Todo comenzó en silencio, con un sintetizador encendido. Nehemías “El Brujo” Azocar buscaba una forma distinta de hacer música: no electrónica de estudio, sino una que pudiera sentirse, ejecutarse, vibrar en vivo. “Empecé a tocar el sinte y te lleva a lo electrónico —recuerda en entrevista con El Patagónico—. Pero quería hacer música que se pueda tocar, con la lógica del instrumento, loopear, improvisar, que suene vivo”.
Aquella curiosidad se transformó en búsqueda entre 2020 y 2021, cuando El Brujo empezó a moldear sonidos y texturas desde su casa, construyendo los primeros “mantras” que hoy son el núcleo de la banda. “No encontraba una explicación para lo que estaba haciendo —dice—. No eran canciones con estribillos ni frases. Era instrumental, poético. Había algo ahí que no se podía decir con palabras”.
El proyecto tomó cuerpo cuando sumó a Jeremías Barría, guitarrista, a quien Nehemías llamó una tarde para mostrarle sus ideas. “Me dijo: vení, traé la guitarra, te quiero mostrar algo. Y ahí empezó todo”, recuerda Barría. Aquel encuentro derivó en largas sesiones en casa del Brujo, donde los sonidos electrónicos se entrelazaron con la improvisación de las cuerdas.
Con el tiempo se fueron sumando Tatiana Trigo en batería, Gastón “Cachi” Calfín en guitarra y Cristian Ovalle en bajo. Todos compartían no solo una conexión musical, sino también una sensibilidad común: la de entender la música como un lenguaje ritual. “Con cada uno fue igual —cuenta Azocar—. Nos encerrábamos, escuchábamos, hacíamos una sobredosis de mantra. Les mostraba lo que tenía y preguntaba: ¿qué podés aportar?”.
De esa alquimia entre la electrónica, la poesía y el instinto nació algo que los mismos integrantes dudan en llamar “banda”. El Brujo y los Entes fue desde el inicio una manifestación escénica, un laboratorio sonoro que se nutrió de la amistad, del juego y de una necesidad: trascender las formas conocidas para crear un espacio donde el arte se convierta en invocación.
EL HECHIZO TOMA FORMA
Con el tiempo, lo que empezó como un experimento electrónico se transformó en algo más grande: un universo. Cada sonido, cada poema y cada performance fue tomando sentido dentro de una historia común. Así nació la idea de los siete mantras, piezas que —como explican sus creadores— “no son canciones, son portales”.
“Yo no quería que fueran canciones —dice Nehemías—. El mantra tiene un objetivo: lograr algo, producir algo. En realidad, toda canción es un mantra, pero nosotros queríamos que nuestra música generara un estado, un trance, algo que te lleve más allá”.
La palabra “mantra” no fue elegida al azar. Cada uno de los siete representa un movimiento, una energía y una historia dentro del relato que El Brujo y los Entes teje en escena. “Estamos haciendo música, pero también presentando personajes. No vas a ver un concierto, vas a ver una historia. Somos más un acto teatral que una banda en el sentido tradicional”.
Así aparecieron los personajes: El Brujo, que invoca a todos; El Chamán, que viaja en el tiempo; El Curandero, que sana; El Golem, nacido de la arcilla; y El Hada del Mar, atrapada entre dos mundos. Cada uno con su historia, su poema y su rol dentro del ritual sonoro. “Personificamos —dice Gastón Calfín—. Cada quien tiene un personaje y lo cumple a rajatabla. No es una banda, es un acto teatral”.
Cada integrante de El Brujo y los Entes habita un personaje propio dentro del relato musical que comparten. Son identidades simbólicas que dialogan entre lo mítico y lo humano, un espejo donde la música se vuelve fábula y rito.
El Brujo (Nehemías Azocar)
El origen del conjuro. Es quien invoca, quien abre el portal. En la narrativa del grupo, el brujo es el que “no sabe cómo llamar a su hechizo”, un creador que transforma la duda en sonido. Desde su sintetizador, conjura los mantras que dan vida a los demás personajes y al espectáculo entero.
