Mariano Britos: la mirada que habita el sur

Fotógrafo y gestor cultural de Rada Tilly, Mariano Britos construye desde hace más de dos décadas una obra profundamente ligada al territorio patagónico. Entre la observación silenciosa y la creación de redes, su práctica se expande también en Ostrea, el espacio autogestionado que impulsa la circulación del arte contemporáneo en el extremo sur.

Nacido en 1976 en La Plata, Mariano Britos se formó entre laboratorios familiares y cámaras prestadas, heredando de su padre y su hermano la curiosidad por la imagen y el oficio de la luz. En 1997 se trasladó a Rada Tilly, donde encontró su lugar en el mundo: un territorio que lo desafió y lo formó, tanto en la práctica artística como en la gestión cultural. Allí completó sus estudios y tomó clases con Teo Nürnberg, quien le transmitió los secretos del revelado analógico y una manera ética de mirar.

Luego amplió su formación con seminarios y clínicas de fotografía y arte contemporáneo junto a artistas como Res, Gabriel Valansi, José Luis Tuñón, Don Ripka, Walter Astrada, Marcos Lopez, Nacho Iasparra, entre otros. Entre 1998 y 1999 coordinó el taller de arte de la localidad, y una década más tarde fundó Ostrea, la galería que dirige hasta hoy.

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Su trayectoria combina constancia y apertura: en 2011 obtuvo el primer premio del Encuentro de Artes Visuales de la Patagonia, realizado en Comodoro Rivadavia, y el primer premio de fotografía del concurso Colectivo Imaginario en Buenos Aires.

Entre 2013 y 2015 coordinó el programa federal ArtBoomerang en Chubut, dirigido por Daniel Fisher, y desde entonces integra el equipo de la Secretaria de cultura de Rada Tilly principalmente en artes visuales del Centro Cultural Rada Tilly, donde impulsa el crecimiento de la escena local y la articulación con proyectos de toda la región. Ha expuesto en Chubut, Santa Cruz y Buenos Aires, y parte de su obra integra colecciones públicas y privadas.

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UNA MIRADA NACIDA DEL TERRITORIO

Hay artistas que viajan para encontrar sus imágenes. Y hay otros que las descubren al mirar con paciencia lo que los rodea. Mariano Britos pertenece a los segundos. Desde Rada Tilly, donde vive y trabaja, lleva años construyendo una obra fotográfica que dialoga con el paisaje patagónico, no desde el exotismo ni la postal turística, sino desde la experiencia cotidiana de habitar un territorio extremo.

“Siempre estuve ligado a la fotografía, desde muy chico —cuenta en entrevista con El Patagónico—. Mi padre Antonio Luis Britos era un fotógrafo aficionado que participaba de la asociación de fotógrafos de La Plata, y uno de mis hermanos mayores Daniel Britos también se dedicó profesionalmente a la fotografía. Aprendí mucho observándolos, y ellos fueron mis primeras escuelas”. Aquella herencia familiar marcó un camino que Britos continúa con naturalidad. “De chico iba con mi viejo a las reuniones de la asociación y veía cómo revelaban en blanco y negro. Después mi hermano tuvo un local y me enseñó laboratorio: hacíamos fotocarnets. Todo eso me dio oficio”.

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Ya instalado en Rada Tilly desde fines de los años noventa, Britos encontró en la fotografía no solo una forma de expresión, sino una manera de pensar el territorio. En esos primeros años también conoció a Teo Nürnberg, uno de los grandes referentes de la fotografía en Comodoro Rivadavia. “El viejo Teo fue un amor —recuerda—. Con él aprendí casi todo sobre laboratorio y revelado, y ahora he salido a hacer fotos con su hijo, Teddy. Con quien pesamos algunas ideas para la copia y la exhibición”.

“Trabajo mucho con el paisaje, pero no desde lo descriptivo. Lo que me interesa es cómo el territorio nos atraviesa, cómo condiciona nuestra identidad, cómo se transforma”. Esa reflexión atraviesa buena parte de sus series fotográficas y objetos (como cerámica, lona o madera) “funcionan” como un manual, donde la ciudad y sus bordes, los restos de la urbanización y las huellas del tiempo se convierten en materia sensible. Britos no busca el impacto visual ni la espectacularidad: prefiere las tensiones que aparecen en lo simple, en aquello que suele pasar desapercibido.

