Los "Domadores del Marqués" unieron Comodoro con Caleta a pura brazada

Un ingeniero mendocino con destellos de escritor. Un marplatense doctorado en geografía con una impronta de justicia social. Un militar que sale de lo común y ejerce como abogado y profesor. Y las costas patagónicas como punto de encuentro llevaron a concretar una travesía que contó con un año de preparación y un intento fallido.

Un ingeniero mendocino con destellos de escritor. Un marplatense doctorado en geografía con una impronta de justicia social. Un militar que sale de lo común y ejerce como abogado y profesor. Y las costas patagónicas como punto de encuentro llevaron a concretar una travesía a los “Domadores del Marques”, el grupo de NAF (Nadadores en Aguas Abiertas) que disfruta del entorno natural en un clima de camaradería.

Las costas argentinas son espacios generalmente reservados a los navegantes. Hay pocas oportunidades de acompañar el mar desde tierra para cualquiera que lo intente. En especial, las costas en sus recovecos y extensas playas permanecen ocultas, más allá de los grandes centros turísticos cercanos a Buenos Aires.

Uno de los pocos lugares en donde una ruta nacional serpentea el litoral, es entre Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia. Dos ciudades erigidas a partir de la extracción de petróleo y que en particular, comparten la guardia del Golfo San Jorge.

Es ese tramo imponente que se corta por Punta Peligro, se comunican dos provincias con una distancia cercana a los 50 kilómetros.

En ese estrecho, los “Domadores del Marqués” trazaron un objetivo: unir el límite sur de Comodoro Rivadavia con Caleta Olivia, nadando.

Un año de entrenamiento y un intento frustrado que los dejó desembarcar de sus trajes, hace tan solo dos semanas, en el Paraje La Lobería, constituyeron la antesala de dos jornadas épicas.

AL AGUA PATO

El sábado 9 de marzo a las 5 de la madrugada partieron desde Comodoro Rivadavia, para ingresar al agua en la Playa “del Límite”, unos metros más al norte del Paraje Ramón Santos, todavía en provincia del Chubut.

La travesía se planificó con dos indispensables condiciones: la auto-asistencia y la división en dos tramos. El agua a 14 grados los esperaba para compartir dos intensas jornadas. El primer tramo ya estaba probado, sobre todo en la anterior travesía hasta La Lobería. Para ello había que superar Punta Peligro y el siniestro Paso Alsina. Un sector que abre la Bahía del Fondo, que constituye la playa Alsina y por el cual, por 3000 metros, no tendrían oportunidad de errores. Los primeros 11 mil metros se superaron con bastante facilidad. En el sector conocido como Pasto Amarillo estaba el agua potable que habían dejado reservada y enterrada días antes. La auto-asistencia los limitaba así en la cantidad de litros de agua, alimentos y elementos de seguridad que podrían llevar en las boyas estancas, una particular e indispensable parte del equipamiento, en donde los Domadores del Marqués llevaban la carga. Dentro de las boyas un botiquín, antiparras de repuesto, GPS alimentos y agua potable completaban el equipo. Pero el agua no alcanzó, porque solo había capacidad para dos litros y “de ello dependía el éxito o el fracaso del objetivo” comentó Andrés Moreno, uno de los integrantes del grupo.

El final de la jornada sería a los 25000 metros, lo que corresponde a la zona conocida como Bajada de la Osa. Pero luego de los 16 kilómetros, el peso de la carga y los metros acumulados se comenzaron a sentir.

“Pasamos La Lobería a las 13:40 hs, aproximadamente, y todavía teníamos 10 kilómetros por delante. Las paradas planificadas cada 5000 metros para hidratarnos, cada vez se hicieron más frecuentes” señaló Pablo Maccari.

Finalmente llegaría el ocaso primer día. Los esperaban el artesano Pablo Grané, el arquero Ignacio Hernández y la ingeniera Carla Salomón.

“Los últimos 3000 metros estuvieron invadidos de una enorme alegría, porque la compañía de amigos y familiares nos dio mucho ánimo, aunque en realidad por un momento creíamos estar en la Bajada de la Osa y aún nos quedaba una hora de nado, dado que la costa a esa altura es de singular monotonía y se hace difícil distinguir un páramo del otro” recalcó Juan Manuel Diez Tetamanti. Pero eso no sería todo. Habían completado 25 kilómetros y aún quedaba otro tramo de igual magnitud.

EL TRAMO FINAL

Al día siguiente, no hubo ninguna comodidad. Los trajes estaban húmedos, y Maccari tenía su boya averiada. Parte del equipamiento revelaba las heridas del día anterior y la comida en la carga, no había podido ser preparada con tiempo. Eran las 8 de la mañana y la partida estaba marcada por el mismo sitio de la llegada en el día anterior. La Bajada de la Osa. Repleta de pescadores, los invitaba a despedirse de tierra. Casi sin viento y con un mar planchado, los primeros 12000 metros transcurrieron monótonos pero cómodos. El lugar del almuerzo, cerca del paraje conocido como Puente Roto, estaba signado por el agua potable escondida que habían dejado en los días anteriores. Aún quedaba más de la mitad, pero había un aliciente: la restinga que se erguía más al sur, los obligaba a alejarse 400 metros de la costa y nadar en un “bosque de algas cachiyuyo” por aproximadamente 7000 metros. El día anterior había sido duro. Había mucho peso y fatiga. El agua fría no ayuda a nadar y las algas se enredaban entre las sogas que tiraban de la carga y los torpedos. Por ello, varias veces tuvieron que salir a la playa para descansar y en algunas oportunidades debieron atravesar caminando restingas que no permitían continuar nadando.

“Cerca de las 18 ya estábamos exhaustos. Más de diez horas nadando y todavía nos quedaban 7000 metros. En la planificación tuvimos un error en la medición del GPS y llegar más allá de Laguna Patria, implicaría arribar de noche. Casi sin agua y sin fuerzas logramos ingresar al mar cerca del Hornito. Los últimos mil metros hasta la planta desalinizadora se mezclaron con una sensación de cansancio y felicidad inexplicable” expresó Diez Tetamanti.

Lo habían logrado. A las 20:30 estaban en el ingreso a Caleta Olivia. Habían conseguido unir las dos majestades del San Jorge a nado, sorteando los recovecos y misterios de esta costa que solo estaban reservados a los viejos navegantes. Quedará escrito para siempre, como alguna vez dijeron aquellos hombres de la Balsa Atlantis: “que el hombre sepa que el hombre puede”.

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