Iara Santana nació y creció en Comodoro Rivadavia, en un hogar donde la música siempre estuvo presente. Desde chica convivió con una amplia variedad de géneros que le dejaron huella: “Mi papá siempre fue de escuchar reguetón del viejo, Don Omar, Wisin y Yandel, Daddy Yankee. También escuchaba mucho rap, Eminem, 50 Cent, y cumbia villera como Damas Gratis o Pibes Chorros. Mi mamá, en cambio, prefería lo romántico, más Vicentico, música más tranquila”, recuerda en comunicación con El Patagónico. Esa diversidad marcó su oído y la motivó a explorar distintos sonidos.
Antes de inclinarse por el rap, probó con varios géneros. A los 14 años empezó a escribir canciones: primero una cumbia, luego una chacarera y hasta una milonga. Sin embargo, sentía que algo faltaba. “La gente me decía ‘qué lindo que cantás’, pero nunca nadie me decía nada del mensaje. Yo necesitaba algo que empuje al mensaje, que lo haga más concreto”. Fue en ese momento que descubrió que el rap tenía la fuerza y la claridad que buscaba: “Siento que el mensaje llega de otra forma rapeado en vez de cantado. El rap nació como una forma de protesta, y eso hace que las palabras tengan más fuerza”.
Su primer tema, Luna Llena, nació de manera completamente casera. “Lo grabamos en un pasillo de la Escuela de Arte con mi compañero, que tenía el FL Studio. Yo toqué el ukulele, la guitarra, grabé las voces y todo lo hicimos sin micrófono, con la computadora de gobierno que pedíamos prestada en la biblioteca. Guardábamos los proyectos en un pendrive y así íbamos avanzando. Fue totalmente a pulmón”, relata. La producción incluyó un pequeño tambor improvisado y algunos efectos básicos para dar forma a esa primera grabación que subió a YouTube.
Su vínculo con la Escuela de Arte fue clave. Allí estudió guitarra con el profesor Mario Sesto durante seis años y aprendió teoría musical. Esa formación se sumó a la práctica cotidiana de improvisar en plazas o encuentros con amigos. “Poníamos bases o hacíamos beatbox y rapeábamos. Primero, obviamente, no era buena, rapeaba cualquier cosa, lo primero que se me venía a la cabeza. Después empecé a escribir y entendí que el rap era el género donde podía decir lo que pensaba y sentía”.
La curiosidad la acompañó desde niña. A los 11 años, después de probar dibujo, danza árabe y hockey, pidió ir a la Escuela de Arte porque quería dedicarse a la música. “Me llamaban la atención los sonidos. Escuchaba una canción de Daddy Yankee y pensaba: ¿cómo se hace este ritmo?, ¿cómo se logra ese sonido?”. Ese interés temprano se transformó en una búsqueda constante de aprender a expresarse a través de la música.
En esa primera etapa, el rap se volvió para Iara un espejo de su propia vida. “Nunca fui de rapear algo que no viví. Todo lo que rapeé o canté es para contar un poco de mí, un poco de mi historia”. Desde vivencias románticas y amistades hasta pérdidas dolorosas o reflexiones sobre la sociedad, cada letra nació de experiencias reales. Con apenas una computadora prestada y una fuerte necesidad de expresarse, dio los primeros pasos en una trayectoria donde la autenticidad se volvió su sello más fuerte.
DEL UNDER A LOS ESCENARIOS
Con el paso de los años, Iara Santana transformó aquellas primeras improvisaciones en plazas en una carrera sobre los escenarios de Comodoro Rivadavia. Su nombre empezó a circular dentro de la escena local gracias a la autogestión y al apoyo de la comunidad rapera de la ciudad. “Apenas saqué mi primer tema, Jauri (Jauriman) ya lo había compartido y me invitó a un evento. Piti D también. Los pibes de la vieja escuela fueron los que siempre movieron la escena y me abrieron las puertas”.
Ese reconocimiento inicial le permitió participar en festivales, bares y encuentros culturales. Tocó en el Festival de la Cerveza en La Rural, en el Oktoberfest de El Rincón Cultural y en eventos como Ritmo de mi Calle, donde incluso ofició como host. También tuvo presencia en espacios emblemáticos de la noche comodorense como El Trahuil o El Sótano. “Nosotros hicimos la escena. Así como yo iba a rapear, después me quedaba alentando a mis compañeros. Nadie era más que nadie”. Para ella, esa dinámica de apoyo mutuo era tan importante como la música misma.
En cada show, Iara se preparaba con seriedad: “Antes de subir trato de estar lo más limpia posible, tomo mucha agua, hago técnicas de respiración, salto para entrar en calor. No es fácil cantar, rapear, moverse y agacharse en el escenario al mismo tiempo”. La experiencia, sin embargo, nunca eliminó los nervios. “Los nervios siempre siguen siendo los mismos desde la primera vez que me subí a un escenario. Después ya estás más canchera, pero apenas pisás el escenario tenés que bailar con lo que venga”. Ese compromiso con la energía en vivo la convirtió en una figura reconocida dentro de la movida local.