Sus proyectos, dice, no tienen principio ni final definidos: “Van creciendo, mutando, a medida que sigo fotografiando o editando. A veces una imagen descartada vuelve a cobrar sentido dentro de otro cuerpo de trabajo”. Esa lógica viva y en movimiento define también su modo de habitar el arte: sin prisa, sin fórmulas, con la conciencia de que en la Patagonia los procesos necesitan tiempo.

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Britos entiende la fotografía como un campo de cruces. Ha experimentado con sonido, instalación y video, y ha colaborado con artistas visuales y músicos. “Busco que la obra se expanda, que no quede encerrada en el formato tradicional”, explica. Su interés por el cruce de lenguajes se combina con una convicción firme: la de que el arte contemporáneo también se construye lejos de los grandes centros urbanos. “La Patagonia tiene una particularidad —dice—: acá todo cuesta más, pero también hay una libertad enorme. No estamos tan condicionados por el mercado ni por la moda. Eso te permite buscar tu voz sin tantas presiones”.

En su discurso aparece una idea recurrente: la de resistencia. “El arte, acá, también es una forma de resistencia: a la indiferencia, al olvido, al aislamiento. Cuando hacés arte en el extremo del mapa, estás diciendo que existís, que tu mirada también importa”. Esa mirada se nutre del entorno, pero no se agota en él: explora el vínculo entre memoria y territorio, entre las huellas del tiempo y las transformaciones del paisaje. “Cada obra es una conversación con el lugar donde uno vive. En lo local también está lo universal”, resume.

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OSTREA: UN GESTO POLÍTICO DESDE EL SUR

En 2008, cuando casi no existían espacios para mostrar arte contemporáneo en la región, Britos y un grupo de colegas decidieron crear uno propio. Así nació Ostrea, una galería autogestionada y sin fines de lucro, pensada para visibilizar la producción local y regional. “Surgió de una necesidad personal y colectiva —recuerda—. Nos preguntábamos dónde podíamos mostrar lo que hacíamos. Entonces empezamos a generar un espacio propio, abierto, que también sirviera para difundir el trabajo de otros”.

Con los años, Britos quedó al frente del proyecto, que fue creciendo entre muestras, ferias y colaboraciones. Ostrea no tuvo nunca una sede fija: funcionó en distintos espacios de Rada Tilly, Comodoro y en el día mañana, tal vez, en la Cordillera argentina, adaptándose a las posibilidades de cada momento. Esa flexibilidad, lejos de ser un obstáculo, es su fuerza. “Lo importante es sostener la actividad y ofrecer un lugar para la visibilización de artistas contemporáneos locales y regionales”.

En ese camino, Ostrea se nutrió del trabajo colectivo. Hoy colaboran en el espacio Josefina Goñi, Franca Pacetti, Mara Tacón, Diego Acuña, Sebastián Ortega y alguna colaboración del arquitecto Andrés Sandoval, autor del proyecto de espacio propio inspirado en los antiguos galpones petroleros de la región. “El sueño es que Ostrea tenga una sede definitiva en Rada Tilly, para que se puedan desarrollar otras cosas”.

El espacio participó en ferias nacionales como el MICA y el PreMICA de Puerto Madryn, y en encuentros organizados por la red CUERO, una articulación de proyectos y galerías del sur argentino. Gracias a ese trabajo, Ostrea se consolidó como uno de los referentes regionales y logró proyección fuera del país, con invitaciones a actividades internacionales como la Miami Art Week, promovidas por Cancillería Argentina.

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Sin embargo, detrás de esos logros persiste la precariedad estructural que Britos conoce bien. “La Cancillería hace el contacto, pero los gastos corren por cuenta de los espacios. Es un esfuerzo enorme, pero también una oportunidad para que desde el sur estemos presentes en esos circuitos”, donde la Patagonia es mítica.

Durante la pandemia, Ostrea ensayó nuevas formas de presencia a través de muestras virtuales y actividades en línea. Esa experiencia fortaleció los lazos entre artistas y gestores, y consolidó una red que hoy resulta vital para la supervivencia de los espacios independientes. “No podés sostener un espacio así si no trabajás en red”, afirma Britos.

