No es un día más para Johanna Allicock, es un día especial, de esos que quedan grabados en la memoria. Es que el mismo día que la entrevistó Diario Patagónico, y retornó de sus vacaciones en el norte salteño, recibió una noticia que esbozó aún más su amplia y alegre sonrisa: fue aceptada su radicación en Argentina.
La mujer que llegó desde Puerto la Cruz, Venezuela, una ciudad portuaria ubicada en el estado Anzoátegui -capital del municipio Sotillo que se encuentra unida a la capital del estado, Barcelona-, llegó a la Argentina hace 3 años, con la idea de radicarse en Comodoro Rivadavia, por invitación de un amigo venezolano que trabaja en la industria petrolera.
“Mi mejor amigo se vino acá por trabajo y con la idea de montar un negocio. El me dijo que viniera para ser la encargada, y bueno, primero fui a Buenos Aires, me quedé unos días, y luego vine a Comodoro”, recordó con un marcado acento caribeño.
Al llegar a Buenos Aires, Johanna se sorprendió por el tamaño de la capital, “es un mar de luces, es increíble”, la describió. Luego de unos días, arribó a Comodoro Rivadavia para conocer y dar clases de baile terapia. Sin embargo, retornó a Capital Federal donde también vendió comidas típicas de su país, con una buena aceptación.
Luego de seis meses, la venezolana se instaló en la casa de su amigo en el barrio Roca. “Llegué el 1 de enero, era todo marroncito, eso fue lo diferente, cuando me fueron a buscar me impresionó lo del cerro, el Chenque, después empecé a conocer porque empecé a caminar con mi perrito y yo me guiaba con la punta del Liceo para volver a casa”, explicó con didáctica amabilidad.
“Me gusta la tranquilidad, ahora no está tan tranquilo como cuando yo llegué. Hay gente que se queja de la inseguridad de la Argentina, pero me gustaría que vayan unos meses a Venezuela para darse cuenta lo que es. La delincuencia acá todavía tiene rostro, mataron a Pedro o a Juan, allá dicen mataron a quince personas, acá todavía se puede caminar de noche, se puede salir”, reflexionó.
DIFERENCIAS
CULTURALES
Los 35 grados de temperatura que hay todos los días en Puerto la Cruz, contrastan con la diversidad climática de Comodoro Rivadavia, donde el crudo invierno patagónico combinado con el viento puede sentirse hasta en los huesos. Sin embargo, más allá del cambio de temperatura lo que más ha sentido Johanna, son las diferencias culturales entre venezolanos y argentinos.
“Acá por ejemplo para ir a la casa de un amigo lo tienes que llamar por teléfono y avisarle que vas. Allá vas tocas la puerta, le dices aquí estoy, vamos a tomar un café. Es más desenvuelto, muy distinto, pero yo me adapto a todo”, asegura con una sonrisa.
“Igual he tenido buena suerte con los argentinos y las argentinas, porque muchos hablan mal de ustedes. En mi país los tienen como pedantes, pero me crucé con gente muy buena, he hecho muchos amigos, pero tenemos muy distinta la cultura”, insistió.
En los primeros meses, la joven se pasó armando rompecabezas encerrada en el departamento del barrio Roca, de a poco comenzó a hacer amigos y a cruzarse también con algunas de las tantas familias venezolanas que viven en la ciudad, ligadas a la industria petrolera.
La comunidad venezolana de Comodoro se reúne informalmente una vez al mes, para bailar merengue, comer arepa, y tomar whisky, una de las bebidas con alcohol preferidas por ellos y que acostumbran a mezclarla con agua o soda.
“La arepa es la comida tradicional, se prepara con harina de maíz pre cocida, se hace una masa y es como un pancito redondo, y eso lo rellenas con jamón o con queso, con lo que quieras, con el guiso del día anterior, es muy rico”, graficó.
“Cuando nos juntamos bailamos, y comemos lo que nos gusta. Esta buenísimo eso. Comemos el asado de ustedes, pero con ensaladas nuestras, picadas venezolanas, tomamos jugo de maracuyá, reímos, cantamos”, comenta la mujer que desea quedarse a vivir en esta ciudad, donde encontró el amor de un salteño con quien comparte las diferencias culturales.
- 23 febrero 2012