Diez años de prisión por acosarla y violarla

El condenado había sido pareja de su madre y todo sucedió en Córdoba. El argumentó que las relaciones habían sido consentidas. 

N. tenía 13 años en 2018 cuando comenzó a recibir los primeros mensajes. El que se los mandaba era L., el hombre que hasta hace dos años antes había sido novio de su mamá. La relación se había cortado pero cuando L. la contactó por Instagram para preguntarle cómo estaban ella, su madre y su hermana, no le llamó la atención. Al poco tiempo, un nuevo mensaje llegó otra vez. Le decía que se estaba poniendo “muy linda”, le ponía “carita de enamorado”, le decía que ella iba a ser su novia. Ella le decía que no, que era muy chica. Pero los mensajes se seguían repitiendo hasta que se transformaron en pedidos. L. quería sus fotos desnuda.

“Me haces calentar, pasame las fotos”, le reclamaba. “Dale, pendeja”. Después de insistencias, enojos, reproches, la chica accedió. La respuesta fue otra foto, esta vez de parte de él, mostrándole su erección. “Mirá, seguro que te va a doler, te va a doler pero te va a gustar”, le escribió.

“¿VISTE QUE BUENO QUE SOY?”

En medio de advertencias para que no contara nada (“si se entera tu mamá, te mata”), las fotos y los mensajes se transformaron más tarde en abuso sexual. Cuando N. cumplió 14 años, el joven le regaló un sobre con dos mil pesos. “Viste lo bueno que soy con vos, viste el regalo que te hice”, le dijo. “Ahora tenés que ser buena conmigo”.

L. quería lo que ya le había vaticinado. “Prepárate porque vas a tener tu primera vez conmigo”, le escribió. La chica dijo que no quería. “Confiá en mí, eso es lo que vos buscás”, le respondió mientras le pedía más fotos íntimas.

Aprovechando que la madre de la chica estaba trabajando como policía, el joven pasó a buscar a la menor por la casa de su abuela. Fue a la hora de la siesta. La llevó con el auto de un amigo por las afueras de la ciudad y en un camino de tierra rumbo a Cruz del Eje se detuvo. Le dijo que se pasara a la parte de atrás. La chica dijo que no, que le dolía. “No seas cagona”, le respondió.

La menor volvió a gritar, pedir, llorar que no. El hombre salió de encima de ella y le tiró una remera que buscó en el baúl. Le dijo que se limpiara. No quería que le manchara de sangre el tapizado del auto del amigo. La volvió a dejar donde le había ido a buscar. El episodio se repitió, esta vez con preservativo, con la misma advertencia: no podía contar nada de lo que había ocurrido.

“Con posterioridad de su acometimiento sexual, a los fines de garantizar su impunidad, el imputado le exigió a la menor que borrara los mensajes de su teléfono celular, revisando luego el mismo para asegurarse de que lo haya hecho, retornando luego a la menor a la vivienda de su abuela”, dice la causa. Pero después de un violento episodio en la calle en donde el joven le gritó “te voy a matar pendeja de mierda”, la madre de la chica supo todo y radicó la denuncia.

AMIGOS DE LA IGLESIA A FAVOR

Hoy, el autor de esos mensajes está preso en una cárcel de Córdoba. Según el fallo al que accedió Infobae, hace unos días la Justicia lo condenó a diez años de prisión por “contacto electrónico con menores de edad con el propósito de cometer un delito contra la integridad sexual (child groomnig), suministro de material pornográfico a menores continuado, producción de imágenes pornográficas de menores de edad continuada, coacción, en concurso real, y promoción a la corrupción de menores agravada”. A eso se le suma el delito de “abuso sexual con acceso carnal continuado” y “amenazas reiteradas”.

Apenas fue denunciado, el joven –hoy 29 años, con estudios terciarios, empleado de una estación de servicio- buscó defenderse. Nunca negó los hechos, pero quiso encuadrarlos en una relación sentimental. “Fue todo consentido”, aseguró. En el juicio, sus amigos de la iglesia y del fútbol, declararon en su favor diciendo que la menor lo buscaba, que él era una buena persona.

Su defensa pidió la pena mínima, explicando que no hubo intención de corromper a la menor, “solo el deseo de satisfacer su propia libido”. Pidió que se aplicara una figura similar al antiguo “estupro”, en donde se habla del aprovechamiento de la inmadurez sexual de la víctima.

Cuando el caso se hizo público, la vida de N. también cambió. De ser abandera en el colegio, pasó a sacar malas notas y aislarse aún más. En el colegio, la llamaban “la violada”. Lloraba todo el tiempo en la cama, se bañaba seguido, no hablaba, según contó su mamá en el juicio.

La pericia psicológica habló de “vergüenza, malestar y angustia”, sin encontrar en su relato “indicadores compatibles con fabulación, confabulación ni mitomanía”. El perito de parte planteó su discrepancia. Habló de una “tendencia a la mentira”, como mecanismo de defensa y que la “vergüenza y malestar” era “por su situación actual, culpógena, por ocultar a su madre su relación consensuada” con quien había sido su ex pareja.

Lo cierto es que la edad de la menor, los informes psicológicos y las fotos encontradas en los celulares de víctima y victimario le alcanzaron al juez Horacio Enrique Ruiz, de la ciudad cordobesa de Dean Funes, para considerar probado los hechos y dictar la condena. Tanto la fiscalía como la querella y la asesoría de menores exigieron los diez años de prisión que impartió el tribunal.

Fuente: Infobae

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