La noche en la que el "loco de la motosierra" sembró el terror

Me sentenció, me dijo que el día que salga de la cárcel me va a matar a mí y a mis hijos" confiesa a Letra Roja Rosa Liempichun, la mujer a la que Alberto Arias quiso matar en varias oportunidades junto a sus hijos. El fue condenado en primera instancia a 15 años de prisión, aunque en casación le bajaron la pena a 10. En la penitenciaría estudió y accedió a la libertad anticipada. Desde fines de 2014 está libre y volvió a Senguer donde trabaja para la Municipalidad. Rosa y sus hijos debieron escapar a Las Heras tras las amenazas y agresiones de la familia de su ex marido, y el miedo de su hijo de que su padre lo vuelva a atacar. Rosa que pudo ser "una menos" hoy puede contar el calvario. Denunció que la casa del terror está usurpada.
El 15 de marzo de 2009 y como salido de la película de terror "La masacre de Texas", el film de 1974 dirigido por Tobe Hooper, Alberto Arias encendió su motosierra. La llevó de un lado al otro con la cadena corriendo entre el piñón. La herramienta para talar árboles se convirtió así en la principal amenaza del barrio Pro Huerta.
Son las 21:30 y Arias persigue a su pequeño hijo de 7 años por el patio de la casa. El pequeño trata de no resbalarse en el césped. En ese lugar rodeado de álamos, Arias emula a un "Leatherface" patagónico, como aquel de la película protagonizada por Gunnar Hansen, inspirado en el maníaco Eddie Gein, un asesino de Plaintfield, Estados Unidos.
Es que la oscuridad también había llegado a Alto Río Senguer y Arias la acompañaba. Iluminado solo por los frascos de combustibles que colocó en las ventanas de la vivienda como molotov, busca matar. Pero el niño corre rápidamente hacia la casa de la que hace tiempo Arias se tuvo que marchar al separarse de su mujer por no querer dejar el alcohol.
Arias quiere cortarlo. El niño desesperado busca llegar a la puerta de su casa. Esa es su única salvación. Salta y grita, corre y patalea. Trata de escaparle al peligro de su propia sangre. Es que su padre, Arias, ya lo había rociado con kerosene en otras oportunidades y había amenazado con prenderle fuego.
Arias es el amo del terror esa noche. El disfraz que dará a conocer su personalidad en esa obra macabra lo llevará a convertirse por el resto de la historia en "el loco de la motosierra". No lleva máscara de piel colgando como aquel Leather, pero según Néstor Herrera, el policía que esa noche se enfrentó cuerpo a cuerpo con él, Arias tenía sus ojos encendidos: era una persona dispuesta a matar.

