Cantar para entender lo que pasa: el camino musical de Juan Coliqueo

Juan Coliqueo encontró en la música una forma de decir lo que no sabía cómo explicar. Entre el folclore, el pop y el urbano, fue construyendo una identidad propia que hoy firma como JCR Music y Jota.

Juan Coliqueo —JCR Music, Jota— de 22 años, nacido en Neuquén, pero criado en Comodoro Rivadavia desde chico, llegó a la música antes de saber qué hacer con ella. La voz apareció temprano, primero como algo natural, casi doméstico, y con el tiempo se fue transformando en una herramienta que exigió cuidado, aprendizaje y decisiones. Entre la infancia, la adolescencia y los primeros años de adultez, el canto dejó de ser un gesto espontáneo y empezó a volverse un lugar propio.

Ese proceso no fue lineal ni aislado. Se dio en espacios compartidos, en vínculos que acompañaron y empujaron, en momentos de exposición y otros de repliegue. La escritura apareció cuando cantar ya no alcanzaba; el trabajo con otros, cuando hacerlo solo empezó a ser un límite; y el escenario, cuando la música necesitó salir del cuarto y ponerse en el cuerpo.

Hoy, con dos discos editados, experiencias en vivo y un proyecto que sigue en movimiento, Jota carga con todo ese recorrido encima. Nada de lo que hace puede leerse por separado: cada canción, cada presentación y cada decisión arrastra lo aprendido antes. Esta historia empieza ahí, en ese punto donde la voz todavía se está formando, pero ya no puede volver atrás.

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RAICES FAMILIARES, PRIMERAS ESCUCHAS Y EL IMPULSO DE CANTAR

El primer recuerdo musical de Juan se remonta a la infancia. Tenía entre cuatro y cinco años y la música formaba parte de la vida cotidiana en su casa. “Mi papá toda la vida escuchó folclore y desde muy chico escuché esa música”. Guitarra, cassettes y discos acompañaban largas jornadas en las que el género sonaba como una presencia constante. “Cuando se ponía a trabajar, yo estaba en el quincho escuchando folclore todo el día”.

Del lado materno, las influencias eran distintas, pero igual de intensas: Shakira, samba brasileña y, sobre todo, Abel Pintos. “De parte de mi mamá, Abel Pintos escuchaba todo el día”, cuenta. Esa mezcla temprana fue dando forma a un oído atento y a una sensibilidad particular: “Fue de a poco buscar todo un gusto musical propio, pero al mismo tiempo ir aprendiendo de ello”.

Cantar llegó casi de manera natural. Primero en la intimidad de su habitación, sin público ni pretensiones. “Yo agarraba las letras y las escribía en un cuadernito chiquito que me había regalado mi mamá”, relata. Con un MP3 y auriculares, repasaba canciones una y otra vez, hasta que algo se activó: “De chiquito dije: esto es lo mío. Esto me gusta, me da energía”.

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Ese impulso inicial no era todavía creación propia, pero sí una certeza. “Cantaba temas de folclore y de Abel Pintos… imaginate la pasión”. Más adelante llegaría el momento de identificar qué música sentía verdaderamente como propia. “Cuando era chico sentía que Abel Pintos era lo que yo quería ser. Hablaba mucho del amor, la familia, la paz, y a mí eso me encantaba”.

Con el crecimiento también aparecieron otras referencias: “De más grande escuché a Duki, a Pablo Londra y dije: esto lo siento propio”. No se trataba de imitar, sino de proyectarse: “Me gustaría algún día aprender música y hacer algo parecido a ellos, pero con un toque mío, algo que diga que yo soy Juan y estoy haciendo esto”.

Ese deseo empezó a tomar forma entre los 14 y 15 años, cuando se animó a escribir por primera vez. “Empecé por curiosidad. Tenía amigos que subían música a YouTube y yo les preguntaba cómo hacían”. Sin una gran historia que contar todavía, Juan recurrió a lo que tenía más cerca: las emociones. “Empecé a escribir poesía de lo que para mí era el amor”.

El proceso fue lento y artesanal. “Estuve como dos semanas escribiendo todos los días”, recuerda sobre una de sus primeras canciones. Grababa con el celular, a escondidas, en su habitación. “Mi familia no sabía que hacía música y yo tampoco quería comentarles”. El miedo convivía con la necesidad de expresarse, pero el paso estaba dado. “Cuando saqué mi primer tema dije: esto me está gustando, quiero seguir. Quiero ver hasta dónde llega”.

Ahí comenzó, casi sin saberlo, el camino que lo llevaría a convertirse en JCR Music y, más adelante, en Jota. Un recorrido que partiría de la escucha, pero que ya empezaba a delinear una voz propia.

