Desde las lejanas Torres del Payne en Chile, llegamos a El Calafate, una hermosa ciudad donde se mezclan los caminos de viajeros de todo el mundo. Luego de tantos kilómetros preferimos la tranquilidad de las montañas antes que la vida urbana -una vez más- así que nos hospedamos en el más que recomendable cámping del lago Roca, al pie de la precordillera de los Andes, que mezcla en partes iguales la soledad del bosque con la compañía de una familia muy cálida.
Nos despertamos en medio del silencio más absoluto y con nuestras reservas confirmadas en “Hielo & Aventura” para vivir una nueva travesía bajo el radiante sol del final del verano.
Hicimos 80km más y entramos al parque nacional Los Glaciares pagando $40 cada uno -por ser argentinos- (recuerden que en todo el país las entradas son válidas por dos días consecutivos) y nos embarcamos en un catamarán. Sobre la cubierta comenzamos a conocer viajeros que exclamaban en todos los idiomas su admiración ante cada bloque de hielo que caía al helado lago Argentino. Nos llamó la atención que tan solo eramos apenas 3 o 4 argentinos.
Pasamos 20 minutos navegando entre pequeños icebergs y desembarcamos en la orilla del glaciar muy rápidamente, ya que al bajar hay que evitar las grandes olas, productos de estos continuos desprendimientos de los hielos.
Lo primero que sentimos -luego de habituarnos a caminar sin caernos- fue una mezcla de emociones profundas. Por un lado, uno se siente un explorador de antaño desafiando a la naturaleza en pos de descubrir nuevos horizontes, y por otro lado uno descubre que toda la experiencia está organizada para que así sea, con senderos delimitados y paradas preestablecidas donde tomar las mejores fotos.
Como siempre, pudimos alejarnos un poco del grupo y disfrutar del imponente paisaje y del cielo más azul juntitos y solos. En el silencio de la cima recién pudimos sentir que no es un bloque de nieve comprimida solamente, sino que todo se mueve desde siempre. Hay grietas, sumideros y cañadones diseñados naturalmente y rodeados de arroyitos, nieve y agua en todos los estados posibles. Es majestuoso.
La caminata finalizó con la foto grupal en la que se ve a muchas personas sonriendo y jugando como niños sin edad, sin razas ni nacionalidades y con un brindis con whisky irlandés servido con hielo de unos 400 años de antigüedad, ¡brindamos por nuevas aventuras para todos!, ¡salud!, ¡cheers!, ¡santé!, ¡á vossa!.
- 31 marzo 2012