EL DIA QUE TODO CAMBIO
Cuando la motosierra sonó en el vecindario los obreros de la construcción de enfrente dejaron de llenar los baldes de cemento. Señalaban hacia la casa.
Adentro Rosa Liempichun, la ex mujer de Arias, cocinaba. Le llamó la atención que los obreros mirasen hacia su casa. Los observaba por la ventana mientras conversaba con Julia, una amiga que había llegado de Sarmiento. Cuando oyó la aceleración, ese sonido brusco de arranque, que primero ella pensó que era un auto, gritó: "los chicos, los chicos".
Corrió hacia la puerta, buscando a los niños que jugaban en el patio. Cuando se asomó, su pequeño hijo venía corriendo buscando resguardo. Detrás lo seguía Arias con la motosierra encendida. Rosa alcanzó a empujar a su hijo hacia adentro de la casa cuando Arias tiró el corte. Como pudo, ella se metió adentro y cerró la puerta con llave.
Arias no pudo ingresar y se fue hacia la ventana del comedor. Allí rompió los vidrios con la motosierra e ingresó. Los vecinos ya se habían acercado. El vecindario completo se alarmó. Los gritos, los ruidos, el daño y el fuego alarmaban. La vivienda de la calle Mitre sin número esquina con Malvinas se convirtió de ahí en más en una casa del terror.
Cuando vieron que Arias entró, Rosa, sus cuatro hijos, Julia y su hijo menor corrieron a encerrarse a una de las habitaciones del fondo. Para su desgracia, ingresaron justo en la que tenía rejas en las ventanas. Arias antes ya le había prendido fuego a un vehículo que se encontraba en el patio a su ex pareja y se mostraba capaz de cualquier cosa.
El hombre comenzó a destruir con la motosierra la puerta de placa (ver foto). Rosa aún no entiende cómo es que su pequeño hijo sacó tanta fuerza para sostenerla y no dejarla abrir. Ella estaba inmóvil. Arias gritaba que los iba a matar y Rosa llamó a la Policía.
"Por favor acérquense, habla la Liempichun", gritó desesperada en el teléfono de la comisaría de Senguer, que solo tenía -y sigue teniendo-dos policías por turno.
El llamado lo recibió el cabo Herrera, su vecino y policía del pueblo que ya sabía de los problemas de violencia de género que sufría Rosa y le pidió al agente Alvaro Orellana que lo acompañase. Se dirigieron al lugar y se encontraron con gran cantidad de gente que ya se acumulaba frente a la vivienda. Entre ellos estaban la mujer y la hija de Herrera, que se habían cruzado a ver qué ocurría. "El señor Arias quiere matar a la familia con la motosierra" le advirtieron.
El policía ingresó al comedor y escuchó el ruido por primera vez. Buscó inmediatamente otra vez ese sonido en un pasillo que tiene un recorrido casi espiral. Orellana iba detrás, corriendo con la tonfa la ropa que Arias había colocado en las hornallas para iniciar el fuego en la vivienda.
El desquiciado seguía cortando la puerta de madera compactada. Estaba enceguecido. Su hijo del otro lado resistía. Rosa quería salir a enfrentarlo. Estaba dispuesta a decirle que si quería matarla, allí mismo la tenía enfrente.Que lo hiciera, pero que no tocara a sus hijos. Julia, su amiga, la retenía.
El policía Herrera se asomó entre la oscuridad y Arias casi lo corta con la motosierra. "Retrocedí, y cuando levanta la motosierra, pega contra la pared", recuerda ante Letra Roja siete años después. En ese momento el policía desenfunda su arma.

CUERPO A CUERPO
"¿Qué? ¿Me vas a matar vecino?", le preguntó Arias al cabo de policía en medio del ruido. "No te voy a matar Arias, pero mirá la cagada que estás haciendo", le respondióel policía.
"Orellana, andá a buscar al jefe", le ordenó Herrera a su compañero. Pero éste no quería dejarlo solo.
"Andate; es una orden mía, te dije; dejame solo", le volvió a repetir Herrera. Y Orellana salió a buscar ayuda. Tenía que avisarle al jefe de la comisaría, o a algunos de los compañeros que estaban de franco para que los ayudasen.
"Bajá la moto, bajá la moto", le pedía Herrera al desaprensivo Arias, pero no la apagaba.
Herrera enfundó otra vez su arma y cuando bajó la vista, Arias lo atacó.
"Ahora sí, milico de mierda, te voy a matar", le espetó el iracundo al funcionario policial.
Herrera tomó una silla de caño del comedor y se cubrió. La cadena de la motosierra chocaba contra el caño y se deslizaba. En esas maniobras la cadena le molía el brazo y el pecho. Los caños eran su único escudo.
"Vení, vení", lo invitaba Herrera a Arias para sacarlo de la habitación sin luz hacia afuera. Pensaba que podía alejarlo de la amenaza a la familia. Lo quería distraer.
Cuando la cadena de la motosierra se deslizó y se enredó en la tricota del policía, saltó. Arias no se dio cuenta y volvió a acelerar sobre el pecho de Herrera. Pero lo que giró fue el piñón. Arias redobló la apuesta y arrojó el televisor al piso.
"Vení para acá", le dijo Herrera y lo tomó del cuerpo, lo giró y cayeron al piso. Comenzó una lucha cuerpo a cuerpo en la que Arias sacó un cuchillo de unos 30 centímetros. Herrera no sabe cómo se lo quitó.
Cuando Herrera intentó reponerse, se le cayó el arma. Y Arias aprovechó para tomarla y apuntarle a la altura del pecho. El cabo fue rápido de reflejos y con un movimiento le corrió el arma.
Arias disparó. Y el plomo de la 9 milímetros le pegó a Orellana que ya volvía por detrás de Herrera a prestar apoyo. El proyectil le ingresó en el pómulo, en la región maxilar izquierda con orificio de entrada y sin salida.
"La munición vieja, la suciedad del arma, quizás hizo que no le entrara más el proyectil" explica Herrera, tratando de buscar explicaciones de por qué su amigo está vivo. Herrera redujo al desacatado Arias y lo esposó. "Anda al hospital, anda al hospital", le pidió a Orellana. Al policía herido lo auxiliaron los vecinos.
"Le salvamos la vida a la familia" reconoce Herrera. Rosa y sus hijos agradecen todos los días el arrojo de los policías.
A Herrera y Orellana, la Policía nunca los condecoró por su valentía. Herrera se sacudió un poco y escribió el acta hasta las 3 de la madrugada. Se hizo curaciones en las heridas y al otro día volvió a trabajar. "El tipo estaba decidido a matar a la familia y a nosotros también", recuerda hoy.
A Herrera la vocación lo llevo a ser policía. Fue uno de los que intervino en la detención de los asesinos del oficial Octavio Antilef. Una vez le cortaron el chaleco en una pelea de borrachos en la plaza del pueblo. Sostiene que "cuando andan frescos son unos señores, pero cuando toman te desconocen".
El fiscal Raúl Coronel fue el único que los felicitó en aquellos días: les reconoció la valentía para reducir a Arias y no optar por sacar el arma y dispararle.

