Un pueblo milenario que se abre paso en el turismo rural

Talapazo es un pequeño pueblo ubicado a la ladera de la montaña de Quilmes, a 7 kilómetros al oeste de la Ruta 40, en la provincia de Tucumán. Se trata de una comunidad ganadera, agricultora y dedicada a los nogales.
Ser visitante en Talapazo, significa poder ser partícipe de la cotidianidad que se encuentra en cada una de las actividades del poblado. Sacar leche de las cabras, observar la cría de animales o aprender el proceso de elaboración de dulces y vino son las actividades más habituales que se realizan aquí.
Sandro Llampa es guía de Talapazo y uno de los que más incentivó al pueblo a dedicarse al turismo comunitario como base de su desarrollo. "Somos parte de los Quilmes. Alrededor del año pasado, 800 de nuestros pobladores adoptaron el sedentarismo como modo de vida. Por aquel entonces, en estos lugares llovía bastante, lo que facilitaba el cultivo. Sin embargo, hoy en día seguimos manteniendo esta milenaria actividad a pesar de los cambios naturales", comenta.
En estas tierras la gente siembra papa, zapallo y algarrobo para hacer patay, sumado a un sinfín de hierbas curativas que naturalmente crecen en la zona. También se crían cabritos y ovejas. Cuando se atraviesa la inmensidad de sus caminos pedregosos y desérticos, decorados con imponentes cerros, es común observar burros salvajes, zorros, vizcachas, guanacos y una variedad importante de pájaros. No es extraño ver el cóndor custodiando los aires desde lo alto.
"Trabajar con el turismo aquí en Talapazo no fue fácil. Los lugareños no veían con buenos ojos este tipo de emprendimiento. Tenían miedo", indica Llampa. Una situación lógica, debido a los más de 500 años de saqueo que vienen sufriendo los pueblos originarios.
"Fue gracias a mi posibilidad de trabajar en la Ciudad Sagrada de Quilmes, que entendí que los visitantes valoran mucho lo que tenemos y conservamos", añade.
El Ente Autárquico Tucumán Turismo trabaja hace años para impulsar el desarrollo del lugar. Aprovecha las inversiones que realizaron los emprendedores locales e interviene mediante la capacitación a la comunidad, el asesoramiento en el desarrollo del producto turismo rural comunitario y la incorporación de señalización vial e informativa, además de incluir acciones promocionales.
Cuando se está en Talapazo, se vuelve impostergable la visita al sitio arqueológico que se encuentra allí, a solo 200 metros de la ruta de ingreso al pueblo.
Para comer en Talapazo, es un indiscutible El Quincho, atendido por Paola Agüero. Allí se realizan riquísimos desayunos y se hacen infusiones con diferentes hierbas de la zona. También preparan bollo casero, quesos y tortillas a la parrilla para aquellos que no conocen y quieren adentrarse en la cocina típica.

COMUNIDAD ORGANIZADA
Mariela Flores es abogada recibida de la Universidad de Buenos Aires, ya que sus padres emigraron a la Capital en busca de un mejor destino para sus hijos. Luego, su madre regresó al pueblo y ella se dedicó a las leyes. Aunque ahora reside en Jujuy y trabaja en el Inadi, su labor de vida fundamental fue para la organización de la "Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita".
Junto con Eduardo Nieva, cacique de Amaicha del Valle, quien también es abogado, comenzaron a capacitar a la gente para que se puedan organizar en lo territorial. "Sabían que tenían derechos pero les faltaba personería jurídica", cuenta Mariela.
No solo trabajó con los pueblos diaguitas, sino también con los mapuches, con los quom y con los collas de Salta. "Con estas organizaciones armamos un grupo llamado 'Encuentro de los Cuatro Pueblos', donde intercambiamos las realidades y lo particular es que Tucumán fue lo más avanzado en materia de pueblos originarios", señala.
Además, fue gracias a la organización del pueblo que Talapazo logró obtener su Salón de Usos Múltiples, donde se produce, de manera artesanal, un rico vino El Coplero. De sabor amable, tanto el tinto como el blanco, se vuelve ideal como compañía.

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