Su proceso creativo también se fue consolidando. Aunque muchas de sus producciones eran caseras, encontró formas de darle profesionalismo a sus ideas. “La mayoría de mis temas los grabé con el micrófono de un auricular Samsung, enchufado a la compu. Después editaba, metía efectos y hasta llegué a usar la cámara profesional de mi mamá: grababa la voz en video, extraía el audio y lo acoplaba a la base. Nunca tuve un estudio, siempre lo hice con lo que tenía”. Esa inventiva le permitió subir más de media docena de temas propios y participar en colaboraciones con otros artistas locales como Monsta y Fátima.
Las letras siempre partieron de su experiencia personal. “Me siento más cómoda cuando escribo sobre algo que me pasó a mí. Si me piden hablar de un tema concreto, como feminismo o tirarle a alguien, no me sale. La inspiración me tiene que salir sola, de lo que estoy viviendo”. Así nacieron canciones que mezclan lo íntimo con lo social, buscando que el público pueda identificarse: “Trato de que la gente pueda darle forma a lo que siente a través de una frase. Si alguien escucha y piensa ‘me pasó lo mismo’, ya cumplí mi objetivo”.
La escena femenina en el rap local todavía era reducida, pero Iara siempre se sintió bienvenida: “Nunca me sentí menospreciada por ser mujer, siempre fui bien recibida. Pero en Comodoro seremos cuatro o cinco nada más. No somos un gran número”. Con todo, valora que en los últimos años nuevas generaciones de chicas empezaran a animarse a subir al escenario y continuar el camino que ella abrió en su adolescencia.
Más allá de los obstáculos —la falta de espacios formales para tocar, los recursos limitados o la exigencia de autogestionar cada detalle—, Iara nunca dejó de estar vinculada con la música. Sus amigos y su familia siempre la acompañaron: “Mi mamá fue la que siempre me empujó. No importaba dónde rapeara, ella siempre me felicitaba. Mis amigos fueron los primeros en escuchar mis temas, me daban críticas constructivas y me ayudaban a crecer”. Ese entorno cercano se convirtió en el sostén que le permitió sostener su proyecto artístico durante casi una década de actividad.
ENTRE LA MUSICA, LA DOCENCIA Y LA PELUQUERIA
Hoy, con 25 años, Iara Santana reconoce que su vínculo con la música cambió de forma. Aunque sigue siendo parte esencial de su vida, ya no la vive con la misma intensidad adolescente que la llevó a subir a un escenario cada mes. “El rap fue más como un sueño de la adolescencia. Ahora me siento muy adulta y estoy más enfocada en mi trabajo como profesora de música, profesora de guitarra y peluquera”. Ese giro no significa un abandono, sino una reconfiguración: la música sigue siendo motor, pero comparte espacio con nuevos oficios que también la representan.
En la actualidad se dedica al profesorado de música y a dar clases de guitarra, lo que le permite transmitir su pasión a las nuevas generaciones. “No hay nada que me haga más feliz que ver a mis alumnos cuando tocan una canción y les sale, ver cómo se les ilumina el rostro. Es algo hermoso”. Esa faceta pedagógica la conecta de otra manera con la música, a través de la enseñanza y la construcción de vínculos.
Foto: Instagram @PicPlug.
La peluquería y la barbería son otro eje de su presente. Para Iara, lo estético está ligado a lo emocional y a la identidad personal. “Siempre fui pasando por una metamorfosis constante: tuve el pelo corto, largo, rapado, con rulos, colores, trenzas africanas y dominicanas. Todo eso es una forma de expresarme. Nunca seguí tendencias, siempre usé lo que me hacía sentir cómoda”. Ese mismo criterio lo aplica a su oficio: entiende el cabello como una forma de reafirmar la identidad y de acompañar procesos emocionales.
Su relación con el público también se transformó. Durante su etapa más activa, usaba Instagram y YouTube para difundir sus temas y hasta pagaba publicidad para llegar a más oyentes. Hoy mantiene su cuenta en privado y prefiere mostrar su vida laboral y personal. “Ya no busco pegarme ni ser célebre. Si hice música fue para escucharme a mí misma y compartir lo que sentía, nunca para convertirme en una rockstar”. Esa sinceridad le permitió construir una base de seguidores genuinos, que todavía recuerdan y corean sus canciones cuando la ven en algún escenario.
Aunque sus metas como rapera están en pausa, Iara no descarta volver en el futuro. “No sé si voy a seguir como artista de rap. Estoy más en una búsqueda personal. Lo que sí sé es que la música nunca va a dejar de estar en mi vida, porque la amo con locura”. En su presente, Comodoro Rivadavia sigue siendo fuente de inspiración: “Es una ciudad única, que sube y baja, llena de mar, de montañas, de cerros. Yo creo que eso nos marca a todos los artistas de acá”.
El balance de estos años la deja satisfecha. Participó en decenas de eventos, fue parte de la construcción de la movida local y compartió escenario con colegas que hoy la reconocen como referente. “Siempre fui bien recibida, siempre me apoyaron. Incluso me pidieron firmas o fotos al bajar del escenario. Para mí, eso ya fue un regalo enorme”.
Con los pies en la tierra, Iara no se presiona con planes artísticos inmediatos. Prefiere disfrutar de lo que construyó, enseñar, trabajar y mantenerse fiel a sí misma. Su cierre es tan claro como honesto: “Nunca tuve una meta de ser famosa. Mi objetivo siempre fue compartir y disfrutar. Y eso lo sigo haciendo, en cada canción, en cada clase y en cada corte de pelo”.
Foto: Instagram @PicPlug.