De retorno a su ciudad, y recuperándose del congelamiento en segundo grado en sus pies, el atleta Juan Manuel Fernández Correa logró superarse a sí mismo en la montaña más alta de América.
Para el ascenso al Aconcagua (6.962 metros sobre el nivel del mar), Fernández tuvo un año de intensa preparación a través del grupo Treno, a cargo de Mario Rodríguez, y el curso de profesorado de yoga, del cual acaba de recibir su diploma de egresado.
En la travesía establecida en 19 días, el comodorense cumplió su meta de romper los límites de su mente en un período de diez jornadas.
“En la montaña rompés con tus límites interiores. Y es algo impresionante, porque la primera barrera es la mental, como cuando decís ‘no voy a correr 100 metros’ y por necesidad completás 200”, afirma.
Las comparaciones en recorridos muestran la voluntad del atleta, dado que siete años atrás, Juan, quien hoy participa de ultra maratones, tardaba 45 minutos en cubrir una cuadra en Buenos Aires, cuando se encaminaba al tratamiento oncológico para pelearle al cáncer de Hodgkin, que se origina en el sistema linfático.
Así, desde el inicio en Plaza de Mulas, Juan Manuel supo marcar la diferencia: “Yo formaba parte de un equipo de deportistas extranjeros de alta montaña –ni siquiera había subido el Pico Salamanca–, que eran sponsoreados por marcas internacionales como Adidas, Nike o North Face, que ponían a prueba nuevas telas. A mí me auspiciaba mi propio bolsillo”, resume entre risas.
En los pilares de la empresa que emprendió, Fernández hace hincapié en los métodos de respiración que aprendió mientras cursaba el profesorado de yoga.
“A medida que superamos los 4.000 metros, en cada campamento que teníamos, con caminatas de siete horas entre los distintos puestos, tiraba mi mantra y hacía una hora de relajación, con el objetivo de incrementar mis glóbulos rojos en sangre ante la falta de oxígeno. Por eso considero que ascendí conmigo mismo”, asegura.
Cuando Juan se encontraba junto a un inglés y el guía peruano en el último peldaño (campamento Cólera, a 6.000 msnm) la posibilidad de llegar a la cima quedó condicionada por el temporal que se avecinaba, por lo cual la única “ventana” (período del día sin viento ni lluvia) era el viernes 24 de febrero.
Entonces, sobre a las 5 de la mañana, el comodorense realizó el tramo que restaba. Y sobre las 14:30 pisó cumbre junto a su guía, quedando el inglés a 400 metros del objetivo.
MOMENTO DE TENSION
Y UN PROGRAMA DE TV
“En la cumbre estuvimos media hora, porque el temporal se adelantó. Por eso empezamos a bajar y buscamos a nuestro compañero. Como la condiciones empeoraban, nuestro guía se adelantó para asegurar las carpas en Cólera”, comenta.
Sin el guía, el panorama se complicó, el sentido común hizo pensar a los andinistas que iban por el camino correcto. Cuando se percataron de que estaban perdidos, las reacciones fueron diversas.
“De 8 grados, la temperatura bajó a -20, el inglés entró en pánico y yo no tenía reacción. Fue ahí que me acordé que tenía un GPS y que uno de los puntos que marqué –por casualidad, destino o lo que sea– era el campamento Cólera, del cual distábamos por 300 metros”, recuerda.
Ya en las carpas, Manuel cayó en cuenta que tenía sus dedos congelados y que la complicación iba en ascenso en sus extremidades. “Soy de mirar TV y puse en práctica lo que vi en el programa de supervivencia ‘A prueba de todo’, en Discovery Chanel, donde el protagonista (Bear Grylls) sostenía que en estos casos hay que dar calor en un par de grados más que la temperatura corporal”, explica.
Así, calentando una botella con agua, Fernández pudo retardar el proceso que más tarde tuvo asistencia médica específica, cuando lo bajaron en helicóptero desde Plaza de Mulas.
“Más allá de la cima, quería concretar algo que me supere a nivel físico, mental y espiritual, y lo logré porque allá arriba no hay opción: o seguís adelante o te sentás en la nieve, sabiendo que vas a formar parte de la lista de los escaladores que van a tener que rescatar o de la lista de los desaparecidos”, sentencia.
En su vida cotidiana también demuestra esa entereza. “Lo mismo me pasó con el cáncer. Las opciones eran quedarme tirado en la cama o mover el culo, si realmente quería seguir viviendo. Y acá estoy, peleándole a la vida y compartiendo momentos maravillosos con mi hijo Santiago”, acentúa Juan, un verdadero luchador.
- 15 marzo 2012