CONDENA Y LIBERTAD
El 16 de marzo de 2009, Alberto Arias fue condenado en primera instancia por homicidio agravado en grado de tentativa, resistencia y lesiones a la autoridad. Le dieron15 años. Luego un tribunal de la Cámara Penal hizo lugar a la impugnación y le redujo la condena a 10.
En casación, Arias se defendió asegurándole al Tribunal que no quiso hacerle daño a su familia y mucho menos matarlos, catalogando de mentirosa a su ex pareja. El tribunal integrado por los jueces de cámara María Nieva de Pettinari, Daniel Pintos y Martín Montenovo, dispuso que la pena debía ser de 10 años, la cual según los cómputos oficiales la debería terminar de cumplir el 15 de marzo de 2019, aunque desde diciembre de 2014 ha accedido a la libertad condicional y anticipada ya que estudió en la Unidad Penitenciaria 14 de Esquel. En la prisión tuvo concepto regular y ejemplar. Terminó la secundaria en el Centro de Formación ya que había ingresado a la prisión solo con nivel medio de educación.
También realizó un curso de operador de informática en administración y gestión. Hizo cursos no formales y toda esa preparación llevó a su defensa pedir el estímulo educativo por el que se le descontó tiempo de la pena.
Hoy tiene prohibición de contacto con las víctimas, no pudiendo acercarse a "la casa del terror", la número 9 del barrio Pro Huerta. Tampoco a sus hijos. Desde el 15 de marzo de 2014 tiene salidas transitorias. Incluso cuenta Herrera que junto a Orellana, en uno de sus primeros beneficios en los que decidió visitar a su madre en Senguer después de lo que había pasado, los suboficiales a los que había intentado matar en 2009 lo tuvieron que cuidar y trasladar para ver a su madre.
Arias hoy en libertad trabaja en funciones de mantenimiento para la Municipalidad de Alto Rio Senguer. Volvió a su pueblo. Antes de atacar con la motosierra, el 10 de mayo de 2008 a las 20, ya había ingresada a la vivienda con un cuchillo en la mano y agredió a Rosa, lanzándole dos puntazos, uno en el cuello y otro en el estómago, que ella logró esquivar.
Un mes y medio después, el 26 de junio de 2008 a las 23:25, Arias fue hallado otra vez por la Policía sobre el alambrado de la vivienda de su ex, pese a la prohibición de acercamiento que le había dictado el juez Roberto Casal. Es que el 12 de mayo de 2008 se había dispuesto la prohibición de contacto y acercamiento por el término de 60 días.
"Un montón de veces me torturó, me maltrató, me regó con combustible, a mis hijos también y yo tenía que aflojar porque tenía miedo que me los prenda fuego. Ellos me han dado fuerza para seguir adelante. Yo los traje al mundo y los tengo que proteger como madre, cueste lo que cueste. Mientras esté yo, nada les va a pasar. Le doy gracias a Dios que no me pudo matar ningún hijo, de tantas veces que lo intentó. Me los roció con kerosene a los tres más chicos", evoca la sufrida mujer.
El dolor dice que va por dentro. El cuerpo tiene las marcas aún de las golpizas que recibía.

