Copa Libertadores: cuando el dinero le gana a la pasión

Si fuera una cuestión de soberanía, perdieron no solo los argentinos sino todo el continente. La dirigencia de la Conmebol demostró que el show debe seguir a toda costa, en especial cuando hay intereses de por medio. Y cuando los dirigentes de los clubes desconocen a sus hinchas.

Las cosas según el cristal con que se mira: resultado, dichas y desdichas al margen, que en el Santiago Bernabéu se haya jugado un buen partido final de la Copa Libertadores no ha dejado de ser un milagro argentino.

Un milagro forjado a los ponchazos, es cierto, pero un milagro al fin.

Podrá parecer un consuelo de tontos y en alguna medida en efecto lo es, un consuelo de tontos, pero no por ello menos respetable en un contexto amplio recorrido por densos nubarrones, chubascos y tormentas eléctricas.

El volantazo a la europea ejecutado por el presidente de la Conmebol, el paraguayo Alejandro Domínguez, representó un guiño comercial consentido por los presidentes de los clubes en cuestión (y eso más allá de mímicas de desagrado y declaraciones pour la galerie) y a la vez un desenlace piadoso en el epicentro del desmadre.

Todo lo que antes podía haberse hecho mal, todo y acaso algo más, ya se había hecho mal.

Y en el origen mismo del ordenamiento, puesto que se desconoció el uso y costumbre de hacer jugar los partidos entre semana y se arrastró a la de por sí conjetural organización de la Superliga.

Desde la postergación del juego de ida en la Bombonera, con influencia de la naturaleza a través de la lluvia y de la Conmebol de la temeraria mano del señor Domínguez, nada alimentó el optimismo fundacional con que muchos habían apostado a que habida cuenta de la dorada oportunidad se hiciera buena letra y se diera un buen ejemplo para adentro y para afuera.

Nada de eso sucedió, o más bien, o más mal, fue consumada una auto profecía cumplida: ¿Boca y River juegan una final de la Copa Libertadores y todo transcurre en tiempo, forma, corazón y pases cortos y en concordia? Imposible, che.

Así de imposible, por imperio del puñado de belicosos impunes que lanzaron proyectiles al micro del plantel de Boca y con la manifiesta impericia, o malicia, o ambas cosas, de los dirigentes deportivos, sin excepciones.

EL DISPOSITIVO DE SEGURIDAD FRACASO

Desde luego que fracasó, y de hecho esa falencia fue asumida por los funcionarios que correspondía que lo asumieran.

Pero después pasaron unas cuantas cosas, la pelota circuló sin solución de continuidad entre Núñez, la Boca, Asunción y Zúrich y nadie estuvo a la altura de las circunstancias: o en todo caso sí, pero a las circunstancias en las que se dio la espalda a los hinchas de River que habían ido al Monumental, en algunos casos hasta dos veces, y mejor mirada la cuestión hasta se propinó una sonora bofetada al fútbol argentino propiamente dicho.

Detrás de lo glamoroso del asunto, que la Copa Libertadores se haya dirimido en Madrid representó un abandono en toda la línea del fútbol como tesoro simbólico de este rincón del planeta.

Sellado el indigesto cóctel de ignominia y carnaval, entonces sí va de suyo el interrogante del millón: ¿mejor hubiera sido que el ganador de la Copa surgiera de una pulseada de oficina, leguleya?

A despecho de incurrir en una observación antipática con los hinchas de Boca, admitido que en el hilado fino los sucesos de las cercanías del Monumental tuvieron puntos en común con los de la Bombonera en 2015, incluso con agravantes; pese a la sospecha de un veredicto de Pilatos, sería desafortunado negarse a rescatar el valor de que los equipos en pugna dispusieran de la oportunidad de confrontar destrezas en los 105 x 68 del Bernabéu.

Y más allá de las despectivas miradas colonizadoras o colonizadas, brindaron un buen espectáculo, por momentos muy bueno, cómo no: lo que se dice una flor nacida en el pantano.

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