Reina Hada (Tatiana Trigo)
Un ser del bosque que encontró el mar y nunca más quiso despegarse de ese entorno. “Es un hada convertida, atrapada entre mundos”, cuenta Tatiana. Su personaje simboliza la transformación, la melancolía y la belleza de lo que se pierde para poder renacer.
El Chamán (Jeremías Barría)
Viajero del tiempo, condenado a recorrer eternamente el flujo de los días. “Los chamanes del tiempo pueden ver hacia adelante y hacia atrás”, dice Barría, “pero está prohibido viajar, y yo lo hice. Por eso me castigaron”. Su historia es un bucle, un viaje sin fin donde la música es la única forma de redención.
El Curandero (Gastón “Cachi” Calfín)
El sanador de los sonidos. Lleva máscaras porque, según explica, “no tengo una sola imagen, soy muchos”. Su rol es el de equilibrar las fuerzas del grupo, reparar las dolencias invisibles y conectar lo mágico con lo terrenal. “¿A quién recurre un brujo cuando tiene una dolencia?”, se pregunta Azocar. “Al curandero”.
El Golem (Cristian Ovalle)
Criatura de la tierra y la arcilla, inspirada en la cábala. Es una invocación hecha materia, un símbolo de la creación que cobra vida a través de la música. “Lo invoqué —dice El Brujo—, como pasó en este plano y en el de la historia”. Su bajo es el pulso del suelo: lo que mantiene al hechizo en equilibrio.
La propuesta creció también en su aspecto visual. El director y productor Matías González se incorporó al proyecto para sumar una dimensión audiovisual que completa la experiencia. “Tenemos proyecciones, visuales, una estética que se integra a la música —cuenta Azocar—. No es solo teatro, es un show completo. Aprendemos sobre la marcha, pero lo disfrutamos”.
El resultado es un espectáculo que cruza música, poesía, cine y performance. “Lo más parecido sería una rock ópera”, explica Calfín, “porque está dividido en movimientos como en la música clásica. Los mantras son apenas el primer movimiento de una historia mucho más grande”.
Entre los ensayos, las filmaciones y las presentaciones, El Brujo y los Entes va forjando una identidad única en la escena comodorense: una fusión de lo sagrado y lo experimental, del sonido electrónico con la raíz ritual de la música ancestral. “Estamos contando una historia simbólica —dice Azocar—, pero también real. Porque la música, cuando la tocamos, nos transforma de verdad”.
EL PRESENTE DE LOS ENTES
El presente de El Brujo y los Entes es un territorio donde la música, la performance y la espiritualidad conviven sin fronteras. En cada show, los personajes cobran vida y la puesta escénica se transforma en un viaje compartido entre artistas y espectadores. No hay una barrera entre el escenario y el público: lo que ocurre es una experiencia colectiva, una invocación.
“Cuando tocamos, no vas a ver un recital —explica Gastón Calfín—, vas a ver una historia. Todo está narrado como una fábula, como un cuento. La música es el hilo, pero lo que hacemos va más allá del sonido: es teatral, es simbólico, es un ritual”.
En cada presentación, el grupo despliega un universo visual que acompaña el relato sonoro. Las proyecciones, luces y visuales creadas por Matías González completan el hechizo. “Siempre pasan cosas que parecen mágicas —cuenta Tatiana Trigo—. En El Rincón Cultural, mientras recitábamos, se levantó un viento raro, justo cuando hablábamos de los espíritus. Es como si todo conspirara para acompañar la historia”.
Esa conexión con el entorno, con las energías invisibles, es parte del ADN de la banda. “La música es un lenguaje sagrado —dice Azocar—. Desde tiempos milenarios se usaba para conectar con el sol, con la luna, con los espíritus, con los que ya no están. Nosotros buscamos volver a esa raíz, que la música te lleve a algo más grande que vos”.
