El "Mengele criollo" de Automotores Orletti

Nacido en una familia acomodada de Barrio Norte, Rodolfo Ries Centeno fue un médico que atravesó los años más duros del terrorismo estatal como un fantasma. En Orletti -"chupadero" regenteado por la SIDE- fue dueño de vidas y hacedor de muertes. El "Tordo" o "Doc", como lo llamaban allí, murió en diciembre de 1979, cuando explotó un artefacto explosivo que él mismo manipulaba. 

Por Ricardo Ragendorfer

La trama en sí afloró de manera inesperada.

Su primer signo fue un mensaje recibido durante la mañana del domingo 20 de marzo por quien esto escribe a través de una red social. Su remitente, un tal Federico Secchi.

Allí, con pocas palabras, resumía un trauma de su infancia: el vidrioso clima que, a mediados de la década del ’70, floraba en su hogar a raíz de una relación adúltera de su madre. Así quedó al descubierto el otro cateto de aquel triángulo amoroso: un presunto represor de la última dictadura llamado Rodolfo Ries Centeno, quien habría integrado el ominoso staff del CCD (Centro Clandestino de Detención) “Automotores Orletti”. Estos eran los dos datos germinales de su historia, una historia hecha con fragmentos.

Al respecto, su chequeo inicial arrojó resultados más que magros: aquel apellido compuesto es mencionado únicamente en las sentencias de los juicios por Orletti (2011) y el Plan Cóndor (2016), sin más detalles que su condición de “médico y operativo”, aclarando además que “no figura el nombre de pila”. En cambio, su identidad completa consta en el libelo negacionista: “Los otros muertos”, de Carlos Manfroni y Victoria Villarruel. Allí se puntualiza la fecha de su fallecimiento (el 12 de diciembre de 1979), causado –según el texto– por un atentado de la organización Montoneros (una inexactitud que más adelante este artículo corregirá).

Entonces, ese tipo –sobre quien tampoco hay más registros fotográficos que el de su legajo como “personal civil de la Policía Federal”– realmente existió. Pero todo indica que supo deslizarse a través de la etapa más dura del terrorismo estatal como un fantasma apenas disimulado. De manera que valía la pena explorar su trayectoria.

Lo cierto es que Orletti (el “chupadero” del Plan Cóndor regenteado por la SIDE) es aún hoy una fuente inagotable de sorpresas. De hecho, en paralelo al mensaje de Secchi, la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) encontraba un sumario que describe la prehistoria de dicho CCD, además de revelar secretos sobre cómo actuaban sus espías en base a las órdenes impartidas por una hasta ahora desconocida estructura de la SIDE, bautizada “Operaciones Tácticas 18” (OP 18), dirigida por un también ignoto represor: Eduardo Giachino. En suma, la no menos súbita aparición de Ries Centeno encaja con dicha novedad como un “bonus track” insoslayable. Solo que el hilo conductor de su brinco hacia la luz es nada menos que su vida privada. He aquí, en consecuencia, un himno al concepto de la “banalidad del mal”.

EL EXTREMISTA IMAGINARIO

Fue en septiembre de 1975 cuando el entonces jefe de la Policía Federal y uno de los cabecillas de la Triple A, comisario general Luis Margaride, impartió la orden de secuestrar a un “extremista” que convalecía por una herida de bala en el Sanatorio Metropolitano, sobre la calle Lavalle al 1900.

Entre los receptores de aquella directiva se encontraba el sargento de la Superintendencia de Seguridad Federal (el brazo represivo de dicha mazorca), Luis Alberto Martínez (a) “El Japonés”. Aquel esbirro, que también reportaba a la mencionada falange de ultraderecha, fue puesto al frente del asunto.

La patota llegó con premura al –diríase– teatro de operaciones y, luego de desarmar a dos custodios en un pasillo, irrumpió de manera aparatosa en la habitación de la víctima.

Éste, a modo de saludo, recibió un culatazo en la cara. Entonces, bramó:

– ¡Paren! ¡Paren! ¡No soy guerrillero!

