En los últimos años, el lenguaje en torno a los animales comenzó a experimentar una transformación profunda impulsada por el movimiento de protección y activismo animal. El cambio no es menor: dejar de nombrarlos como objetos o pertenencias para reconocerlos como lo que son, seres sintientes.
Uno de los primeros términos en caer en desuso es “tenencia”. La idea de “tener” un animal se vincula con la noción de propiedad, algo que los activistas buscan desterrar. En su lugar, se habla de cuidado o convivencia, reflejando un vínculo de responsabilidad y respeto.
Del mismo modo, el concepto de “dueño” fue reemplazado por el de tutor o tutora, destacando que las personas no poseen a los animales, sino que asumen el compromiso de acompañarlos y protegerlos.
Algo similar ocurre con la palabra “mascota”. Si bien estuvo arraigada en el uso cotidiano, hoy se señala que remite a la idea de objeto, mercancía o símbolo —como la “mascota” de un club—. En consecuencia, activistas y especialistas promueven hablar directamente de animales, perros o gatos, evitando reducirlos a una categoría cosificada.
Este debate no es solo cultural: a nivel nacional se impulsa una ley que reconozca a los animales como seres capaces de sentir dolor, amor y sufrimiento, en línea con legislaciones internacionales. El objetivo es actualizar el marco legal y civil, todavía atravesado por normas que los consideran bienes materiales.
El cambio de palabras, aseguran quienes militan la causa, no es un detalle menor: implica transformar la mirada histórica que relegó a los animales a un segundo plano y avanzar hacia un vínculo más justo, respetuoso y consciente.