Con 23 años recién cumplidos cumplía destino como oficial de Gendarmería en la localidad santacruceña de El Calafate y allí recibió la orden de viajar a Comodoro Rivadavia para ir a la guerra. Integraba el Escuadrón Alacrán, una sección especial de tiradores de combate. Con diez grados bajo cero y en un camión Unimog el grupo de gendarmes llegó a esta ciudad después de un largo y duro viaje.
Fue durante la tarde del 26 de mayo de 1982. "Yo era el segundo jefe de una de las patrullas de combate, la unidad tenía dos patrullas y un grupo logístico de apoyo. Hoy quedamos yo, Miguel Puentes, amigo de promoción y el tercer hombre de esa promoción, Guillermo Nasif, murió y quedó en las islas", recuerda.
El 27 de ese mes partieron desde el Aeropuerto Mosconi hacia las Islas Malvinas, en lo que fue el último vuelo de las fuerzas argentinas al archipiélago. La sección en la que iba Aranda llegó el 28 a la noche. Dos días después murieron seis hombres de su grupo, luego que un misil dio en el rotor de la cola del helicóptero que transportaba a los tiradores hasta la costa de la Isla Soledad.
"Ibamos a formar una primera línea defensiva contra el posible desembarco inglés. En segundos nos vinimos a tierra y el helicóptero cayó de trompa. Tuvimos que embarcar porque había muchos alertas rojas y era un peligro inminente por parte del enemigo", describe.
En ese ataque Aranda se prendió fuego. Se quemó el uniforme y sufrió quemaduras en el rostro. "Nos reagrupamos los que quedamos vivos, sacamos los dos heridos que pudimos y nos reembarcamos en un helicóptero sanitario". El 11 de junio salieron de la zona de combate "sin saber que estaba la rendición en marcha".
BANDERA DE GUERRA
En esos días en que ya los soldados sobrevivientes sabían que regresarían a territorio nacional, un jefe apartó a Aranda y le hizo prometer que tenía que regresar con la bandera que le había dado días antes. La habían comprado en una librería de Comodoro Rivadavia para acondicionarla como una bandera de guerra.
"Me dice: ´cuando nos vayamos de acá, vos te vas a encargar de llevar la bandera a territorio argentino´", rememora.
En esa época los gendarmes tenían chalecos tácticos de tela y "en la noche cuando volvíamos a Puerto Argentino acondicionaba el chaleco. Le desprendí una costura de la parte de la espalda y envolví la bandera de un pedazo de tela para que no hiciera ruido porque era una bandera plástica de escuela".
"Nosotros con cinta plástica de electricista le formamos las letras a la que nosotros mismos bautizamos como Escuadrón Alacrán. Logré pasar siete controles ingleses, gracias a Dios sin ser detectado. Nos revisaban las mochilas, nadie se percató de ese buche donde estaba escondida la bandera", señala.
La enseña patria regresó al país y hoy es una bandera condecorada. Se encuentra en el Museo de Gendarmería, en Capital Federal, "junto a mis diarios de guerra que escribíamos en ese momento y con todos los pertrechos que le sacábamos a los ingleses", destaca.
"Fue la misión que tenía que cumplir. Realmente es un orgullo, no tiene forma de definirla, muy especial. Era el pensamiento de no dejar allá algo que era nuestro, de todos los argentinos. Era una obligación moral y por otro una responsabilidad terrible. Ojalá esto sirva para cambiar la idea sobre un montón de cosas, para empezar a pensar en todos, en nosotros y no en uno", reflexiona.
Sobre su relación con esta ciudad afirma: "el Escuadrón Alacrán guardamos un recuerdo muy preciado sobre Comodoro que nos cobijó en esos días. Se preocupó por nosotros, una de las fotos que quiero encontrar es de unas chicas que nos llevaron una torta a la escuela en la que estábamos en el día anterior al embarque".
Con mucha gratitud, el ex director general de Gendarmería sentencia: "así nos recibió la gente de Comodoro, no nos preguntó quiénes éramos y de dónde veníamos. Nos abrió la puerta de su casa y nos entregó esta ciudad que es hermosa. Siempre volver a Comodoro es una caricia al alma", asegura.