El piso de aquella casita de chapa color beige en lo alto del barrio Newbery sobre la calle Misiones, estaba seco. Había manchas de sangre en el suelo, y también en las paredes. El lugar intentó ser aseado. En un tarro con agua había ropa en remojo. Otro recipiente contenía kerosene. Mientras que en una palangana de metal dejaron un par de zapatillas remojando y un pullover semiquemado.
Una petaca de ginebra yacía al lado de un tarro lleno de agua con pelos flotando. Una caja de vino. Pelos con sangre por todos lados, alguno de ellos sobre la pared de la cocina y otros en el respaldar de una cama.
El escenario demostraba que había habido una agresión. Ropa tirada por todos lados. Sangre en el colchón. Debajo de la cama, diarios y una revista pornográfica sumaban elementos sexuales a la escena del crimen. Un palo de escoba -con quince centímetros desde su punta- lleno de sangre. Eran elementos que parecían ser las evidencias mudas de un sadismo desenfrenado y perversidad. Todo indicaba que en esa pequeña casa de chapa, había ocurrido un crimen. Quizás uno de los más aberrantes de las últimas décadas.
"Se produjeron en el cuerpo de la víctima actos innecesarios para producir la muerte, sádicos o con exceso de crueldad", describió ante el tribunal de juicio la fiscal subrogante Liliana Ferrari el 20 de mayo de 1998, refiriéndose al homicidio de A.C.M. El asesinato del "changarín" -como lo habían denominado las crónicas policiales de los matutinos locales de aquella época-, para la fiscal había sido con ensañamiento.
Según develó la investigación, el crimen ocurrió el 28 de julio de 1996. La víctima fue ultrajada con un palo de escoba. "Los sádicos" lo "empalaron" y le destrozaron los intestinos. Lo golpearon con una pala en la cabeza hasta matarlo y luego lo quemaron con kerosene para finalmente arrastrarlo hasta un descampado de Patagonia y Misiones, del barrio Jorge Newbery.
En el caso trabajaron la Seccional Segunda y el juez José Rago. El cuerpo fue hallado el 29 de julio en la ladera del Cerro Chenque entre tierra volada y matorrales.
El cadáver de "Pato", como lo conocían sus amigos, yacía semidesnudo. Tenía colocado dos pulóveres, uno bordó de cuello redondo y otro celeste. Abajo llevaba una camisa de jeans. Las prendas estaban corridas hacia el cuello, producto del arrastre, con sus axilas y la espalda al descubierto.
El cuerpo presentaba sangre en la cabeza, en el rostro, heridas en el abdomen y las caderas. Había hematomas en los ojos, en la nariz, las muñecas y los brazos.
Inmediatamente un hombre lo reconoció. Era quien le daba alojamiento y trabajo como albañil. La Policía comenzó a seguir las manchas de sangre que se veían en el pasaje. Los indicios los llevaron directamente hasta una casa de chapa. El teatro del crimen. No se esperó mucho más para hacer el allanamiento en ese lugar. Los vecinos identificaron al ocupante, y la Justicia avanzó.
La autopsia reveló que "Pato" había sufrido una gran hemorragia. Perdió al menos tres litros de sangre. Los asesinos le habían introducido el palo de escobillón en el recto y le destrozaron los intestinos. El desangramiento le llenó de líquido el abdomen. Pero lo que le había dado muerte había sido una hemorragia cerebral aguda producida por un golpe en el cráneo. La víctima tenía quemaduras post morten. Eso también lo develó la autopsia forense.
Por el hecho fueron detenidos Juan "El Chino" Barrera Alvarado y Mario "Quiko" Rodríguez. "El Zurdo" Barrera Alvarado, hermano del primero, siempre se mantuvo prófugo de la Justicia por esos años, y nunca más se supo de él. Fue uno de los que habría participado en el horrendo crimen.
Según los testimonios a los que accedieron los investigadores, los tres jóvenes habían bebido junto a "Pato" durante la noche del 28 de julio de 1996. Todos se habían intoxicado con vino en caja. Varios fueron los que los vieron ir y venir desde el kiosco "El Trébol".