Los culatazos prosiguieron. Y él, ya al borde del llanto y con las manos en posición de rezo, suplicó:

–Antes de matarme, llámenlo a Aníbal Gordon. ¡Es mi jefe!

El nombrado, un hampón de fuste, ya comandaba la célula más lumpen de la Triple A.

Desconcertados, los intrusos se cruzaron las miradas. Entonces optaron por concederle semejante oportunidad. Gordon no demoró en hacer allí acto de presencia para dar fe de que ese pobre diablo formaba parte de su tropa.

En resumen, el sujeto internado, un antiguo militante del grupo fascista Concentración Nacional Universitaria (CNU), había intervenido en un reciente ataque a una sede del Partido Comunista (PC) en Pilar. El hecho derivo en un tiroteo. Y él salió de allí con un plomo en la nalga izquierda.

Era nada menos que Rodolfo Ries Centeno.

Según las palabras del propio Martínez, la siguiente ocasión en la cual se topó con él fue en junio de 1976, cuando “en agradecimiento, la banda de Gordon nos invitó a una comilona en una casa de Floresta”.

Se refería al chalet de la calle Bacacay al 3500, una base anexa a Orletti, ubicado en aquella misma manzana, sobre la calle Venancio Flores. También dijo que Ries Centeno había sido sumado a la Superintendencia de Seguridad Federal como “auxiliar de inteligencia en el escalafón profesional”, debido a su condición de médico. Y que era parte de la patota asignada a ese CCD.

Aquellos dichos del Japonés (quien en 2015 se salvó de ser condenado a perpetuidad a raíz de presuntas “disfunciones cognitivas”) integran un extenso testimonio vertido, a mediados de los años ‘80, ante el abogado del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels), Jorge Baños. Los datos aportados allí por él también fueron volcados en un extenso informe del Archivo nacional de la Memoria, dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Telam tuvo acceso a ambos documentos.

En tal ocasión, sobre este personaje trazó el siguiente perfil: “El padre, también médico, tenía una clínica en San Fernando. Y él era un ‘bienudo’ de Barrio Norte. Vivía en la calle Larrea o Gorriti. Estaba separado, era padre de un chico, tendría 45 años (en realidad, acababa de cumplir 40); medía 1,70 de estatura y siempre andaba bien vestido”.

Asimismo, mencionó que su “colega” alternaba las tareas represivas con su trabajo de otorrinolaringólogo en el Hospital Pirovano.

Fue allí donde se desencadenó la otra parte de su existencia.

EL GALÁN DE LOS HOGARES

Federico Secchi, nacido en 1970, era el primogénito del matrimonio formado por el dentista Carlos Alberto Secchi y la fonoaudióloga Hilda Susana Sanz de Secchi, ambos –por entonces– de 28 años. Esa familia, que luego se completó con el nacimiento de su hermana, residía en un departamento de la calle Beruti al 3800, casi en la esquina con Canning (hoy Scalabrini Ortíz), de Palermo.

Los primeros recuerdos que Federico tiene de Ries Centeno se remontan a sus cinco años de edad, cuando la madre también trabajaba en el Pirovano. Allí, hizo buenas migas con el represor. Demasiado buenas. O sea el flechazo entre ellos fue inmediato. Así se inició una relación que era tolerada de mala gana por Carlos Alberto.

De hecho, diariamente iba a buscarla en su automóvil al hospital. Pero sin entrar al servicio en el cual su mujer se desempeñaba, para no cruzarse con Ries Centeno. Era el pibe quien se encargaba de eso, mientras él aguardaba en el vehículo. En tales circunstancias, su hijo conoció a ese tipo, cuya presencia se extendería al ámbito de su propio hogar.

A casi medio siglo de ello, Secchi describe: “Yo lo vi hasta en mi casa. Recuerdo que una mañana estaba enfermito, acurrucado con fiebre en la cama matrimonial. Y Ries Centeno, sin estar mi padre presente, estaba allí como un amigo. No sé, imagino que con mi madre harían cosas… siendo amantes. Esa esa vez fue a comprarme una Team, que era mi gaseosa preferida. Pero como no había de esa marca, trajo una Sprite. Insistía en hacerse el gracioso. Era un tipo muy fachero. Le decían el ‘Negro’ porque siempre estaba bronceado”.

