Un Brasil que está a los tumbos a nivel selección y que tuvo un arranque negativo, parecía darle continuidad al mal momento, pero la goleada 4-0 a Dinamarca, hace una semana, abrió la puerta de la resurrección.
Después, el 2-0 a Colombia, en cuartos de final, la confirmó. La selección brasileña olió sangre y no perdonó. Y a la eficacia en ataque le sumó solidez defensiva: todavía no recibió goles.
En la final el rival será Alemania, que superó 2 a 0 a Nigeria en el Corinthians Arena. En Río se frotan las manos con cierta sed de revancha. Quieren vengar la tarde más dura del fútbol brasileño.
Ese 8 de julio de 2014 en el que el Mineirao hizo silencio. El del 7-1 que hundió a Brasil en un drama futbolístico y mental. Neymar y compañía van por el oro que falta. Y por empezar a escribir una nueva historia.