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Ostrea nunca tuvo una línea estética cerrada. Es, más bien, un laboratorio donde conviven artistas jóvenes y consagrados, fotografía, pintura, instalación, performance y videoarte. “A veces pienso que Ostrea sobrevivió porque nunca dependió de un presupuesto fijo ni de una lógica comercial. Se sostuvo con ganas, colaboración y proyectos compartidos”.

Hoy, a más de quince años de su nacimiento, Ostrea sigue siendo mucho más que una galería. Es un punto de encuentro y un gesto político. “Es decir ‘acá también pasa el arte’. No queremos copiar modelos porteños o extranjeros: queremos fortalecer lo que tenemos, con nuestras particularidades y con nuestra potencia creativa”.

Britos lo define con claridad: “Ostrea fue y sigue siendo una escuela. Aprendí a gestionar, a curar, a vincularme. Sin gestión cultural, el arte no circula. Y si no circula, no existe socialmente”.

Embed - Galeria Ostrea on Instagram: "Ambulante, serán las obras cómo estás que empiezan a circular de un espacio a otro, creemos que la exhibición no termina en una sala sino que podemos llegar a otros públicos quizás que no visiten una sala de arte asiduamente, por eso desde hoy las obras de @francapacettiart que fueron parte de Ostrea en la galería ahora recorrerán otros rincones que dan vida al trabajo de los artistas visuales contemporáneos de la región. En este caso los consultorios de la doctora Carolina Baztan (@dra.baztancarolina ) en la calle Armada Argentina al 2100, serán el principio de muchos espacios que formarán parte de este nuevo proyecto comunitario. Gracias @francapacettiart @dra.baztancarolina Contanos vos, ¿donde te gustaría ver arte ? "
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HABITAR LA DISTANCIA

Entre la cámara y el territorio, entre la gestión y la creación, Mariano Britos encarna una forma de hacer arte desde los márgenes que se vuelve esencial. Su obra no busca imponerse, sino persistir; no responde a tendencias, sino a una ética del mirar. En su trabajo, como en Ostrea, la Patagonia no es un fondo sino un sujeto: un espacio que respira, que resiste y que se piensa a sí mismo.

Desde fines 2012, Britos trabaja en el Centro Cultural de Rada Tilly, donde fue testigo y protagonista de su crecimiento. “Verlo levantarse fue emocionante. Pasó de ser un sueño a un lugar vivo, con movimiento todo el tiempo”, recuerda. Estuvo presente incluso cuando el edificio aún estaba en construcción, visitándolo junto al artista Ricardo Cohen, con quien compartió conversaciones sobre arte y diseño.

“Recorrimos la obra mientras todavía no estaba revocado —cuenta—. Rocambole miraba el espacio y decía: ‘Acá se podría montar una muestra’. Fue una de esas escenas que te quedan grabadas, porque todavía no era un centro cultural: era un esqueleto lleno de posibilidades”.

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Esa visión inicial se transformó en una realidad que hoy define buena parte de la vida cultural de Rada Tilly. “El Centro Cultural se convirtió en un espacio de encuentro, de aprendizaje, educación, donde confluyen la gestión pública y la independiente. Pueden convivir perfectamente si hay un objetivo común: fortalecer la cultura local”.

Allí, Britos junto al equipo de la secretaria de cultura al mando de María José Abeijón impulsan muestras, ferias, teatro, música y más, acompañan a artistas emergentes y articula con proyectos de toda la región patagónica. “El Centro Cultural es un organismo vivo —dice—. Cada muestra, cada taller, cada encuentro deja una huella. Es el reflejo de lo que pasa en Rada Tilly y también una ventana hacia afuera”.

Para él, ese movimiento constante entre la gestión y la obra no es una contradicción, sino una continuidad natural: ambas nacen del deseo de mirar, de descubrir y de compartir. “Mientras siga teniendo curiosidad —afirma—, voy a seguir haciendo fotos, arte. Porque el arte, al final, también es una manera de seguir creyendo que el mundo se puede mirar distinto”.

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