"Pato" cada vez que cobraba "se perdía". Era alcohólico. Su anfitrión al ver que no regresaba a la casa durante el fin de semana, creyó que aparecería el martes después del jolgorio. Pero cuando vio a la policía en el cerro, identificó el cadáver del hombre golpeado y hasta quemado.
"El estado en el que estaba el cadáver era horrible, golpeado, quemado, con los brazos hacia arriba como si lo hubiesen arrastrado", contó quien mejor conocía a la víctima. Dijo que "Pato" no era agresivo, que era muy tranquilo. "Con un litro de vino quedaba totalmente ebrio", graficó. Incluso ese testigo les contó a los jueces que muchas veces debió internar a la víctima en el Hospital Regional.
"Por comentarios supe que era homosexual", dijo quien lo empleaba.
En el teatro de los hechos, según recuerda habían limpiado todo. La dueña del local a la que la policía no la llamó a declarar en un principio finalmente contó en juicio que en aquella oportunidad los dos hermanos Barrera Alvarado habían ido a comprar vino, que siempre compraban vino con soda. Nunca les había fiado.
Ese día le llamó la atención que a las seis de la tarde ya habían comprado como cinco cajas de vino. El alcohol en las venas de los protagonistas de una de las noches más oscuras del Newbery ya se apoderaba de sus venas.
Rodríguez que fue detenido diez días después del crimen, rompió el silencio en el juicio. Dijo que había ido a una casa de un conocido en el Pietrobelli, en donde se había encontrado con la víctima, y que después se encontró con los hermanos Barrera Alvarado., que compró vino y se volvió a escuchar música.
Dijo que los hermanos habían comenzado a golpear a la víctima. "El finado cayó sobre el calentador, estaba vivo. Me borré porque me asusté", confesó.
"Se comentaba que el finado era homesexual, cuando le empezaron a pegar y se cayó al piso me asusté... todos estábamos tomados", "Quico" se quiso guardar para sí lo que todos los actores judiciales querían saber: "No voy a contestar sobre quién le fue el que le pegó", dijo y se llamó a silencio. Hasta hoy en día no se sabe quién le dio el golpe final a la víctima.
Mientras que "el Chino" contó en juicio que el día anterior al homicidio estaba en lo de su mamá y que de ahí se fue a lo de su hermano a tomar unos vinos.
"Le conté que discutí con el concubino de mi mamá. Se terminó lo que estábamos tomando, yo estaba con plata, nos encontramos con el finado y con R. (Quico) y mi hermano los invitó, estuvimos tomando, mi hermano estaba meta a discutir por unas zapatillas, me fui, serían las 8 o las 9 de la noche", describió.
Después dijo que vio a su hermano recaído y nervioso y vio sangre, "había ropa, me puse a ayudarle a limpiar". Su versión era clara, decir que no estuvo en el momento del hecho, que luego volvió a ayudar a limpiar.
Con los testimonios y las pruebas recolectadas, la Fiscalía llevó juicio a Rodríguez y Juan Barrera Alvarado, mientras que "el Zurdo", su hermano, se mantuvo rebelde durante el proceso.
Los cuatro, según la Fiscalía, estaban acostados aquella noche en la cama del crimen. Todos consumían alcohol y que por un par de zapatillas comenzaron a golpear a "Pato". Le endilgaban el robo del calzado.
"Quico" era amigo de la víctima, y la Fiscalía consideró que si se hubiese seguido el hilo de los hechos según su relato, no hizo nada ante la golpiza que recibía su amigo al irse del lugar.
SADISMO
La fiscal sostuvo en juicio que existió sadismo y perversidad en el homicidio. Sumó que hubo lesiones pre-morten y post-morten y por la variedad de las mismas se presumía que la víctima intentó huir pero no pudo. Citó el dolor de quien no está en condiciones de defenderse y expuso que si las quemaduras hubieran sido accidentales no estarían en todo el cuerpo como en el cuello, por lo que caracterizó así el ensañamiento. Para Ferrari, la víctima hasta que lo matase el golpe de gracia en la cabeza estuvo consciente y sufrió.
