Paola Talma es cabo. Ingresó a la Policía en 2008. Su base de conocimiento en armamento es sólida porque formó parte del Ejército y además tiene familiares que visten uniforme azul. Fue uno de los tres mejores promedios del curso y le gusta aclarar que “tengo una base militarizada, con instrucción en tiro y orden cerrado”. Nació en Comodoro Rivadavia y desde chica se hizo fanática de las películas de “Rambo”. Quería ser como su ídolo y le daba igual “militar o policía”.
A Paola le apasionan las armas. En el Ejército, como soldado voluntaria de Infantería, supo disparar con cuanto artefacto tuvo a mano. Fusil, mortero y hasta granadas no le resultan desconocido. Pero allá siempre las batallas eran ficticias. En la Policía aprendió a usar la escopeta FMK3 y el arma de defensa personal con la que mejor se lleva: la tonfa.
En su momento, Diario Patagónico captó el momento exacto en que Talma aplicaba su técnica para disuadir a un grupo de violentos. Fue en el Máximo Abásolo en setiembre de 2009, cuando se enfrentaron dos grupos antagónicos. Llovían piedras y un efectivo policial quedó rodeado. El agente alcanzó a comunicar por radio la situación, mientras le disparaban con una “tumbera”. Fue entonces cuando irrumpió Paola, quien tonfa en mano redujo al más descontrolado de todos. Esa imagen publicada llegaría a manos del jefe de Policía provincial y Paola recibiría una condecoración por su valentía.
“Fue por dejar enaltecido al personal femenino porque no tuve miedo y fui al enfrentamiento”, cuenta cuatro años después. Dice que en los barrios bravos no hacen diferencias y que ella con uniforme es un policía más. Y que si le tienen que pegar, lo van a hacer. Entonces se debe poner codo a codo con sus compañeros varones.
Sus primeros destinos no fueron plácidos. La mandaron a los barrios San Martín y Abásolo, zonas calientes por excelencia. Los homicidios en 2009 ya ascendían a 27 en toda la ciudad y en esos barrios tuvo lugar la mayoría. Pero Paola se habituó a los recovecos del cerro antes de gastar las suelas de sus botas en las calles del San Cayetano.
Recuerda que una noche las balas le soplaban las orejas para terminar en un paredón a centímetros de su cabeza. Fue en inmediaciones de la cancha del Club San Martín. “En la oscuridad no los podíamos ver y ellos nos tiraban, pero no sabíamos de dónde venían los disparos” cuenta. Estas situaciones son habituales para ella, sobre todo en ciertos turnos.
Pero ella anda armada “hasta los dientes”, como su idolatrado “Rambo”. En su uniforme no faltan el chaleco antibalas, el arma reglamentaria, las esposas, las llaves y su cuchillo “táctico” con el que corta precintos, necesarios por si hay muchos detenidos. En una de sus piernas lleva otro bolsito. Allí tiene guantes de látex para cualquier situación de sangre en la que deba actuar. Tampoco olvida lapiceras y cuaderno, ni las actas de infracción. “Soy una de las que tiene todo”, cuenta quien opta por viajar cargada y no tener que perder tiempo en la recorrida para volver a buscar algo a la comisaría.
Paola no se pinta. Solo se ata fuerte el pelo con un rodete, lo que le permite evitar que en un cuerpo a cuerpo el delincuente tenga ventaja. Ella tiene estudiado el detalle, como también que el rímel y el rush se corren del rostro con la traspiración que acumula en medio de las corridas y saltando paredones.
“Igual nunca pierdo la femineidad, no quiero que me vean como una machona, pero si tengo que ir al frente voy al frente”, deja en claro quien hoy está al frente de la Oficina de Identificaciones en la Seccional Séptima. Se ocupa de registrar las huellas de cada detenido. Y no todos son dóciles. Es su primera tarea del turno. Luego vendrán las recorridas, aunque ahora es como chofer de móvil. Así de proactiva es Paola Talma. Su credo lo resume en una oración: “Mi trabajo es ofrecer la vida a personas que no conozco”.
- 29 diciembre 2013