"La ficción criminal es bastante más que misterios, crímenes y catástrofes. Puede decirnos mucho sobre quiénes somos como sociedad, como pueblo", apunta el escritor Ernesto Mallo, artífice del festival de novela negra que por estos días ofrece en el Centro Cultural San Martín una grilla con más de 60 actividades que invitan a reflexionar sobre la criminalidad real y sus vínculos con la literatura y el arte.
Algunos de los escritores invitados a participar del BAN! dialogaron con Télam acerca de la visibilidad que en los últimos años ha alcanzado el género policial -y en especial la novela negra, esa suerte de variante evolucionada del policial clásico-, impulsado por el maridaje con otros formatos, su habilidad para funcionar como catalizador de las tensiones sociales y el plus otorgado por algunas ficciones exitosas del campo audiovisual, como las series "True detective" o "The killing".
"La novela negra argentina tiene una gran tradición que reconoce sus raíces en 'El matadero', de Esteban Echeverría. ¿Qué otra cosa que una novela negra es el asesinato del joven unitario? Ni Borges escapó al encanto del género, aunque lo hizo de manera paródica y marcando que estaba condenado a desaparecer por el agotamiento de sus artificios", destaca el escritor Horacio Convertini a Télam.
Para el autor de "El refuerzo" y "Los que están afuera", que acaba de publicar "New Pompey" (Del Nuevo Extremo), la novela negra local "es muy vital, porque escapa al mandato del clásico formato norteamericano del detective o el investigador, y aborda temáticas cada vez más heterodoxas".
"Me pregunto si alguna vez no fue un género consolidado y popular. Claro que entonces se tomaba como un género menor, aunque nadie diría que Ross MacDonalds o Jonathan Blake o Jim Thompson o Graham Greene son escritores menores -analiza por su parte la uruguaya Mercedes Rosende-. Sin embargo, se consumía lo que llegaba de Europa o de Estados Unidos. Hasta que el boom del género explotó en la región y hoy puede decirse que Latinoamérica es una de las grandes productoras de literatura negra".
Para el escritor Guillermo Orsi, "como todo fenómeno editorial se vuelve a veces más autorreferencial que explosivo: se edita más, es cierto, y han surgido editores voluntariosos, muy entusiastas pero que, como ha sucedido siempre, deben lidiar con un mercado en el que la concentración, los grandes grupos -que son pocos pero concentran muchos sellos- imponen su ley del más fuerte, sobre todo a través de la distribución y el acceso a los medios".
El cubano Leonardo Padura, referente del género y último ganador del Premio Princesa de Asturias, ha trabajado en algunos de sus textos sobre la hipótesis de que el policial hispanoamericano desplaza "al viejo modelo genérico asentado sobre la existencia de un enigma" y se abre a líneas como el espionaje, el narcotráfico, lo conspirativo, la violencia cotidiana, la corrupción
¿Es el policial moderno una de las formas más apropiadas para retratar la sintomatología de esta época? "El policial latinoamericano bebió mucha más agua de la fuente del policial negro estadounidense que surgió luego de la crisis del crack de Wall Street de 1929", indica Alejandro Soifer, autor de "Rituales de sangre" y próximo a publicar su continuación, "Rituales de lágrimas".
"Esos tiempos tumultuosos de crisis, desempleo y desesperación, todas situaciones que en Latinoamérica hemos sabido vivir en alguna oportunidad, son terreno propicio para el despliegue y crecimiento de este género policial donde no importa tanto quién cometió el crimen sino la forma en que lo cometió, sus motivaciones (siempre asociadas con el dinero malhabido), y su negrura en general como expresión acabada de sociedades en decadencia", explica.
En esa línea razona también Orsi, autor de obras como "Nadie ama a un policía" y "Ciudad santa", convencido de que la expansión del género está asociada al incremento de las tasas de criminalidad, al avance del narcotráfico y a la gestación de nuevas variables delictivas en el entramado social: "La novela negra sería el 'género natural' para contar lo que sucede en nuestra región -indica-. La violencia política de los 70 superó todo lo que podría imaginar el más afiebrado de los autores negro-criminales".
"Las heridas de ese tiempo empezaron a cicatrizar con los juicios a los represores, pero la memoria está en carne viva entre quienes sobrevivimos a esa época. Elaborar esa memoria, transformarla en materia literaria, es parte de un desafío que se complementa hoy con la marginalidad, el narcotráfico, el auge de un delito salvaje, ajeno a todo código, sabiamente explotado por las clases dominantes para trabajar el miedo como herramienta de control social", expone.
Por otra parte, Soifer plantea que la producción argentina debió sortear ciertas dificultades para alcanzar el verosímil en una sociedad donde la pesquisa está asociada a la mano de obra desocupada post-dictadura: aquí el policial ha optado por vías alternativas a la tradición del género, en el que el paradigma por excelencia es el policía reputado y reconocido socialmente.
"Los escritores argentinos nos encontramos con una dificultad extra: la policía no tiene buena fama. Más bien lo contrario. Tampoco tenemos una institución social en el detective privado, esto prácticamente no existe. Por eso, el policial argentino se escribe muchas veces con periodistas como protagonistas o en contra de la institución policial corrupta. Es una dificultad extra a la que debemos enfrentarnos los escritores de este género", explica.
"Aunque existen novelas de autores argentinos en las que los protagonistas son detectives o policías, la necesidad de construir un verosímil y la ausencia en la realidad argentina de detectives a lo Marlowe o de inspectores eficaces y honestos a lo Maigret, nos lleva a buscar otros caminos", reafirma Convertini.