Hace 20 años, en el Mundial de Francia 1998, Zinedine Zidane revolvía muchos sentimientos de culpa de sus compatriotas porque "Zizou" era (es) hijo de una Argelia en la que el colonialismo francés perpetró unos cuantos horrores.
Veinte años después, la selección de Francia es incluso más multicultural que en 1998. Ni hablar de su rival en la semifinal del martes, Bélgica, que además de nutrirse de los hijos de sus excolonias africanas triunfa con un entrenador español que se formó en el fútbol inglés.
La propia Inglaterra es otro ejemplo de multiculturalidad que beneficia a su fútbol. Diferente es la historia de Croacia, su adversario del miércoles: los Balcanes no son tierra de inmigración, sino más bien lo opuesto. Suiza puede dar fe.
El fútbol argentino sabe desde hace tiempo del potencial africano: en 1996, cuando Nigeria dio vuelta una final que tenía perdida para llevarse el oro olímpico en Atlanta a costa de la selección de Daniel Passarella, la afirmación de que había llegado la hora del fútbol africano se volvió insistente.
Nigeria tenía una gran generación de jugadores, y en esos Juegos había eliminado además a Brasil en una semifinal. Sin embargo, África nunca terminó de emerger. Dio el gran golpe en Italia 90 derrotando vía Camerún a la Argentina, campeona del mundo, en el partido inaugural, y Senegal repitió 12 años más tarde tumbando a Francia en igual situación.
Pero nunca un conjunto de ese continente pasó de cuartos. Y aunque es verdad que en Rusia los africanos no tuvieron suerte (Nigeria estuvo a cuatro minutos de ser quien avanzaría a octavos en lugar de Argentina, y a Senegal lo eliminó la regla del fair play al tener más tarjetas amarillas que Japón), lo cierto es que ningún equipo de esa región hizo hasta hoy algo grande en el Mundial. Su talento, sin embargo, está encontrando una vía inesperada de expresión: las selecciones de sus exmetrópolis.
EL BENEFICIO DEL COLONIZADOR
África triunfa en Rusia mediante Bélgica, Inglaterra y Francia, entre otras selecciones. Hombres y mujeres que dejaron países como Congo, Guinea, Marruecos, Camerún, Argelia, Mali, Nigeria y Angola para instalarse en Europa, ven hoy con orgullo cómo sus hijos son héroes deportivos vistiendo las camisetas de esos países en que todos crecieron, y mayoritariamente nacieron.
Esos hijos son franceses, belgas, ingleses, daneses o suecos, pero saben bien de dónde vienen sus familias. Es el caso del belga Romelu Lukaku, cuyos padres llegaron del ex Zaire, hoy República Democrática del Congo. El de Blaise Matuidi: sus padres abandonaron Angola, devastada por una guerra civil que dejó más de medio millón de muertes.
"Nunca olvidé mis raíces angoleñas. Tuve que tomar una decisión difícil al optar por Francia", dijo años atrás el mediocampista. Y el de Samuel Umtiti, eje de la defensa tricolor, que nació en Camerún pero creció en Francia. Rusia 2018 está cambiando la historia, y aunque el protagonismo no sea de sus selecciones, África aportó mucho al creciente éxito de Europa.