurada.
«Es un crimen, pero estuvimos 25 años tirando bolsas al mar. No creo que podamos quejarnos por lo que pase estos cuatro meses», dice el secretario de Obras y Servicios Públicos, Gerardo Couto.
La gente que quedó habitando ese 30% restante del basural, extendido incontenible hasta rozar las bases del barrio Industrial más volcadas al este, ya no pueden mirar el mar. Como un enorme muro sobre el que van y vienen las máquinas, la parte más alta de la rampa de basura y tierra les impide esa vista. La obra anuncia que pronto deberán dejar ese mundo. Saben que podrían ofrecerles trabajo en la futura planta de tratamiento, pero todavía no tienen precisiones.

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