Vivir del mundial

Celeste y blanco en las esquinas, en las vidrieras y fuera de ellas, pendiendo de tendales improvisados y apilados en tablones y caballetes. El mes que dura el mundial es la oportunidad para los vendedores ambulantes que duplican con el evento sus ventas habituales. La camiseta, a un 28% o menos de lo que vale la oficial, es el principal sustento para ellos, que festejan doble cada gol del seleccionado.

“La camiseta argentina es como el dólar, nunca se devalúa” dice Miguel Vargas, referente de los vendedores ambulantes de la Carlos Pellegrini tras más de 26 años de oficio. El comentario no es azaroso: del rendimiento del seleccionado nacional dependerá el nivel de ventas de los 14 puestos regularizados con base en esa arteria, dedicados hoy casi en exclusividad a las camisetas y el merchandising futbolero
Y es que con la copa Sudáfrica 2010, varios vendedores se quedaron con stock sin vender: Argentina había logrado meterse en los cuartos, pero en esa instancia quedó eliminada por 4-0 contra Alemania, y ni el Diego al mando del equipo salvó las ventas. Camisetas, banderas, arlequines y cornetas se guardaron en cajas, desempolvadas en esta edición de la copa donde sin devaluación hicieron debut el anteúltimo fin de semana de junio. El primer partido del seleccionado en coincidencia con el día del padre multiplicó por tres las ventas habituales en la calle.
El segundo partido del equipo de Sabella también tuvo una previa fructífera para los vendedores que el viernes antes, e incluso en la mañana del mismo sábado del enfrentamiento contra Irán, se vendieron cerca de 300 camisetas más.
Claro que con el antecedente de 2010 ya mencionado, son cautos: Miguel compró 150 camisetas. Es que mas allá de que la prenda –o insignia por estas fechas– no devalúe, tiene que salvar sus costos, y a diferencia del mundial anterior esta vez 9 de cada diez ambulantes las venden. La competencia además es más amplia que en anterior oportunidad, y no solo están los vendedores autorizados por la municipalidad sino que también aparecen en las avenidas y semáforos aquellos “buscas” que dejaron atrás los alfajorcitos de maicena, linternas, barriletes, parasoles y plumeros para sacarle algo de ventaja a la temporada futbolera.

MUCHA COMPETENCIA
Claro que la competencia no es el único ingrediente para ser cautos con el stock, ya que a medida que avanza la copa del mundo en Buenos Aires, donde compran todos su mercadería, también sube el precio de la camiseta, que hoy en la calle se vende a entre $150 y $200 frente a los $700 que cuesta la oficial.
Además, el pulso de haber vendido en varios mundiales les marca que el grueso de las ventas de merchandising es hasta los cuartos de final, y lo que tiene salida en adelante son otros artículos, que van desde las pinturas para la cara hasta los alrequines y gorros, bufandas, cornetas e incluso réplicas de yeso de la copa del mundo.
Por otra parte, y al menos entre los vendedores de la Pellegrini, que como se dijo son los que tienen autorización municipal y abonan en contraprestación un monotributo o ingresos brutos, si bien no existe un acuerdo verbal, se mantienen precios similares en la mercadería, punto sobre el que Vargas destacó que en algunos puestos la camiseta se puede conseguir a menos, pero también es inferior la calidad, “y la gente ya no solo busca precios”.
La mayoría de los puestos de esa arteria comercializa prendas de vestir a lo largo de todo el año y direcciona su compra específica ante fechas de relevancia en las ventas, como el Día del Padre, de la Madre o del Niño. El hecho de que esta vez coincida la primera fecha con el mundial simplificó la compra para ellos porque la camiseta lidera el ránking de productos buscados. En sintonía con ello, ese fin de semana las ventas se triplicaron en el rubro, que también duplicó las ganancias en la víspera del partido siguiente.
Por otra parte, la albiceleste es la venta exclusiva: uno de los puestos callejeros, dedicado a la indumentaria deportiva en general, suele tener en stock la camiseta de otros seleccionados, y aunque eventualmente se pueda encontrar una percha de Holanda, Italia, España, Chile e incluso Alemania, nadie pregunta por ellas en estas fechas.

UNA VIDA EN LA CALLE
Miguel tiene 45 años y es vendedor ambulante desde hace 26. Había comenzado a vivir de patear la calle unos años antes como vendedor de diarios, hasta que conoció a Francisco Alvarez, uno de los primeros vendedores ambulantes de la ciudad, en aquellas épocas en la que solo podían vender novedades de importación y estaba prohibido el puesto fijo: eran carritos con ruedas que cada media hora debían cambiar de esquina.
Ambos trabaron amistad y Miguel le cuidaba eventualmente el carrito, hasta que lo tomó de ayudante y aprendió definitivamente el oficio con el que pudo construir su casa, criar a una hija que hoy ya tiene 20 años y lo convirtió en abuelo; e incluso comprarse su auto.
Su hermano también tiene un puesto en la misma calle, donde la jornada es larga y tan dura como lo marque el clima, requiriendo además de viajes frecuentes a Buenos Aires para recorrer los puntos donde se encuentran sus tres proveedores de cabecera: la Saladita, y los barrios de Once y Flores. Su parada histórica era la esquina del supermercado y fue así hasta el incendio de 1999 cuando cruzó la calle y se instaló definitivamente en la vereda de enfrente.
De todos los mundiales que atravesó como vendedor, sin dudas el mejor fue el del 86, cuando se vendió hasta el final. De allí que sin vueltas admita que su hinchada tiene doble motivación ya que -como dice entre risas- “si ellos ganan, ganamos todos”.

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