por Alba Soria Altuna, El Patagónico Web/Viajes & Turismo.
"Paris hoy no está muy linda", dijo el piloto de Iberia cuando anunció el arribo a la tan soñada ciudad de la luz. Sin embargo, mientras el transfer me llevaba al hotel, nada de lo que adelantó me parecía cierto. Paris estaba hermosa. Y fue recién allí que mis ojos pudieron dar con "ella" muy a lo lejos.
"Paris hoy no está muy linda", dijo el piloto de Iberia cuando anunció el arribo a la tan soñada ciudad de la luz. Sin embargo, mientras el transfer me llevaba al hotel, nada de lo que adelantó me parecía cierto. Paris estaba hermosa. Y fue recién allí que mis ojos pudieron dar con "ella" muy a lo lejos.
Luego de un total de doce horas aproximadamente de vuelo, y más de tres de espera para que el hotel me dejara hacer el "check in", uno creería que el cansancio iba a vencer las ganas de conocer el ícono francés, pero no. Resistí una hora, agarré mi mochila y emprendí viaje.
Ya aconsejada por amigos, sabía que un taxi no era la mejor opción, además de que lógicamente el cambio de moneda es aniquilador, tomarse un auto es un lujo que ni los parisinos se dan. Además es muy común encontrar algún taxista que se aproveche del desconocimiento de los turistas y tome rutas más largas para "hacerse el día". Cuestión que el viaje me podría haber salido unos 20 euros –y quizás me quede corta en el cálculo- y no estaba dispuesta a gastarlos.
Para mi comodidad la estación de metro (o subte como le decimos nosotros) estaba apenas a dos cuadras del hotel. El idioma, que creí sería un obstáculo, no lo fue. No es necesario saber francés. Es que es una de las grandes capitales del mundo, con mucho movimiento turístico, y siempre hay alguien que hable español o inglés, en el peor de los casos. La mímica es también una buena opción y muy usada. Un dato interesante es que en mi experiencia, el dicho popular de que los franceses odian que les hablen en inglés fue solo un mito, al igual que su fama de antipáticos.
En el metro encontré muy buenos "combos" para aprovechar, desde pases por días enteros, paquetes familiares y precios más que accesibles teniendo en cuenta las distancias que se recorren. El sistema me resultó menos intimidante de usar que el de Buenos Aires. Recorrí 8 kilómetros en media hora por aproximadamente dos euros.
Una vez en la estación, me encontré sin darme cuenta corriendo para llegar a destino. Fueron las cuadras más largas que atravesé en mi vida. Desde el momento que asomó la Torre Eiffel entre los edificios, las distancias parecieron aún más extensas. Cruzando el Sena, me esperaban los tan criticados controles de seguridad que, para ser honesta, no fueron tan exhaustivos como me habían pintado.
Una vez allí, frente a la Torre Eiffel tuve por primera vez en mi vida la satisfacción de cumplir un sueño que creí imposible. Pararse justo en el medio de su base y admirar su geometría desde adentro, fue sentirse parte de ella. Pasada la adrenalina, y desde el verde pasto del Campo de Marte, donde se encuentran todas las nacionalidades que comparten el sueño, pude disfrutar de la vista como quien llega a la meta después de una larga carrera: cansada, orgullosa y feliz.