SENTENCIA DE MUERTE
A Rosa todavía le resuena la amenaza que Arias le dijo cuando lo llevaban a prisión. "Me sentenció, me dijo que el día que salga de la cárcel me va a matar a mí y a mis hijos". Cree de todas maneras que Arias no la cumplirá porque sus hijos ya son más grandes.
Rosa lleva la sangre de sus antepasados que lucharon por la tierra que les fue arrebatada. Su padre era soguero y tropero. "Mis abuelos fueron engañados y les quitaron todas las tierras", sostiene.
Ella también es una desterrada. Debió dejar su vivienda allá por 2010 cuando no soportaba más el destrato de los familiares de Arias con sus hijos y ella. Le recriminaban que lo hubiera denunciado. Pero ella ya no soportaba más la violencia. Se había aguantado golpes por sus hijos, pero no pudo más aquella vez. Eso los familiares de Arias no lo entendieron.
"Cuando mis padres se separaron yo tenía 17 años. Mi papá conversó con mamá y quería que lo ayudemos a dejar la bebida porque le hacía mal; hacer un tratamiento. De la noche a la mañana le dimos el apoyo familiar, pero sin que vuelva a la casa. Ya estaban separados. Y él no quiso, renunció. Yo me fui de Senguer porque era un calvario, rodeada con la familia de él, discriminándonos, amenazándonos. Era convivir con eso, o irnos de ahí y buscar otra vida. Nos fuimos con lo puesto, con los bolsos y nada más" cuenta Silvina, hija de Arias.
"Consecuencia de todo lo que pasó esa noche en esa casa nuestra vida fue muy dura; dejar un pueblo en donde fui criada. Porque el volvió a Senguer como si nada hubiese pasado y hace su vida normal. Es más, la gente conociendo a mamá y a nosotros, lo elige. Y no le dicen '¿por qué le hiciste eso a tus hijos? Son de tu sangre'", reflexiona Silvina.
"Mi mamá nos sacó a todos a flote. Somos ocho hermanos –el último con capacidades diferentes- , el más grande estudia y trabaja. Mi mamá nunca bajó los brazos. Tuvo que salir a trabajar todo el día y hoy todos tenemos la escuela terminada. Esa mujer tiene una fuerza tremenda", define a su madre, Silvina.
Rosa no cree en la Justicia porque a Arias no le dieron la cantidad de años que le habían prometido y salió antes de tiempo. "En vez de apoyar a la víctima, les dan más derecho a los delincuentes y todos los asesinos que ya están sueltos" sostiene.
En tanto Arias cuando se cruza en la calle con el policía Herrera, ya no lo mira; baja la vista. "Anda acá, lo más bien. Yo lo cruzo siempre, pero agacha la cabeza. Yo soy profesional, es un trabajo y hago lo que me corresponde" dice Herrera.

LA CASA DEL TERROR
La "casa del terror", según Rosa, está usurpada. Hace poco han juntado las hojas que el otoño hace caer de los árboles a ese césped en el que Arias corría a su hijo con la motosierra. Según Silvina y Rosa, Arias le entregó la vivienda a una familiar. "El hizo un papel que era propietario y dejó a los hijos en la calle", dijo su ex esposa.
Rosa trata de que en el Instituto Provincial de la Vivienda recupere la vivienda, o que le entreguen otra en un pueblo que no sea Senguer. Es que en el lugar donde casi la matan no puede volver a vivir.
"Mi hija estuvo en noviembre, se vino para acá y el tipo (Arias) rompió la puerta y usurpó. Me quemó la mitad de los muebles y los otros me los robó, todo se llevó a la chacra de la madre" cuenta Rosa.
Haberse ido de Río Senguer a Las Heras fue muy duro para Rosa y sus hijos. El pequeño de 7 años -que ahora tiene 13- cada vez que oía una sirena se encerraba en su casa. Ponía llave y se escondía debajo de la cama. Rosa dice que de a poco le hicieron entender que estaba a salvo de su padre.
"Perdí todo, hasta la casa me quitaron. Me dejaron en la calle con mis hijos, pero yo sigo dando batalla" dice Rosa que trabaja para sus hijos y cree en que las autoridades políticas pueden ayudarla, no quiere nada regalado.
Rosa, que podría haber sido "una menos" hoy puede contarla a Letra Roja. Sus hijos, las víctimas de violencia de su padre, debieron irse del pueblo, de la casa del terror, lejos del miedo y las agresiones. Arias, al contrario, quien recién cumplirá toda su pena en 2019, fue beneficiado con la libertad anticipada, volvió a Senguer y entregó la casa a un familiar.
Su hijo, el que logró escapar de la furiosa motosierra, su propia sangre, quedó en la calle y con daños psicológicos que hasta el día de hoy lo atormentan.

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