TECNICA, SILENCIO Y ESCENARIO

La formación de JCR no responde a un recorrido académico tradicional ni a una decisión planificada. No hubo una epifanía ni un “quiero ser cantante” dicho en voz alta. Hubo, más bien, una intuición temprana, una sensibilidad que otros percibieron antes que él mismo. “Cuando yo de chico empezaba a cantar y mi vieja me miraba como diciendo ‘él quiere cantar’”. Esa mirada fue clave: alguien vio algo que Juan todavía no podía nombrar.

El primer paso no fue un escenario ni un estudio, sino un espacio colectivo y formativo: el Coro Infanto Juvenil de Comodoro Rivadavia. “Mi vieja buscó un lugar para que pueda aprender y formarme y encontró el indicado”. El coro se convirtió en el primer lugar donde cantar dejó de ser un juego íntimo y empezó a ser algo compartido, sostenido, cuidado.

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Ahí aparece la figura del docente, alguien que no solo escucha, sino que enseña a cuidar la herramienta más frágil que tiene un cantante: la voz. “Me fueron enseñando un montón de técnicas: vocalizar, no forzar tanto la voz, llegar a agudos”, enumera Juan. Es un aprendizaje que va más allá de lo musical: es aprender a no dañarse. “Creo que eso me ayudó más que nada a saber cantar, pero sin arruinarme la voz”.

Ese cuidado se vuelve central con el paso del tiempo, sobre todo cuando llega uno de los momentos más complejos para cualquier cantante joven: el cambio de voz. Lejos de abandonar, Juan empieza a entender que la formación no es solo aprender a llegar a una nota, sino reconocer los propios límites. “Ahora tengo la voz grave y puedo llegar a agudos por técnicas que fui aprendiendo con el pasar de los años”. No hay magia: hay trabajo, paciencia y escucha del propio cuerpo.

En paralelo, la escuela funciona como un segundo escenario. Los actos escolares se convierten en espacios de prueba y exposición. “La profesora de música me había escuchado cantar y me invitaban a cantar en los actos”. Himnos, canciones patrias, temas exigentes. “Ahí ya me daba un perfil de cantante”, dice, y agrega algo clave: “Saber decir: este tono no llego, este sí”.

Uno de los momentos más fuertes de esa etapa llega con su participación en los Juegos Evita, donde compite a nivel nacional. “Quedé en segundo lugar con 12 años”. La escena todavía lo sorprende al recordarla: “Yo tenía una vergüenza terrible. Escuché que me llamaban y pensé que se habían equivocado”. No hay épica forzada: hay miedo, timidez y una exposición temprana que deja marca.

Pero la formación de Juan no se agota en la técnica vocal ni en los escenarios formales. Hay otra dimensión que empieza a crecer en silencio: la escritura. Entre los 14 y 15 años comienza a escribir letras propias, impulsado por lo que escucha y por lo que lee. “Leía un libros de poesía romántica que me recopaban”. Metáforas, filosofía del amor, palabras que empiezan a resonar con lo que él siente.

La escritura aparece como un espacio íntimo, casi secreto. “Parte de las letras se inspiraron de ahí y de cómo yo me sentía con el amor”. No hay intención de mostrarlas todavía. Escribir es entenderse. Es una extensión de la formación, pero emocional. Ahí empieza a gestarse algo que más tarde será central en su obra: la necesidad de decir lo propio, incluso cuando no sabe bien cómo.

Con el tiempo, Juan empieza a comprender que formarse no es acumular técnicas, sino armar un lenguaje propio. La voz, la letra, el escenario, el miedo, la vergüenza y el cuidado se mezclan en un proceso largo y a veces incómodo. “Yo tenía conocimiento de canto, pero no de producción”. Esa conciencia marca el límite de esta etapa y abre la puerta a otra: la de confiar en otros, la de dejarse acompañar.

La formación, en su caso, no fue un camino recto ni heroico. Fue un aprendizaje lento, hecho de coros, actos escolares, errores, cambios de voz, lecturas, vergüenza y primeras palabras escritas a escondidas. Todo eso, que parece disperso, termina construyendo algo sólido: una voz que sabe de dónde viene y qué no quiere perder.

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HACER MUSICA PARA NO ROMPERSE

El momento en que Juan Coliqueo decide dejar de sacar canciones sueltas y empezar a pensar en discos no responde a una lógica de carrera ni de mercado. Responde a algo más básico y más urgente: la necesidad de ordenar lo que le estaba pasando por dentro. “Yo quería empezar a hacer más que sencillos, quería empezar a hacer álbumes, algo más complejo, una idea más compleja.

