El Pez Negro nació en 2016 como el desahogo creativo de Sebastián, músico patagónico que, tras casi una década en Comodoro Rivadavia, regresó a Sarmiento con la necesidad de dar forma a nuevas canciones. “Llegar a Sarmiento fue un cambio personal enorme, y de ese fuego interno surgió El Pez Negro, primero como un proyecto solista, casi íntimo, hasta que empezó a crecer como una banda”, recuerda el líder de la banda y oriundo de El Maitén, Sebastián Namuncurá, en comunicación con El Patagónico.
El primer registro fue el EP Alma Espiritual, donde Seba grabó guitarras, bajos y voces, acompañado por José “Chino” Jaramillo en batería. Con esa semilla, el proyecto encontró sus primeros latidos. Pero armar una formación estable no fue sencillo: “En Sarmiento no era fácil. No por falta de talento, sino porque muchos músicos ya estaban en otros proyectos y yo era un desconocido en la escena local”.
Ese obstáculo lo llevó a viajar semanalmente a Comodoro, esfuerzo que se transformó en oportunidad: allí conoció a Diego Rey, productor y músico clave para expandir el sonido de la banda. “Con Diego trabajamos en canciones como Las vías de nuestro tren, Una fiesta menos yo y Bajo la luz LED. Su experiencia en audio fue fundamental para abrir un nuevo aire en El Pez Negro”.
Con los años, y tras una búsqueda incansable, el proyecto encontró en Sarmiento su núcleo definitivo: Iván Aguirre Foley en bajo, José “Chino” Jaramillo en batería, Carlos “Karli” Necul en piano, y Sebastián Namuncurá en guitarra y voz. “Hoy siento que atravesamos nuestro mejor momento: somos una formación que combina compromiso, responsabilidad y una energía natural que hace que todo fluya. Eso es oro puro en una banda”.
El recorrido musical de El Pez Negro es también un viaje interior, atravesado por la geografía y la memoria. En su narrativa aparecen La Trochita, símbolo de su herencia ferroviaria, las luces artificiales y naturales que inspiran canciones como Bajo la luz LED o Luz solar siempre, y la experiencia de un “viajero solitario” que cruza las rutas entre Sarmiento y Comodoro con la música como bandera. “Cada canción es un capítulo, como estaciones en un viaje: algunas son introspectivas y otras celebratorias, pero todas tienen el espíritu del paisaje patagónico”.
El vínculo con la comunidad fue decisivo para sostener el proyecto. Desde los primeros recitales organizados por amigos hasta la apertura de espacios culturales como El Quincho de Atilio, la banda creció de la mano de un entramado social que la abrazó. “Sin la gente que nos banca, sin los amigos que arman fechas y sin el público que nos sigue, El Pez Negro no existiría. Somos una banda, pero también somos parte de una comunidad que nos impulsa”.
En lo musical, la propuesta se nutre de la versatilidad y el cruce de influencias. “No nos dejamos marcar por un solo estilo. Queremos que cualquier persona, con gustos diversos, encuentre un punto de conexión con nuestra música. Buscamos que sea un puente entre distintas sensibilidades”. Esa búsqueda, dice, se completa en vivo: “En cada show dejamos todo. No se trata solo de tocar, sino de armar una experiencia visual y sonora que haga vibrar al público”.
El próximo desafío es mayúsculo: la primera gira hacia la cordillera y Buenos Aires. “Queremos dar un pantallazo de cómo se encuentra el rock patagónico hoy. Sabemos que no es sencillo, pero cuando me propongo algo lucho hasta hacerlo realidad. Soy intenso, a veces demasiado, pero esa intensidad es lo que mueve a El Pez Negro”.
El legado que buscan dejar, dice Seba, puede resumirse en una sola frase que funciona como mantra para la banda: “El horizonte no es el final del recorrido, sino el inicio de un nuevo horizonte”.
Y así, con canciones que suenan a viaje y resistencia, El Pez Negro sigue navegando entre raíces locales e influencias globales, decidido a mostrar que desde la Patagonia también late un rock capaz de atravesar cualquier frontera.