El público responde con la misma intensidad. En cada show, las reacciones van desde el asombro hasta la emoción profunda. Algunos ríen, otros se conmueven, y muchos —como suelen contar los músicos— salen “viajando”. “Nos dicen me drogué sin drogarme —relata entre risas Nehemías—. Y eso es lo mejor, porque significa que lo que hacemos los hizo sentir, los llevó a otro estado”.
La propuesta también tiene algo de juego, de desafío. No buscan el aplauso fácil, sino el silencio expectante. “Cuando estamos arriba, lo último que busco es el aplauso —asegura Nehemías—. Busco esa mirada fija, esa sensación de ¿qué está pasando acá? Si logramos eso, el ritual funcionó”.
En ese equilibrio entre mística y disfrute cotidiano, el grupo encontró su modo de existir. “Si te tomás esto con demasiada presión, se vuelve una carga —reconoce Nehemías—. Cada uno tiene su vida, sus trabajos, sus hijos. Por eso lo vivimos desde el disfrute. Es un camino artístico, pero también personal. Es sanador”.
En Comodoro Rivadavia, El Brujo y los Entes se consolidó como una de las propuestas más originales de la escena local, cruzando géneros y públicos. “Nos pasa que nos escuchan chicos, grandes, gente del rock, del teatro, de la danza —cuenta Trigo—. Es una experiencia abierta, nadie queda afuera”.
Y cada vez que los cinco suben al escenario, la consigna se repite: comerse la película. “O te subís al viaje o no funciona —dice Barría—. Si nosotros no creemos en el personaje, el público tampoco. Pero cuando lo creemos de verdad, ahí se abre el portal”.
EL RITUAL DEL 17 DE OCTUBRE
El próximo 17 de octubre, a las 20 horas, el escenario del Teatro de la Escuela de Arte de Comodoro Rivadavia se transformará en un templo. Allí, El Brujo y los Entes presentarán su espectáculo más completo hasta el momento: una experiencia libre y gratuita donde la música, la poesía y la imagen confluyen en una ceremonia abierta.
“El teatro es el lugar ideal —asegura Nehemías Azocar—. En las cervecerías o bares la gente escucha, pero es distinto. En el teatro el público se sienta, se deja llevar. Es un espacio donde podemos mostrar todo: la música, los audiovisuales, los personajes, la historia completa”.
La elección del escenario no es casual. La Escuela de Arte es también el origen de varios de los integrantes y del espíritu que los unió. Allí se gestaron los primeros encuentros, los experimentos visuales y las búsquedas que hoy definen al grupo. Volver a ese espacio significa cerrar un círculo, o abrir otro.
El show promete una puesta integral con proyecciones, narración y los siete mantras interpretados en vivo. Cada uno de ellos es un movimiento dentro de la gran historia del Brujo y sus entidades, una narración simbólica que se construye con sonido, cuerpo y emoción. “Queremos que la gente viaje —dice Nehemías—. Que sienta que está entrando a otro plano. En el teatro eso se va a sentir más fuerte”.
La presentación es también un punto de inflexión: un regreso al origen y un salto hacia adelante. Luego de presentarse en distintos espacios locales y planear fechas en Buenos Aires y La Plata, El Brujo y los Entes llegan a su momento más maduro, sin perder la esencia que los caracteriza: la espontaneidad, la búsqueda y el disfrute.
“Este proyecto nació sin querer —reflexiona Azocar—, pero con el tiempo entendimos que era más grande que nosotros. Es un viaje. Un viaje que se hace entre todos: nosotros, el público, y los otros entes que nos acompañan, los visibles y los invisibles”.
El 17 de octubre, las puertas del teatro se abrirán para un nuevo conjuro. Quienes asistan no solo presenciarán un recital, sino una invocación colectiva, una travesía sonora donde la música se vuelve rito y el arte, una forma de revelación.