Hasta ese momento, Juan venía de años de grabar solo, en su pieza, con el celular, sin productor, sin guía y muchas veces sin que su familia supiera lo que estaba haciendo. Ya había pasado por grabar con el productor Nicolás Cárdenas (Neo), por probar estudios, por frustrarse con producciones que sentía que “no tenían alma”. “La letra estaba bien, las voces estaban bien, el tempo estaba bien, pero no tenía alma”, recuerda sobre uno de esos intentos fallidos. Esa sensación de no lograr que la canción suene como la imaginaba en su cabeza se volvió un límite.

Ahí aparece —de manera definitiva— Gastón Miguel. No solo como productor, sino como alguien que entiende, acompaña y traduce. El vínculo no es casual: se conocen desde chicos, desde el jardín, aunque durante años no lo supieron. “Nos conocíamos desde antes, pero ninguno de los dos lo recordábamos, nuestras familias se conocían, habíamos ido al jardín juntos, pero no lo recordábamos”, cuenta Juan, hasta que un día todo encaja. “Ahí estaba el alma”, dice cuando recuerda la primera vez que escuchó una canción terminada junto a él.

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Con Gastón aparece algo nuevo: confianza. Juan ya no está solo sosteniendo todo. Y en ese ida y vuelta empieza a formarse una manera de trabajar compartida, obsesiva y emocional. “Nos confiamos mucho”. Se ayudan en las letras, en las melodías, en las terminaciones de frases, en cómo cantar una nota para no forzar la voz. “Él me decía ‘esto lo haría así, o lo cerraría así, no te jodo, ¿no?’, y yo cambiaba y ahí me terminaba de cerrar el tema”. No hay imposición, hay cuidado.

De ese proceso nace Sentimental, su primer disco. Un álbum atravesado completamente por el encierro de la pandemia. “Imaginate, del encierro uno tiene la mente llena de ideas y a mí me nacía escribir”. Juan escribe sin parar. Se encierra en su pieza y empieza a imaginar sus canciones como escenas. “Para mí mis temas eran películas”. Películas de amor, de pérdida, de búsqueda, de idealización. Todo eso se transforma en un disco que cuenta una historia: el inicio del enamoramiento, el proceso, la ruptura.

El día que Sentimental sale, Juan se quiebra. Literalmente. No solo por el disco, sino por lo que representa: años de escribir solo, de que dos personas opinen, de sentir que no llegaba a ningún lado. “Yo no pensé jamás sacar un álbum en mi vida”. La reacción del entorno —compañeros de escuela cantando los temas antes de que salgan— le confirma algo fundamental: la música estaba llegando.

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Pero después del logro viene algo de lo que casi no se habla y que Juan sí nombra: el vacío. “Ya está, ya salió. ¿Y ahora?”. Esa pregunta coincide con un momento bisagra en su vida: termina el secundario, empieza una carrera universitaria que no siente como propia, y finalmente se muda a Neuquén. La distancia de Comodoro, de su familia afectiva, de sus amigos y de su historia le pega de lleno. “Fue mi segundo encierro. No quería escribir, no quería hacer música”.

En ese momento, cuando todo parece frenarse, aparece con fuerza Fiorenza. No solo como pareja, sino como sostén emocional y creativo. Juan es claro: “Ella me decía que no deje, que no afloje”. Fio lo impulsa cuando él quiere soltar. Lo acompaña cuando la distancia pesa. Le recuerda quién es cuando se pierde. “Me cambió”, dice sin vueltas.

De ese quiebre nace Metanoía. No como un plan, sino como una necesidad de decir lo que estaba pasando. “Metanoía es un proceso tanto personal como creativo”. Por primera vez, Juan deja de escribir historias ajenas y se expone. “Tenía que cantar algo de mí, de lo que yo siento”. El disco habla de pérdida, de cambio, de crecer a la fuerza.

El proceso es completamente distinto al anterior. Se hace a distancia, con llamadas, audios, mensajes. “Discord, WhatsApp, llamadas”, enumera. Gastón sigue siendo el eje creativo. Fio, el motor emocional. “Me pinchaban para que escriba, para que grabe”. La música se vuelve una forma de no caerse. De no quedarse quieto.

Cuando Metanoía finalmente sale, el miedo es grande. “Tenía miedo de que la gente se haya olvidado”, admite. Pero la respuesta es inmediata. “La gente lo recibió re bien. Me habían estado esperando”. Esa frase lo resume todo. El miedo se transforma en alivio. El cambio, en sentido.

Hoy Juan entiende su recorrido como una secuencia clara: “Con Sentimental me dio un nombre, con Metanoía me dio un cambio”. Y lo que viene —Antes que termine y Catarsis— no es una estrategia: es consecuencia. “Metanoía se merecía una catarsis”, dice. Un cierre. Una liberación.