Cabe destacar que una amiga íntima de Hilda Susana, la señora Leticia (esposa de Víctor Gard, otro esbirro de Orletti, muerto en 1999) también salía con Ries Centeno. Resultó una rivalidad poco conflictiva. Eso se desprende de una reciente comunicación telefónica entre ella y Federico; a saber:

“A tu mamá le gustaba el Ríes Centeno –aseveró ella–; eso yo lo sabía. Y XXX (su hijo) No es del “Gordo” (Gard) sino de “Rolo” (Ríos Centeno.) Y ella (Hilda Susana) se lo llevaba al abuelo (paterno) para que lo viese. Es una historia muy larga. Y al final, ellos lo negaron al chico para no incluirlo en la sucesión. Pero nosotros no necesitamos nada de los Ries Centeno. Susana y yo lo sabíamos. Éramos re-amigas".

Lo notable es que casi todos los actores de semejante culebrón estaban al tanto de las actividades “secretas” de Ries Centeno.

“Una vez, mi tío me contó –dice Federico– que este tipo por ahí llegaba a una reunión social, y ponía la pistola arriba de la mesa, como para decir ‘acá estoy yo’. Era una actitud soberbia, ¿no? Mi tío, una vez que hablé con él, me dijo que sí, que Rodolfo mataba gente. O sea, lo sabía toda la familia; eso era tomado como algo normal. Mi padre lo llamaba ‘el asesino’, aunque lo hacía por despecho, por celos, más que por otra cosa”.

¿El doctor Ríos Centeno era entonces una persona “normal”, pero con responsabilidades laborales en una estructura cifrada en el exterminio?

EL MENGELE NACIONAL

Si bien en su círculo de amistades a este individuo lo llamaban simplemente “Rolo”, su nombre de cobertura en el aparato represivo de la Policía Federal era “Rolando Rivas”, mientras que sus camaradas de Orletti le decían “Tordo” o “Doc”.

José Luis Bertazzo, un sobreviviente de aquel inframundo, confirmó a Télam lo manifestado en una de sus declaraciones judiciales: “Durante una sesión de tortura me dio un paro cardíaco, y fui atendido por alguien al cual los otros represores llamaban ‘Doc’. Claro que me resulta imposible asegurar que haya sido Ries Centeno, porque yo estaba con los ojos vendados”.

En el escrito del CELS elaborado en base al testimonio del Japonés, se especifica que Ries Centeno era un experto en “anticianuro”, en morfina y en una especie de Pentotal que fabricaba el laboratorio Parke Davis.

En consecuencia, dado que los cautivos no recibían atención médica a pesar de sus heridas o lesiones, su trabajo también tenía otra finalidad: revivir a quienes optaban por tragar alguna pastilla venenosa para no caer con vida en manos de los represores.

Pero Ries Centeno era un hombre de acción, por lo que solía participar en secuestros. Al respecto –según el Japonés–, en una oportunidad recibió “un tiro en el puño, y su trayectoria le tomó medio brazo.

Orletti dejó de funcionar como CCD en septiembre de 1976, después de la fuga de una pareja secuestrada. A partir de entonces, Ries Centeno comenzó a prestar servicios en los “chupaderos” El Olimpo y Club Atlético.

Su carrera represiva concluyó abruptamente el 12 de diciembre de 1979, cuando explotó un artefacto explosivo que él manipulaba. Fue en el inmueble donde había funcionado la clínica de su padre, en la calle Ayacucho 1350, de San Fernando. La detonación le causó graves heridas en la cara y el estómago, además de mutilarle ambas manos. Dado que colocar bombas no era el modus operandi de los Grupos de Tareas, se cree que el médico quería consumar una venganza personal contra los hermanos Viagio, dos militantes comunistas de la zona. Después de una agonía de dos días, Rodolfo Ríes Centeno comenzó a tomar sus primeras lecciones de arpa.

Para Hilda Susana fue un duro golpe. Ella –según Federico– lo lloró por una semana, mientras que la muerte su propio padre, sucedida al poco tiempo, le insumió solamente dos días de duelo.

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