El Indio Solari y su relación con la Patagonia

En su nueva autobiografía llamada "Recuerdos que mienten un poco", el reconocido cantante reveló historias de su infancia que lo vinculan a él y su madre con la Patagonia.

“Mi vieja era hija de un vasco francés medio vagoneta, bailarín, que la dejó en el sur: en Río Colorado, a cargo de unos conocidos —dueños del único hotel del lugar— que se convirtieron en sus padrinos y eventualmente en mis abuelos postizos. La gente que vivía por entonces en el sur era como Davy Crockett: hacía vida de frontera”, las palabras son del Indio Solari, exlíder de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota que sacó un libro que recorre su vida “Recuerdos que mienten un poco”.

En él habla de su padre, de su madre Chicha y respecto a ésta revela que se crio en Río Colorado, provincia de Río Negro: “se llamaba Santiago Choy, mi abuelo. Y mis bisabuelos, si no me lo contaron mal, se llamaban Marianne y Pierre au Lemoine. Una familia de origen vasco, del Cantón de Moulins en los Bajos Pirineos, que se había mezclado con otra familia que era francesa, de las inmediaciones de Bayona. A mi vieja le pusieron Celina Estelita. Se ve que el escriba del Registro Civil preguntó cómo le iban a poner y dijeron Estelita, porque la verían minúscula, y el tipo anotó eso literalmente. Le quedó el diminutivo hasta los 100 años”.

En el libro figuran incluso declaraciones de Chicha contando historias de su infancia. Esas palabras fueron grabadas por el propio Solari hace algunos años.

La mamá del Indio, dijo entre otras cosas “mi padre quedó viudo muy joven, tendría 22 o 23 años. Y como no tenía a nadie acá —toda su familia estaba en Francia—, me dejó con los padrinos, a quienes conocía y frecuentaba en Río Colorado. Recuerdo despertar por primera vez en casa de ellos y ver una luz blanca que me impresionó. Gas de carburo, le decían, era la iluminación que generaban con una máquina para todo el hotel. Pensá que hablo de una época en la cual la iluminación del pueblo dependía de los serenos que encendían las farolas al caer el sol… “.

“En un pueblo tan chico, la diversión de los adultos era reunirse los sábados y hacer garufas con las gallinas de los vecinos. ¡Se las robaban entre ellos!”, dicen las palabras de Chicha y agregan “recuerdo que mamita se levantó una mañana y encontró que no quedaba ninguna. Sólo estaba el gallo, que tenía una cajita de fósforos atada a una pata, con un mensaje adentro. Decía: Desde las doce de la noche que estoy viudito. El chiste de las gallinas terminó en una tragedia. Una noche le robaron un lechón a un italiano que los denunció y metieron preso a uno de la barra. Lo condenaron y se lo iban a llevar a la cárcel de Viedma. Pero parece que este muchacho tenía una relación oculta con una hermosa mujer casada. Cuando esta mujer supo que se lo llevaban a Viedma quiso seguirlo, irse con él. Pero el esposo la descubrió cuando estaba saltando la pared con una valija para irse. El hombre le imploró, agarró una efigie de la Virgen que solía adorar y por ella le pidió que no se fuera. Pero según contó después, la mujer le hizo pedazos la efigie de la Virgen y agarró un cuchillo de la cocina para apuñalarlo. Ahí él se apoderó del cuchillo… y terminó metiéndole veinte puñaladas. Me acuerdo cuando velaron a la mujer, los chicos del colegio estudiábamos el cuerpo de lejos y decíamos: Mirá, ahí hay una mancha de sangre…, e imaginábamos que se le veían las puñaladas y todo”.

”Una vez hubo una creciente fenomenal, se desbordó un lago y tomó todo el valle de Río Negro. Llegó papá a caballo y le dijo a mi padrino: Mirá, Graciano, que viene un agua muy grande. Levantá campamento o me llevo la nena. Cargaron colchones y ropa, alcanzamos a llegar a la estación de tren para salir rumbo a Bahía Blanca pero el convoy no pudo seguir, el agua le cortó el camino. Vivimos un mes y medio o dos arriba de los vagones. Desde ahí veíamos los caballos nadando, los animales que flotaban sobre fardos de pasto, un hombre al que trajo la corriente todo llagado… Estuvimos dos días sin comer, hasta que cazaron un cerdo nadador. ¡Usábamos como inodoros las latas de metal de las galletitas!”.

En otro tramo, la mamá del Indio contó que su padre en su momento compró un hotel en Choele Choel: “este hotel no tenía cine pero igual recibía compañías de teatro todos los años. Me acuerdo de Olinda Bozán. A veces se escapaban sin pagar, cuando la temporada no iba bien. También me acuerdo de Narcisín Ibañez Menta, que era por entonces un niño prodigio e iba de gira con su padre. Yo era muy artista también, me aprendía todos los cuplés… Un día me disfracé con mosquiteros y canté El relicario. Cuando terminé la canción, me sorprendió un aplauso. Eran los artistas de una de esas compañías, que me habían estado espiando y le pidieron permiso a mi papá para que cantara en la matiné del domingo”.

“Cuando nos fuimos a vivir a Choele Choel, yo ya tendría unos 4 años. Era un pueblito, ocho o nueve casas de un lado y otro tanto del otro. La calle principal era un arenal, el Ford no podía pasar, sólo pasaban el Buick y el Hispano Suizo que tenía la estanciera de la zona. Otra estancia estaba en manos del coronel Belisle, que quizás la heredó de la Campaña del Desierto. Bah: “heredó”…(Ríe.)

Por si esto fuera poco, el propio Indio cuenta una graciosa anécdota en Río Negro: “cuando murió mi “abuelo”, el padre postizo de mi vieja, la acompañé a Río Colorado. Empecé a ir al bar del tren, pensá que era un viaje de dieciocho, veinte horas y yo tenía apenas 16 o 17 años… Llegué en pedo. Nos recibieron como si nos hubiésemos ido ayer. Gente a la que yo no había visto nunca. Y mamá pidiendo disculpas. Es un viaje largo, sí, entendemos… Todo el mundo a favor, ¿eh? No recuerdo gran cosa. Debo haber seguido en pedo todo el tiempo”.

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