La coautoría se basaba así por omisión, ya que nadie frenó la golpiza. Y dejó algo en claro, que por más que no haya habido un testigo imparcial en el crimen, el mismo no podía quedar impune porque el homicidio podía ser reconstruido. La fiscal pidió la reclusión perpetua de ambos acusados.
Mientras, las defensas de los enjuiciados pidieron la absolución de los mismos. El defensor de Rodríguez dijo que su asistido primero fue testigo en la causa, se presentó una nulidad y se lo incriminó y cuando eso sucedió el requerimiento fiscal solo cambio el nombre sin el más mínimo asidero. Que no había ninguna prueba de que R. haya estado presente al momento de la muerte de A.M.C.
Un testigo reconoció a Rodríguez en la sala de juicio, fue uno de los que acompañó a "El Zurdo" a venderle la pala con la que cometieron el crimen. La pala tenía manchas de sangre y hasta cabellos.
De esa manera, el tribunal conformado por la juez María Elena Nieva de Pettinari, Luis María Pintos y Carlos Pellegrini coincidió en calificar la conducta de Barrera Alvarado, como autor penalmente responsable de homicidio simple y a Rodríguez como participe secundario del homicidio simple. Los tres jueces coincidieron en que la Fiscalía no probó el agravante de ensañamiento.
Uno de los jueces expuso que no se pudo probar de manera palmaria que la introducción del palo en el ano de la víctima haya sido cometida cuando aún la víctima estaba en condiciones de sufrir.
Pintos frente a la pena que debía recibir Barrera Alvarado tuvo en cuenta como agravantes los antecedentes penales, el grado de peligrosidad de la acción desplegada dirigida hacia una persona en evidente condición de inferioridad e indefensión y la extensión del daño. Mientras que como atenuantes consideró el estado de ebriedad que pudo haber reducido o dificultado la comprensión del ilícito.
Pellegrini, en tanto, tuvo en cuenta varios agravantes, pero sumó a los de sus compañeros, "la falta de arrepentimiento que mostraron los acusados" y como atenuante para Rodríguez su juventud.
La mayoría coincidió en el monto de pena que se le aplicó finalmente de 15 años de prisión a "El Chino" por encontrarlo coautor del delito de homicidio y la de 6 años de prisión para "Quico" como partícipe secundario del delito de homicidio.
La pena recién la cumpliría el 7 de diciembre de 2010, pero "El Chino" ya en 2003 comenzó a gozar de las salidas transitorias al cumplir dos tercios de la pena.
El informe técnico-criminológico del condenado, daba cuenta de manera positiva el beneficio ya que el interno de la Unidad Penitenciaria 6 de Rawson tenía proyectos laborales "y evaluándose que sus posibilidades de reinserción social son al momento actual favorables".
Mientras que de la Sección Asistencia Social se destacó que Barrera Alvarado durante su alojamiento en esa unidad había demostrado "hábitos laborales adquiridos, voluntad de trabajo y constante preocupación por el estado de salud y situación en general de su madre. De extracción socio-cultural baja (...) En cuanto a las posibles causas de su accionar delictivo, de sus dichos se infiere como principal motivo, su adicción al alcohol, el cual habría sido superado".
Desde esa unidad recomendaban la continuidad del tratamiento de esta adicción a su egreso. La Fiscalía no se oponía al beneficio pero solicitaba una evaluación psiquiátrica o psicológica del recluso.
Se dispuso así su libertad condicional desde 2005 en un domicilio de Andrés Minoli a 2000 del barrio Máximo Abásolo. Debía abstenerse de ingerir bebidas alcohólicas; adoptar en un plazo prudencial un oficio, arte, industria o profesión, no cometer nuevos delito y no tener contacto con familiares o amigos de quien en vida fuera A.C.M.
Dos años antes, en 2003 ya había logrado acceder a 62 horas semanales para que este con su madre en el Abásolo. Nunca más se supo de él. Hoy tiene 40 años. Su hermano nunca llegó a ser procesado por el crimen, al mantenerse rebelde de la Justicia.