Ignacio tenía 22 años, una vida en pareja, jugaba al fútbol y trabajaba, pero en silencio cargaba con una adicción al juego que terminó por destruirlo. En noviembre del 2023, tras una serie de apuestas perdidas, se quitó la vida. Su madre, quien hasta entonces no comprendía el peso de la ludopatía, decidió contar su historia con la esperanza de que otros jóvenes dejen de apostar.
Aquel martes de noviembre parecía un día normal. Nacho, como lo llamaban, desayunó con su madre, Laura, y se despidió para asistir a una sesión de kinesiología. Lo que nadie imaginaba es que horas más tarde, tras enterarse de que había perdido una apuesta importante, Ignacio tomaría una decisión irreversible.
Semanas antes de su muerte, Nacho había confesado a su madre que llevaba más de cinco años apostando y que había perdido todos sus ahorros. Había incluso tomado dinero prestado y usado parte de los ahorros familiares para seguir jugando. Laura, psicóloga de profesión, intentó ayudarlo. Se acercó a grupos de apoyo, compró libros y lo convenció de buscar tratamiento psicológico. Sin embargo, la presión de las apuestas y la vergüenza que sentía lo condujeron a un final trágico.
“Jamás pensé que el suicidio era una posibilidad”, lamenta Laura, que aún se culpa por no haber visto señales claras. Aunque Ignacio no mostraba signos de depresión, había estado apostando compulsivamente, llegando a realizar una apuesta cada dos minutos en los últimos días. “El sistema de apuestas online está diseñado para atrapar a quienes tienen alguna vulnerabilidad”, advierte Laura.
El suicidio es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años en Argentina, y la adicción al juego, particularmente entre adolescentes, está en aumento. Según un estudio reciente, el 16% de los jóvenes argentinos de entre 16 y 29 años realiza apuestas online regularmente, pese a que es ilegal para menores de 18.
Después de la muerte de Ignacio, Laura encontró en su mochila una serie de cartas, una de las cuales decía: “Ya no puedo más, necesito buscar mi paz”. Aunque su adicción al juego no era el único factor que lo afectaba, Laura cree que fue el detonante final. Desde entonces, se ha dedicado a honrar la memoria de su hijo y a alzar la voz sobre los riesgos del juego compulsivo.
“Todos los días me pregunto qué fue lo que no vi”, confiesa entre lágrimas. Para ella, es fundamental que las familias hablen con sus hijos y presten atención a señales de alerta, por más sutiles que parezcan. Hoy, cada martes, enciende una vela en memoria de Nacho, con la esperanza de que su historia evite que otros jóvenes sigan su camino.
Con información de La Nación