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EXPONERSE EN EL ESCENARIO

Si los discos marcaron para Juan Coliqueo una forma de ordenarse por dentro, los escenarios fueron el paso más difícil: poner el cuerpo, cantar sin red, sin el amparo del aula ni del acto escolar. Durante años, su relación con el vivo estuvo mediada por lo institucional, por lo contenido, por lo permitido. Subirse a un escenario nocturno, frente a un público que no lo conocía, era otra cosa.

Ese cruce llega en estos últimos años, y no de cualquier manera. Llega como sorpresa, casi sin anuncio, en un festival donde quien estaba en la grilla era Fiorenza. Juan aparece sin previo aviso, invitado a compartir escenario. “Fue re loco”. No solo por el contexto, sino por lo simbólico: cantar en un festival, fuera de la escuela, acompañando a su compañera, mostrándose como artista ante un público nuevo.

Ese momento funciona como un quiebre. “Ahí fue como decir: bueno, esto es real”. Ya no se trata de grabar, de subir canciones, de recibir mensajes. Se trata de pararse adelante de otros, sostener la voz, la presencia, el silencio entre tema y tema. La experiencia lo sacude, pero también lo confirma.

Embed - juan_coliqueo_ on Instagram: "esto es un sueño donde todavia no caigo lo que fue el sudestada under, gracias a todos por estar, por compartir y disfrutar del under comodorense que fue una total locura, siempre es hermoso volver a mi ciudad y recibir el amor de ustedes, los amo con todo el corazon, gracias a @fiorulitos por siempre acompañarme en estas locuras y estar pra mi incodicionalmente, y a todos x participar en el evento, fue muy hermoso y esperemos se repita firma: JCR"
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El espacio donde esa confirmación empieza a tomar forma es Sótano Pub, un lugar clave para la escena under de Comodoro Rivadavia. Ahí vuelve a subirse, ya no como sorpresa, sino como parte activa de una propuesta. El escenario deja de ser algo ajeno y empieza a volverse familiar. “Me acordaba de la primera vez que me subí”, dice, comparando esa experiencia con los actos escolares. La diferencia es clara: acá no hay obligación, no hay guion, no hay protección.

El punto más alto de este proceso llega el 23 de noviembre, cuando Juan y Fiorenza producen juntos el festival Sudestada Under, también en Sótano Pub. El escenario ya no es solo un lugar donde canta: es un espacio que construye.

Ese día, subirse a cantar tiene otro peso. “Fue muy fuerte”. No solo por la música, sino por todo lo que había detrás: los discos, la mudanza, los miedos, el acompañamiento de Fio, el trabajo con Gastón, la insistencia de no dejar. Todo eso estaba ahí, condensado en unos minutos arriba del escenario.

Cantar en Sótano Pub no fue solo “tocar en vivo”. Fue, para Juan, presentarse por primera vez como artista completo, fuera de la escuela, fuera del refugio, sosteniendo su proyecto frente a una escena real, under, exigente. Fue entender que la música que nació en su habitación podía habitar otros espacios sin perder verdad.

Embed - juan_coliqueo_ on Instagram: "TANTO MAL (VIDEOCLIP) ya disponible en youtube y spotify!! Direccion, guion y camaras:@fiorulitos Actores: @_gaston.miguel_ , @milanesas_de_pollo.g y @jota__cr Musica: TANTO MAL, cancion disponible en DESFRAGMENTACION EMOCIONAL de @_gaston.miguel_ y METANOIA de @jota__cr #under #cultura #musica #tantomal #comodororivadavia #metanoia #desfragmentaciónemocional"
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UNA VOZ QUE ENCONTRO DONDE QUEDARSE

El recorrido de Juan Coliqueo no se puede leer como una suma de logros aislados. Es, más bien, una secuencia de insistencias. Insistir en cantar cuando daba vergüenza. Insistir en escribir cuando no sabía si alguien iba a escuchar. Insistir en hacer discos cuando parecía imposible. Insistir en subirse a un escenario cuando los nervios pesaban más que la seguridad.

En ese camino, los vínculos fueron fundamentales. Gastón Miguel, como amigo y productor, fue quien ayudó a traducir ideas en obras, emociones en sonido, intuiciones en discos con alma. Fiorenza, como pareja y artista, fue motor, empuje y compañía en los momentos de quiebre, pero también socia creativa, presencia en escena y construcción compartida.

Sentimental le dio un nombre.

Metanoía le dio un cambio.

Los escenarios le dieron cuerpo.

Hoy Juan entiende que su proyecto no es solo musical: es vital. Es una forma de no desaparecer, de no callarse, de seguir diciendo incluso cuando cuesta. Los festivales, los discos, las canciones y el vivo no son metas cerradas, sino partes de un mismo proceso que sigue abierto.

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