Carlos Eduardo Robledo Puch, el niño "bien" que mataba por placer, conocido popularmente como "el ángel de la muerte", cumplió 70 años. Los últimos 50 los vivió tras las rejas. “Algún día Dios me hará libre”, expresó alguna vez y espera que la justicia escuche sus ruegos.
Este histórico criminal asesinó a once personas entre 1971 y 1972, incluido su cómplice y amigo del delito. A todas sus víctimas las sorprendió por la espalda o mientras dormían.
Hoy está cumpliendo 70 años de edad y en dos semanas cumplirá 50 años de prisión, un récord para la historia judicial y carcelaria Argentina.
En una oportunidad dos de sus compañeros del pabellón 1 de la Unidad Penal Número 26 de Olmos le preguntaron qué quería que le regalaran y les respondió: “Una máquina del tiempo así viajo al pasado a darle un abrazo a mis viejitos”.
Porteño de nacimiento, capricorniano, nació el 19 de enero de 1952. Su vida transcurrió en la vivienda ubicada sobre la calle Francisco Borges 1845, del barrio de Olivos en la provincia de Buenos Aires. Llegó a ese barrio con sus padres cuando tendría diez años. Allí alquilaban un departamento que estaba en el primer piso de una herrería. El padre se llamaba Víctor y trabajaba en General Motors, con el que nunca tuvo una buena relación.
Con sólo 20 años fue condenado a reclusión perpetua por diez homicidios calificados; una tentativa de homicidio; diecisiete robos; dos raptos y dos hurtos.
El 3 de febrero cumplirá 50 años en la cárcel, prisión que es efectiva desde el año 1072. Su condena definitiva a cadena perpetua por tiempo indeterminado, se dictó el 27 de noviembre de 1980.
Durante la última década y media viene solicitando un arresto domiciliario o la libertad definitiva, y aunque no se descarta ninguna posibilidad, la Justicia de San Isidro entiende que la situación no es sencilla, porque necesita una casa y una persona de confianza que le salgan de garantía para que le otorguen ese beneficio.
“Me despierto con una angustia tremenda. A veces preferiría estar muerto para no sufrir más y, si es que existe algo más, me gustaría reencontrarme con mi vieja Aída”....“No sé por qué no me dan una pistola así me pegó un tiro y dejo de sufrir”, fueron algunas de las expresiones que Robledo dejo en el año 2008, y agregó en aquella nota: “Todos los días muero un poco. Sé que voy a morir en la cárcel y ese es mi mayor temor”.
En una oportunidad contó que tenía un sueño recurrente: un guardia le decía que preparara el bolso porque iba a salir en libertad. Él pensaba que era una broma hasta que sus compañeros lo aplaudían. Lograba salir, pero cuando iba por la ruta haciendo dedo un meteorito hacía impacto en el planeta Tierra y llegaba el fin del mundo.
Entre sus históricas anécdotas carcelarias, se recuerda aquel brote psicótico en la cárcel de Melchor Romero, cuando se puso una capa y unos lentes y prendió fuego la carpintería del penal al grito de “¡Soy Batman!”. Eso le valió la oportunidad de ver por última vez a su padre que decidió por única vez visitarlo casi como una despedida.
En el año 2012 había dejado de creer en Dios, porque un capellán de Sierra Chica, donde entonces estaba alojado, le contesto que ni loco le daba asilo si salía en libertad. Pero luego de un tiempo y de varias charlas con pastores se reconcilió y hasta se lo escuchó decirle a sus confesores que: “Sé que algún día Dios me hará libre”.
Hoy sufre de EPOC y asma, está alojado en el pabellón 1 de la Unidad Penal Número 26 de Olmos. A diferencia de sus días de calvario en Sierra Chica, donde vivió el trágico motín de Semana Santa de 1996 que dejó un saldo de ocho asesinatos de la banda de los “12 apóstoles”, a Robledo se lo ve de mejor humor, contenido por sus compañeros. Está en un régimen mucho menos rígido que en Sierra Chica. Lo ven asistentes sociales, psicólogos y psiquiatras y se está evaluando si en algún momento podría llegar a salir de la cárcel. De hecho, ahora que cumplió los 70 le correspondería el arresto domiciliario.