Según las estimaciones de los especialistas, en nuestra galaxia hay más de 100 millones de agujeros negros estelares, que son cuerpos cósmicos formados por el colapso de estrellas masivas y tan densas que ni la luz puede escapar.
Hasta ahora los científicos habían estimado que la masa de cada uno de ellos no era más de 20 veces mayor que la del Sol. Pero se equivocaban pero el conjunto internacional del Observatorio Astronómico Nacional de China encontró uno mucho más gigantesco: tiene una masa 70 veces mayor al Sol y se encuentra a 15.000 años luz de la Tierra.
"Los agujeros negros de tal masa ni siquiera deberían existir en nuestra galaxia, de acuerdo con la mayoría de los modelos actuales de evolución estelar", explicó el profesor Jifeng Liu, autor de la investigación que aún sigue sorprendido.
"Pensamos que las estrellas muy masivas con la composición química típica de nuestra galaxia deben arrojar la mayor parte de su gas en poderosos vientos estelares a medida que se acercan al final de su vida. Por lo tanto, no deberían dejar un remanente tan masivo", agregó.
La región finita del espacio fue denominada LB-1 por los asiáticos. "Es el doble de masivo de lo que creíamos posible. Los teóricos tendrán que asumir el desafío de justificar su formación", aseveró Liu.
Hasta hace solo unos años, los agujeros negros estelares solo se podían descubrir cuando tragaban gas de una estrella compañera. Este proceso crea potentes emisiones de rayos X, detectables desde la Tierra, que revelan la presencia del objeto colapsado. Sin embargo, la gran mayoría de los agujeros negros estelares en nuestra galaxia no participan en un banquete cósmico y, por lo tanto, no emiten rayos X reveladores.
Como resultado, solo alrededor de dos docenas de agujeros negros estelares galácticos han sido bien identificados y medidos. Para contrarrestar esta limitación, Liu y sus colaboradores examinaron el cielo con el telescopio espectroscópico LAMOST de China, buscando estrellas que orbitan un objeto invisible, arrastradas por su gravedad.
Esta técnica de observación fue propuesta por primera vez por el científico inglés John Michell en 1783 pero solo se concretó con las recientes mejoras tecnológicas en telescopios y detectores. Tras del descubrimiento inicial, los investigadores asiáticos decidieron utilizar los telescopios ópticos más grandes del Mundo, el Gran Telescopio Canarias, de España, y el Keck I de 10 m, en Hawai, para determinar los parámetros físicos del sistema.