Desde principios del siglo XX los pioneros patagónicos apreciaban la inmensidad de la playa de Rada Tilly.
Llegaban hasta allí siguiendo huellas, caminos precarios o la superficie inmaculada de la playa cuando se retiraba el mar.
Nuestros abuelos levantaban pequeños refugios cerca del mar donde atesoraban algunos elementos sencillos para pasar mejor el día y acampar, repitiendo costumbres nómades que por milenios siguieron nuestros connacionales tehuelches.
Sin mayores recursos, se nutrían de agua salobre con pequeñas perforaciones, accionando bombas manuales, que con esfuerzo permitieron plantar y desarrollar las primeras construcciones.
Fue el proyecto inconcluso de una Argentina grande ideado por el general Perón, que permitió formalizar la fundación de Rada Tilly como Reserva Natural, precisamente con el objeto de preservar el medio ambiente.
La visión enorme de este líder político permitió intuir lo que hoy nos preocupa, la necesidad de preservación de un medioambiente maravilloso, que hoy se ve seriamente amenazado por la torpeza de los hombres.
La belleza del lugar ha hecho que la población de la villa balnearia se multiplique exponencialmente. Tanto quienes viven allí, como los que la han elegido para los fines de semana, han traído inversiones, sueños de progreso y también problemas.
Este crecimiento puso en jaque toda la infraestructura. La inversión privada tiene mayor empuje para edificar encima del suelo, que lo que la inversión pública de la comunidad puede soterrar para brindar los servicios públicos.
Esta asimetría nos lleva a preguntarnos: ¿cómo solucionará la comunidad de la villa el problema del agua cloacal, el pésimo estado ambiental de la laguna y el tamaño de la planta de tratamiento?
Se trata de un problema evidente, que solo con el olfato se detecta cualquier día de verano. No importa cuánto haya invertido en su vivienda, el olor finalmente llegará.
Cuando suceden cosas así y la degradación ambiental nos muestra el rostro, se esperan actitudes humanas e institucionales, dependiendo el grado de responsabilidad de cada cual.
Algunos negarán que exista un problema, otros le quitarán entidad y sólo unos pocos se organizarán aplicando su tiempo para enfrentar el problema. Los juegos de intereses siempre condicionan la capacidad de respuesta.
Tal vez llegó el momento de pensar que el problema no pasa por quién opera una planta sino en construir una planta más grande y nuevas superficies para regar. De ser necesario convertir las empinadas laderas en bosques.
Rada Tilly necesita ejecutar una nueva obra pública y gran parte de los contribuyentes tienen la capacidad de contribuir. Pero sus instituciones no son eficaces a la hora de controlar la ejecución.
Tal como ocurrió cuando los primeros vecinos debieron administrarse para concretar las primeras reservas de agua, los habitantes de la villa balnearia deben organizarse para triunfar. Sin participación no hay garantía de un adecuado ambiente de control.
Se trata de uno de esos momentos críticos en el que las instituciones democráticas se ponen a prueba. Situaciones donde podemos verificar si nuestros mandatarios están del lado de los ciudadanos, dispuestos a mejorar construyendo obras trascendentes, o del lado de sus propios intereses.
Pero mirando un poco más allá, la ciudad hermana debe consensuar qué quiere para su comunidad y cómo se va a controlar el manejo de los efluentes cloacales para vivir en armonía con la naturaleza. Es el momento de pensar en la elaboración consensuada de un protocolo de manejo ambiental, volcando en documentos de valor legal las pautas mínimas de planificación del futuro.
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Por Carlos Jurich
- 29 diciembre 2013