Particularidades de estos días en una parada de colectivo

Personajes comunes; situaciones que causan miedo; una curita para un raspón y una despedida revoleando una gorra manchada. Crónica esperando el bondi.

Por J.A.O.

Hola ¿Cómo va? Sí, volví. Acá estoy de vuelta para escribir algo. Yo pensaba que no iba a volver a hacerlo. No, no es que no me guste. Pero no es una crónica, nota o sección (ponele el nombre que quieras; a esta altura mucho no cambia) muy compatible con El Patagónico. Seamos sinceros. Siempre fuimos catalogados como el diario “cheto” de Comodoro. Lo sabemos aunque no lo crean.

Por alguna rara razón, me pidieron que siga con las crónicas. ¡Ojo! ¡No se crean que voy a aburrirlos todos los días! Al contrario. Será una nota por semana. o a lo sumo dos si el corazón me inspira escribir algo. (Me dijeron que de vez en cuando ponga frases bonitas. Lo intenté).

La vida es diferente cuando volvés a la rutina. Yo pensaba que durante el aislamiento había cambiado todo. Pero no. Sigue todo igual. Eso es bueno (y malo). Siguen los baches en la San Martín, los perros me salen a ladrar en la cuadra de casa, el maple de huevo está cada vez más caro y el viento te arruina la mañana de una tarde para caminar.

Lo que creo que nunca cambiará será esa cotidianeidad en las paradas de colectivos de Comodoro. Son esos lugares donde nos reunimos los pobres y a los que se les rompe el auto (o la Ylux). Las paradas de colectivos son donde se encuentran los personajes más insólitos de la Kuwait argentina (así fue como nos catalogó un periodista de La Nación hace un par de años. Lo hizo para criticar cómo vivimos. Sí, aunque no lo crean dijo que hizo una exhaustiva investigación de Comodoro en cinco días. Ni Kapuściński se animó tanto. No, no importa si no sabés quién es Kapuściński).

En mi aislamiento dije que extrañaba a esa persona que te pide que le prestes la SUBE cuando tiene el kiosco a dos pasos. Ya no la extraño más. Son seres que están en las sombras esperando que te muevas lentamente para sorprenderte con un pedido que no podés decir que no. Están ahí. No los ves. Pero ellos sí. Y serás su próxima víctima.

Cada parada de colectivo es diferente pero alberga a los mismos personajes. Todos reunidos a la espera de ese transporte que no tiene aire acondicionado en verano y que en invierno no cierra las ventanas. Pero aun así no cambió el colectivo. Es un vehículo único, como los empujones que te dan algunas personas desesperadas por subirse primeros. ¿Cómo? ¿A ustedes nunca los empujaron cuando se iban a subir al bondi? Entonces no son comodorenses. Un comodorense de pura cepa fue empujado por lo menos cuatro veces en su vida cuando estaba a punto de subirse del colectivo. Y si te caes, es un plus. Suma puntos en tu experiencia de vida (casi lo mismo que los cursos esos que ofrecen para ser tu propio jefe).

La acción fue rápida. No tuve tiempo de prepararme. Solo vi una figura que tenía bolsas y un barbijo. Se movía de un lado al otro. Y cuando me quise dar cuenta, tenía su codo en mi cuello. Me caí. Me despeinó (tampoco es muy difícil, pero es un lindo detalle). “Tenga más cuidado”, le dije. Su cabeza se torció como en El Exorcista. Me miró y me dijo algo en hebreo (No entendí lo que me dijo, pero todo queda más culto cuando decís que alguien te habla en hebreo).

Me acomodé. Me sacudí la ropa. Y dejé que el colectivo se fuera. Sí, soy un cobarde. Me fui a comprar una curita porque me raspé el codo. Sí, soy bastante “sensible”.

El colectivo nos iguala a todos. Nadie se queda abajo. Todos suben (bueno, ahora no a todos). Suben los que tienen mochilas, los que tienen guitarras, los que están enamorados, los que se van a separar y los que deben dos meses de alquiler y comienzan decirle cosas lindas a la dueña de su departamento para que no los rajen. Todos subimos.

También suben los que salen de los supermercados con 15873 bolsas. Yo soy uno de esos. Mi mamá me dice que soy un “amarrete” y me lo dice enojada para potenciarlo. Mi papá me reta porque no lo llamo para que me busque. Mi hermano simplemente me dice que soy un boludo. Sí, lo soy. Pero el otro día creo que encontré un compañero de ruta. Un socio de sentidos (¡wow! Esa frase cursi que metí si se puede leer).

Eran las 18.45 y volvía a casa después de andar todo el día. Todos subimos cansados. Sin ganas más que de sacarse la ropa y ponerse un buzo viejo de casa. El bondi estaba en silencio. Sus pasajeros estaban adormecidos. Las cabezas se movían de un lado al otro. Los bostezos eran evidentes, más allá de los tapabocas. Esa tranquilidad se vio interrumpida por un ser especial.

El colectivo frenó al frente de un supermercado (uno de esos que pertenece a la familia de un exjefe de Gabinete. Sí, ese exfuncionario que es más recordado por el uso de las redes sociales que por su poder de gestión). Él subió con seis bolsas en tres tandas. La secuencia duró más de cinco minutos. El colectivero comenzaba a impacientarse. “La próxima podrías tomarte un remis para viajar más cómodo. Si no me retrasas a mí el viaje”, le dijo el colectivero mientras se bajaba el barbijo y gesticulaba detrás de un nylon amarillento.

“Es un transporte público y puedo hacer lo que quiera mientras pague”, le contestó el pasajero mientras se acomodaba su gorra con manchas de una sustancia conocida como Malbec.

El aire se tensó. La calma se fue tan rápido como tu sueldo antes del 15 de cada mes. La discusión se adueñó del recorrido. Algunos se sacaron los auriculares. Otros se despertaron. Uno se animó a tirar un comentario. “Yo puedo hacer lo que quiera”, repetía el pasajero y cada vez se acomodaba más su gorra. Cuando parecía que la calma había llegado para quedarse, el pasajero decide tomar una cerveza. Nadie le dijo nada. Tomó otra más. “¿Podés parar en la próxima?”, le dijo amablemente al chofer. No hubo respuesta. El pasajero se acomodó por última vez su gorra e intentó bajar. No pudo. Lo tuvieron que ayudar. Las bolsas también tuvieron que bajárselas otros pasajeros. Cuando finalmente estaba en la vereda, se despidió levantando su gorra manchada. Feliz.

Por esas cosas digo que soy uno de los pocos que tuvo la suerte de criarme en un colectivo. Allí terminé libros, me amargué, escuché música, me volví a amargar y seguí partidos de fútbol para terminar más amargado de lo que me había subido. (Creo que soy una persona amarga).

Esas son algunas de las cosas lindas que se pueden ver en las paradas de bondi de Comodoro. Quizás antes del finde les traiga otra. No se sabe.

Nos vemos.

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